19 Mar El sistema de salud en Argentina: desafíos y un modelo emergente (Parte II)
Por Carlos Felice
En el recorrido por los encuadres dominantes respecto al sistema de salud argentino actual, un paradigma parece monopolizar cualquier análisis: el del financiamiento.
La tradición del tratamiento, análisis y sistematización de conocimiento relativo al sistema de salud nacional (aunque también ocurre en los análisis de otras partes del mundo) es esencialmente economicista y está centrada en la observación de la circulación del dinero ¿Quién financia? ¿Hacia dónde se derivan esos recursos? Ésas y pocas más parecen ser las preguntas importantes. Lo más llamativo es que “el sistema” siga pensándose así aún en el presente.
La seguridad social, en particular, hoy sostiene el paradigma del financiamiento desde una antinomia. Con especial ímpetu en estos últimos años, a uno y otro lado de la antinomia están las posturas pro-desregulatorias y anti-desregulatorias.* Y en esa controversia otra vez vuelve a patentizarse el mismo paradigma y las mismas únicas preguntas acerca del financiamiento que evitan otras, las que vienen inquietándonos en los últimos tiempos en medio de nuestra experiencia y buenas prácticas en la Obra Social del Personal de la Actividad del Turf.
Aquí otras preguntas posibles: ¿Cuáles son los valores del sistema de salud? ¿Qué necesita, cómo participa, qué conoce, qué piensa y experimenta el trabajador? ¿Qué lugar tiene destinado el sujeto en el sistema de salud? ¿Cómo lo entiende el Estado en particular respecto a su derecho a la salud? ¿Cuál es la concepción del Estado acerca de ese ciudadano objeto de sus políticas?
Más acá: ¿Qué significa ofrecerles salud a los trabajadores? ¿Significa ofrecerles “prestaciones” o una gestión de calidad que honre su dignidad?
Lo que primero fue intuición termina siendo convicción para la Obra Social que presido desde la Unión de Trabajadores del Turf y Afines. El sujeto de las políticas públicas es un ciudadano que antes que ciudadano es hombre y ésa es su dignidad que se realiza a través del trabajo.
Las variadas dimensiones del hombre confluyen en su dignidad de ser humano -integral, pero indivisible- que no puede perderse de vista nunca, y ése es el foco que elegimos para pensar el sistema de salud nacional, pero también a la hora de pensar la accesibilidad y la cobertura que les ofrecemos a los trabajadores.
Desde una concepción que ponga al hombre y -como tal- al trabajador en el centro de la escena, se hace posible correr el velo que oculta el divorcio moral de algunos dirigentes con aquella población a la que le plantean retornar a un sistema inflexible que los acorrale en las organizaciones gremiales que ellos dominan. Porque lo que le plantean a “su” gente es lisa y llanamente que los trabajadores vuelvan a entregarles sus aportes y contribuciones, desde una defensa corporativa más preocupada por subsidiar la ineficiencia que por la justicia social.
Desde una concepción que ponga al hombre y al trabajador en el centro de la escena, también puede corrérseles el velo a aquellos que defienden la desregulación desde la defensa de las libertades individuales al son de sus estribillos neoliberales de los 90.* Porque ello encerraría, entre otras cosas, -derrotar al principio de solidaridad que es la base de las lógicas sociales que nos vieron nacer como organizaciones gremiales. El esquema de unión solidaria de todos los aportes y contribuciones -de manera que la suma total equilibre, compense y permita garantizar el acceso a la salud a todos con la misma calidad- sigue siendo clave para nuestro sueño eterno de una sociedad con justicia social.
El eje de la política sanitaria (que, claramente, abarca mucho más que “el sistema”) debe ser conceptualmente antropológico. Porque lo cierto es que nunca alcanzará el recurso si seguimos tensando la cuerda de la oferta y la demanda para garantizar acceso a la salud, y porque el Decreto 508 mutó enérgicamente esa ecuación hace doce años, al eficientizar y transparentar nuestro subsector que, sin embargo, hoy sigue siendo fuertemente criticado, no interpretado cabalmente y desvirtuado.
Hoy el trabajador conoce sus derechos como paciente, quiere cobertura de salud para los suyos, quiere que su núcleo sea atendido ante la enfermedad. El problema no está en la desregulación, está en la inequidad, en la carencia de prestaciones efectivas, en la manifiesta incapacidad de estar a las alturas de las circunstancias.
Doce años después del Decreto 504/98, la teoría del descreme es un arcaísmo. Ya es hora de hablar, desde las dirigencias, de gestión de calidad con la prestación de salud. Porque comienza a correrse el serio riesgo de acabar -con esta ineficacia, ineptitud y negación- nada menos que con el propio sistema de seguridad social. Una vez más: la visión tiene que ser una visión filosófica de valores, en la que el ser humano, nada menos, sea el centro, el eje, de la política.
1.El Decreto 504/98 estableció la sistematización y adecuación de la reglamentación del derecho de opción de cambio por parte de los beneficiarios del Sistema Nacional del Seguro de Salud.
2.Esa defensa incluye habitualmente la defensa de la transferencia de recursos de la seguridad social a la intermediación financiera, o al sector privado, o a empresas de medicina prepaga, lo que considero improcedente: está rotundamente mal. Equivocan el significado de progreso, equidad y valor que la opción de cambio encarna.