14 Mar Las otras estrellas del Juego
Por Xavier Prieto Astigarraga
Gustavo Villafañe tenía 9 años cuando cayó de un andén. Con pésima suerte: llegó un tren y lo arrolló. La tragedia le costó carísima, tanto como ambas piernas y el brazo izquierdo. Sólo en el aspecto físico, claro; lo que vino después, la vida toda, se hizo mucho, muchísimo más difícil.
Pero el chico la peleó. Le gustaba el básquetbol, y probó con él pese a los miembros que le faltaban. Su mamá lo llevó a un club y Gustavo disfrutó su pasión durante un tiempo, pero un día el entrenador le comunicó a su madre que el de la pelota naranja era un deporte para ser jugado “con dos manos”, que no llevara más al niño allí. Y entonces Gustavo fue a parar a la natación. Sí: a otra disciplina en que las extremidades son fundamentales… Pero el muchacho descolló en su condición, y acopió victorias y medallas. Saciado de éxitos en el agua, quiso repetir la experiencia en el parquet, despuntando su mejor vicio. Volver a su amor, al básquetbol, el que había sido desaconsejado cuando él transitaba los albores de su segunda década de vida.
La resiliencia es uno de sus rasgos. Muy fuerte. La capacidad de entrenamiento, también. Y van reportándole logros y satisfacciones. En 2003, a los 20 años, llegó al seleccionado nacional de básquetbol sobre silla de ruedas, del que hoy es un habitué. Participó en muchos torneos y brilló en la Copa América en Colombia en agosto pasado: fue incluido en el quinteto ideal del certamen.
Los jugadores no convencionales son puntuados según su discapacidad, de 0 a 4,5 en orden inversamente proporcional a su limitación (y cada conjunto puede presentar un máximo de 14,5 en su formación). Villafañe, pese a carecer de tres extremidades, tiene 2 puntos. Y verlo no sólo jugar, sino ya desplazarse, asombra. Con el brazo hace “remadas” alternadas a la rueda derecha y la izquierda para avanzar (de otra forma, la silla giraría). Se ayuda con un movimiento de cadera, y hasta suele ponerse en una rueda, según detalló su entrenador, Gustavo Lequerica. Y con ese mismo brazo, que debería agotarse, Villafañe lanza al aro. Bastante eficazmente, por cierto. De hecho, anteanoche, cuando por primera vez el Juego de las Estrellas incluyó basquetbolistas de estas características, él participó en la competencia Tiro de las Estrellas, en Ferro, compartiendo el equipo negro con Alejandro Montecchia (ex campeón olímpico), Pablo Barrios (protagonista de la Liga Nacional) y Daniela Benvenuto (jugadora de Sunderland), y no desentonó. Pero a su conjunto le tocó perder contra el amarillo, el que integraron Walter Herrmann, Esteban de la Fuente, Luciana Zinna y Daniel Copa, y contra el azul, el triunfador, compuesto por Héctor Campana, Adrián Boccia, Macarena Durso y Fernando Ovejero. Éste y Copa son compañeros de Gustavo en el seleccionado y en Cilsa, el equipo que representa a una ONG de inclusión en el Torneo Nacional, del que salieron campeones en 2011 y 2013.
“Fue muy importante para mí ser parte del Juego de las Estrellas. Es la fiesta del básquet, el deporte de mi vida. Es lo más grande que me pasó en un evento, porque fue como estar mano a mano con el básquet convencional”, expresó Gustavo a LA NACION. “Montecchia, Herrmann y Campana son unos genios. Me dieron mucho aliento. Con Pichi crucé más palabras, porque me contó que armó un equipo de básquet en silla de ruedas en Córdoba”, agregó. Tiene 31 años, pero sabe bien quién es Campana en la historia. Simpatiza con Boston Celtics en la NBA, y con San Antonio Spurs, por el costado argentino. Y en el ámbito local es hincha de Boca, “en todo”.
Hoy partirá hacia Santa Fe, donde la Argentina hará la última concentración para los Parasuramericanos de Santiago, que tendrán lugar luego de los actuales Odesur. Y más tarde, pensará en el Mundial de Incheón, Corea del Sur, de julio próximo. “El primer anhelo ya lo cumplí: llegar al seleccionado. Ahora quiero hacer un buen papel en el Mundial y llegar lo más alto que pueda. Una meta es llegar a los Paralímpicos de 2016. Para Londres 2012 no nos clasificamos por un doble, pero ahora el equipo está muy consolidado, con mucho compañerismo y profesionalismo”, manifestó.
En Ferro, el aplauso a los jugadores especiales fue común, como a cualquiera. Quizás un modo de no hacerlos sentirse distintos. Pero mano a mano la cosa cambia. “La gente no entiende cómo hago lo que hago, pero después me felicita y me alienta mucho”, apuntó. Tal vez el cómo lo hace sea comprensible sólo si se tiene pasión, esfuerzo y temple extraordinarios. Como los de Gustavo Villafañe.
LA NACION