22 Mar Las impresiones de Oski sobre la representación de Estanislao
Por Ivana Romero
En 1866, Estanislao del Campo publicó la versión criolla de Fausto. En 1963, Eudeba editó ese texto con ilustraciones de Oski. Entre los dos artistas se abre casi un siglo. Y sin embargo, juntos fueron capaces de crear un libro que subvirtió las leyes de la escritura gauchesca y de la ilustración reducida a una discreta nota al pie. Ahora, a 50 años de esa primera publicación, Eudeba y la Biblioteca Nacional presentan una reedición-homenaje del Fausto ilustrado por Oski que tiene nombre propio: el “Fautoski”.
Se trata de una edición facsimilar acompañada por textos introductorios de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, y Judith Gociol, integrante del Programa Nacional de Investigación en Historieta y Humor Gráfico argentinos, que funciona en esa institución. También se incluyen una serie de cartas del autor, que acompañaron la primera edición del Fausto por decisión de Del Campo pero que no siempre fueron incluidas en diversas ediciones posteriores. De hecho, Eudeba también las omitió en aquella oportunidad.
El Fausto criollo está inspirado en la ópera del músico Charles Gounoud que, a su vez, retoma la primera parte de Fausto, de Goethe. Claro que Del Campo –que vivió en Buenos Aires entre 1834 y 1880– hizo las cosas a su modo. Así es como sienta a dos gauchos al borde de una laguna donde Anastasio El Pollo relata a su amigo Laguna lo que vio durante una representación de ópera en el Teatro Colón (Leopoldo Lugones consideró que era inaceptable que un paisano fuera al Colón, por más que fuera un paisano de ficción). El diablo mete la cola cuando “el Dotor” le ofrece entregarle el alma a cambio de los favores de una dama. El relato no traza una línea divisoria entre lo acontecido y lo representado. Así que el resultado es desopilante. Y esa es apenas la punta del iceberg de una serie de irreverencias que han ocupado mucho espacio en la historiografía literaria desde fines del siglo XIX.
Gociol señala que fue un texto exótico por varias razones. Una es que el escenario único no es la pampa, donde los imaginarios intelectuales confinaban a los gauchos. Por el contrario, esta vez un gaucho entra a un templo urbano de la intelectualidad y hasta se queja de que le roban el facón. A eso se le suma que los versos parodian el género gauchesco como un profundo cuestionamiento de la cultura instituida, algo que mucho tiempo después haría Roberto Fontanarrosa con su Inodoro Pereyra, por ejemplo. La primera versión se publicó en Correo de Domingo y en La Tribuna. También, en forma de folleto, cuya venta estuvo destinada a los hospitales militares, en plena Guerra de la Triple Alianza. El texto fue un éxito inmediato.
Más acá en el tiempo, Eudeba fue fundada a fines de los cincuenta con la idea, según se puede leer en las actas, de “poner al alcance del estudiante y del hombre de la calle –no, en particular, del lector habitual de libros sino de aquel que lee pocos libros o ninguno– un conjunto de obras que reflejaran la labor de nuestros grandes escritores, los hechos fundamentales, las costumbres de nuestro pueblo”. Este proyecto, inédito hasta entonces en América Latina, inauguró la “Serie del siglo y medio”, una colección de 120 títulos y diez volúmenes especiales con obras escritas entre 1810 y 1960. Allí encontró su lugar el Fautoski. Cuenta Gociol que al revisar los archivos de Eudeba de cara a esta nueva publicación, se encontraron todas las películas utilizadas entonces, envueltas en papel madera desde 1963. Incluso se habían conservado las anotaciones e indicaciones que se preservan en este material.
Cuando Eudeba publicó el Fausto, Oski –que vivió entre 1914 y 1979 y cuyo trabajo recibió una justa retrospectiva el año pasado en el Museo Nacional de Bellas Artes– llevaba más de 20 años dedicado al humor. Y si bien aún no había ilustrado grandes obras –como ocurriría en 1977 con El fantasma de Canterville– ya en el Fausto queda plasmado el pasaje del humorista gráfico al ilustrador.
Entonces, si Del Campo había decidido que iba a iniciar su poema con un gaucho que entre en escena “en un overo rosao” (“¿dónde se ha visto una cosa así?”, bramaron los intelectuales de la época), Oski hizo que este Lucifer criollo perdiera su aspecto arquetípico temible. “Medias hasta la berija / con cada ojo como un charco / y cada ceja era un arco / para correr la sortija”, describió Del Campo. El ilustrador tomó las instrucciones al pie de la letra y dibujó un flaquito con barba en punta ¡y bombachudo! Y es que, a través de sus líneas, esta suerte de “literalidad exacerbada” tensa sus propios límites y estalla. El resultado son dibujos que, de tan personales, construyen un mundo que modifica el mundo. Así es como Oski creó un nuevo arquetipo. Tanto, que desde entonces es imposible no pensar en el Fausto criollo como un tipo con ojos saltones, que escucha con atención la historia de Anastasio y Laguna, trepado a un ombú imposible, en medio de la pampa.
TIEMPO ARGENTINO