12 Mar “Es tonto decir que los actores somos inseguros”
Por David Carr
La increíble vida de Walter Mitty es una obra tan arraigada en la cultura estadounidense que muchos de los que no han leído el cuento saben que se trata de un tipo del montón que abandona su existencia banal atravesando las puertitas de la imaginación. El relato de James Thurber de 1939 es un modelo de economía, un retrato de un hombre desafortunado que circula entre fantasías heroicas mientras lleva a cabo las actividades cotidianas de su época.
La historia, dirigida y protagonizada por Ben Stiller, sigue teniendo vigencia porque el ansia de ser más -o de ser otra cosa- es algo a lo que cualquiera puede echar mano. Esto no explica exactamente por qué atrajo a Stiller, de 48 años, un actor y director cuya vida ha sido, si no una fantasía, en todo caso lo más alejado que hay de la monotonía.
Nacido en el mundo del espectáculo, es hijo de Jerry Stiller y Anne Meara, una dupla de comedia; a los 6 años, tocó el violín en The Mike Douglas Show, y no mucho tiempo después tuvo en sus manos una cámara Súper 8. Ha realizado y protagonizado películas la mayor parte de su vida. El trabajo de Stiller es bueno como presencia rentable en comedias como Loco por Mary y las franquicias La familia de mi novia y Una noche en el museo, que han recaudado casi US$3.000 millones.
Pero lo que él realmente quería hacer era dirigir, y lo ha hecho, en muchos casos con buenísimos resultados, empezando por la codirección de algunos episodios del Show de Ben Stiller para televisión en 1990. Se inició como director de cine con Generación X, protagonizada por Winona Ryder y Ethan Hawke, y se destacó con Zoolander. Las películas de Stiller son en general disparos contra la vida contemporánea observada de una manera sombría y divertida.
La increíble vida de Walter Mitty es una obra que acompaña ese corpus de trabajo -la Sociedad cinematográfica del Lincoln Center está presentando una retrospectiva de su obra- y a la vez un avance más ambicioso en la narrativa del gran cine. El concepto para esta versión moderna pasó por muchos directores, actores protagonistas y reescrituras. El hecho de que lo realizara Stiller es una prueba de su tenacidad y de su capacidad para ganar dinero.
Esta ambiciosa película de US$90 millones basada en un cuento de 2.000 palabras, toma al Mitty de Thurber y lo traslada a un mundo moderno y complicado. Mitty es un editor de fotografía en la revista Life, que está cerrando de verdad y suele entrar en un estado de fuga en el momento menos indicado y perder de vista la vida que se desarrolla ante sus ojos. Finalmente Mitty toma el destino en sus manos y comienza a vivir sus fantasías en todas partes a pesar de sí mismo. Divertida y poética, la película nos recuerda que los sueños son para ser vividos.
Una tarde de sábado nos reunimos con Stiller en una suite del hotel Trump SoHo. Sí, es intenso; sí, habla mucho; y sí, está muy orgulloso -y nervioso- con Walter Mitty (que se estrenó en la Argentina a principios de enero). Quiere que todos en el planeta asistan al estreno y estará pasando lista personalmente. Es broma. Hasta cierto punto.
¿Por qué esta historia resulta tan atractiva?
Creo que por la idea de que es un tipo común cuya vida transcurre en su cabeza. Siento que todos podemos identificarnos, y también que es algo que todos sentimos en algún momento de la vida.
Pero el Mitty de Thurber vive en su cabeza, mientras que el Mitty suyo empieza ahí y termina enganchándose con el mundo a lo grande.
Sí, pero en realidad es un tipo que trata de hacer algo -encontrar el negativo- y está tratando de ver cómo conectarse con una chica, y toda la amplitud de la trama está ahí. Me parece que la gente va a conectarse con la idea de que lo que tiene en su interior trata de salir, que trata de convertirse en quien debería ser.
Pero no es que usted lleve precisamente una existencia gris. Es un gran actor y director de cine.
He tenido la suerte de que se me presentaran muchas oportunidades. Pero aun así, uno siempre tiene cosas que se esfuerza por hacer y lugares a los que quiere ir en persona. Me habría gustado dirigir mucho más.
Las películas que usted hizo, como “Zoolander” y “Una película de guerra” parecían horribles presentadas por escrito. No son elecciones comerciales fáciles, pero salieron bien.
Es gracioso, porque aún ahora miro para atrás y me pregunto en qué estaba pensando.
En “Walter Mitty”, lo digital reemplaza a lo analógico. ¿Es una parte importante de lo que trató de transmitir?
No conscientemente, no, pero cuando encuentro a alguien en la calle y me reconoce, quiere tomarme una foto. Es muy importante tener esa imagen. Me pregunto si todavía alguien firma autógrafos. En Internet, la foto se convierte casi en algo que valida una experiencia.
La de Kristen Wiig es una presencia fuerte, pero lo hace manteniéndose a un costado, haciendo cosas pequeñas antes que una actuación abiertamente cómica.
Es lo que hizo en Damas en guerra, creo, aunque en un tono totalmente distinto. Es una gran actriz. El público tiene que ver en ella lo que Walter ve, y eso requiere una actuación muy naturalista.
¿Cómo se relaja Ben Stiller?
Me tomo julio y agosto libres y paso ese tiempo con mi familia en Hawai. Al principio, me asustaba, pero ahora es algo que todos esperamos.
De todos modos, la actividad no lo alienta a dar un paso al costado.
Uno siempre se preocupa: ¿conviene que pare? ¿Está bien que lo haga? En general termina siendo bueno.
Es algo típico de los actores.
Me parece tonto, reductivo decir que los actores somos inseguros y necesitados emocionalmente. Es algo muy humano.
CLARIN