08 Mar En la investigación científica, las mujeres ya tomaron la delantera
Por Yésica De Santo
Qué bueno sería que ya no festejáramos el Día de la Mujer, porque eso significaría que somos realmente iguales, y no tendríamos por qué destacarlo. Pero quizás este día sirva para evidenciar que aún existen diferencias de género que son necesarias pulir”, dice Carolina Carrillo, bióloga. Su trabajo sobre la enfermedad de chagas fue uno de los grandes ganadores de la última edición de los premios INNOVAR.
En este díacinco grandes científicas argentinas cuentan que derribaron los obstáculos que el ámbito de trabajo originalmente varonil imponía. Muchas también son madres, estudian sin parar, porque como ellas explican “la ciencia nunca se toma respiro”. El camino fue y sigue siendo difícil para ellas, que encontraron el equilibrio exacto entre el desarrollo académico, científico, y familiar.
Hasta bien adentrado el siglo XX, no eran muchas las mujeres dedicadas a la ciencia. Incluso su ingreso a las instituciones educativas estuvo vedado o subestimado y el ámbito científico, y más aún el de las ciencias duras, fue históricamente un terreno predominantemente masculino. Fue así que la inclusión de la mujer fue posible pero de forma pausada, segregada y muchas veces mirada de reojo y con recelo. Debieron luchar contra un sistema machista, pero el sistema fue aggiornándose a los cambios culturales. Es así como en la actualidad el total de investigadores del CONICET que integran la Carrera del Investigador Científico son 7878, de los cuales 4016 son mujeres y 3862 hombres. Los datos permiten ver que la cantidad de mujeres de ciencia ha crecido en comparación con la situación de 2007, cuando eran 2400 mujeres y 2657 hombres.
Magdalena Gherardi tiene 49 años y es doctora en ciencias biológicas, trabaja en el 11º piso de la Facultad de Medicina de la UBA, donde funciona el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA (ex-Centro Nacional de Referencia para el SIDA). Allí, junto a 11 personas realiza la primera experimentación nacional para una vacuna de VIH que evalúa la necesidad de fabricar una vacuna específica para las variantes de virus que circulan en la Argentina. “Tuve épocas difíciles en la carrera, he visto muchas injusticias, pero nada impidió que pudiera criar a mi hija que ahora tiene 14 años. Pero la verdad es que antes si eras becaria no eras humano, no teníamos derechos. Esto se modificó mucho en los últimos 10 años, y si bien aún existe el machismo, la representación de la mujer ha crecido como también ocurrió en la política”.
Damasia Becu es investigadora principal del CONICET y directora del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME). Si bien hace 30 años trabaja en el lugar hace tan solo cuatro que se convirtió en la primera mujer al frente del instituto por el que pasaron los premios Nobel Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir. “Tengo cuatro hijos, si bien ya están todos grandes, en pleno apogeo de mi carrera fue que los crié. Cuando hacía el doctorado me casé y tuve a mi primer hijo, a los 20 dias defendí la tesis doctoral con el nene prendido en la teta. Creo que el secreto es estar convencida de la vocación y tener un buen marido y familia que acompañe”.
Según el informe “Mujeres en ciencia” del Instituto de Estadística de la UNESCO, en la Argentina “si bien hay más mujeres que se matriculan en la universidad, son relativamente pocas las que escogen una carrera científica. Existen numerosos obstáculos asociados a estas trayectorias educativas, desde los estereotipos que afrontan las niñas hasta las responsabilidades familiares y los prejuicios que enfrentan las mujeres en el momento de elegir su campo de estudio”. Al respecto, Becu explica que en las carreras científicas suele haber más mujeres al inicio, y mas becarias, y los hombres buscan trabajos mejor remunerados, además muchas chicas abandonan la carrera por la maternidad. “Si bien la incorporación de las mujeres a la ciencia comenzó hace unos años, creo que el Ministerio de Ciencia también ha ayudado a que las chicas también se acerquen a este mundo, ha jerarquizado a la ciencia”.
Damasia tiene a cargo un laboratorio y varias tesis de doctorado. En el instituto estudia la relación de la hipófisis y la diabetes, el papel de los anti-psicóticos en la generación de las hormonas prolactina y de crecimiento y como desencadenantes de la diabetes y obesidad.
NINGUNA SUSANITA. Carolina Carrillo tiene 43 años y dos hijos de 5 y 10 años, y un marido al que prefiere llamar “pareja” “por cuestión ideológica porque somos parejos”. Ella fue quien propuso un kit para la detección precoz de chagas en el país y cuenta que “siempre tuve una visión masculina, no era muy “Susanita”, me decía `quiero ser una gran científica’ y los hijos me parecían una pérdida de tiempo, hasta que me sorprendió el amor”, dice la investigadora para quien la maternidad no resultó perjudicial para su carrera “sino inspiradora, el descubrimiento de un mundo nuevo, la fuerza física de parir, de dar de mamar, lejos de entorpecer mi conocimiento sino me dio la fortaleza y creatividad que de otra forma no sé si hubiera alcanzado”.
Cuando Carolina comenzó en el CONICET no había licencias por maternidad para becarias, pero “por suerte ahora cambió”. Las diferencias entre hombres y mujeres en el laboratorio continúan. Para Carolina cuando “los directores de grupo y becarios van a jugar al futbol, muchas veces es allí donde se cocinan las promociones, y en general la que sirve el café es la becaria, no porque alguien la obligue, sino porque está instalado. Lo mismo que muchos jefes no quieran mujeres `porque se embarazan y lloran´, aunque ninguno lo admitiría”.
Matilde Rusticucci es meteoróloga, tiene 56 años y trabaja en el departamento de la
Atmósfera y Océanos de la facultad de Ciencias Exactas de la UBA, donde también es profesora. “Mi tema de investigación es referido al cambio climático y los eventos de alto impacto como las olas de calor”, cuenta. Además participa del panel intergubernamental de cambio climático. Para ella, no hay discriminación hacia las científicas, “pero sí es cierto que no hay muchas mujeres con cargos jerárquicos, incluso la UBA nunca tuvo rectora”, comenta Matilde. Para ella la científica asume una doble tarea. “Fui madre y por suerte tuve una familia que me respaldó para lograrlo. En otros países no es tan común, y les llama la atención que haya mujeres científicas, pero todos destacan las características combativas y de dedicación a la ciencia que poseen las mujeres”.
Ana Amador tiene 37 años es física y se dedica a estudiar la neurociencia. Junto a Gabriel Mindlin en la facultad de Ciencias Exactas estudia el canto de pájaros como una clave para devolver el habla a quienes la han perdido. Aún no es mamá, pero ella no culpa a su profesión, sino que siempre parece ser el momento equivocado. “Por lo que veo en mi trabajo, ahora la maternidad está mucho mas compartida, muchos hombres llevan a los hijos a las guarderías. Vivimos un momento de transición en el que la mujer fue ganando posiciones y estamos cada vez más arriba”.
TIEMPO ARGENTINO