12 Mar El legado de Ariel Sharon
Por Oded Balaban
Los obituarios ante la tumba fresca de Ariel Sharon (1928-2014) reflejan las ideas de quienes las sostienen, pero no necesariamente su concepción política y militar. Uno de sus allegados, líder de la izquierda israelí, Yossi Sarid, dice saber de primera mano la mala opinión que tenía de algunos de los que hoy lo elogian, y que si Sharon no hubiera caído en coma en enero de 2006, sería evocado como el liberador de Palestina. A quienes lo recuerdan sólo como un militarista, los siguientes datos acerca de su actuación junto a aliados y frente a enemigos deberían despertarles dudas.
En la Guerra de Yom Kipur (1973), como comandante de infantería, Sharon desacató la orden de hacer rendir a la Tercera Armada egipcia estacionada en la península del Sinaí, salvando el honor del ejército egipcio. La guerra quedó inconclusa. Así se facilitó el éxito de las negociaciones de separación de fuerzas, luego la dramática visita de Sadat a Israel en 1977 y, finalmente, la firma de paz con Egipto. Sadat, consciente de este rol de Sharon en la guerra, al aterrizar en Israel, preguntó si éste estaba entre los presentes. En el caluroso apretón de manos, Sadat le dijo: “Te quise atrapar en el canal”, a lo que Sharon respondió: “Ahora puedes atraparme como amigo”. Luego, ambos líderes mantuvieron una amistad estrecha que incluía iniciativas de ayuda agrícola y asesoramiento militar.
Para Sharon, Yasser Arafat era un obstáculo para la paz e intentó debilitarlo en la Guerra del Líbano (1982), a fin de reforzar a los dirigentes que residían en los territorios ocupados, a quienes estimaba partidarios de una paz estable. La idea de Sharon era presionar a Arafat para obligarlo a huir a Damasco, lo que entonces se denominaba “internar al ratón en la jaula siria”. Bajo la sujeción del presidente sirio Hafez al-Assad, Arafat quedaría neutralizado. Fue el primer ministro Menajem Beguin quien salvó su liderazgo al ordenar no avanzar sobre su cuartel central en Beirut. Frente a la decisión de Beguin, Sharon reclutó a Yitzhak Rabin, entonces miembro de la oposición, quien en una visita aérea al frente declaró lo que Sharon quería escuchar: que era necesario reforzar el bloqueo a Beirut y cerrar la ruta Damasco-Beirut. Finalmente, contra la recomendación de Sharon y Rabin, Beguin ordenó “liberar” a Arafat, que se retiró de Beirut armado y con sus hombres como victorioso.
En enero de 1988, Sharon afirmó que Israel debía asumir parte de la responsabilidad por las consecuencias de la guerra de 1948, y rehabilitar a su cuenta 15.000 refugiados palestinos dentro de la línea verde (línea de armisticio de 1949), incluyendo el compromiso de ofrecerles vivienda y trabajo.
A raíz de ataques terroristas en 2002, como primer ministro, presionado por la opinión pública y la oposición, Sharon inició con vacilación la construcción del muro de separación entre Israel y los territorios ocupados. Nunca terminó de construirlo. Suponía que un muro pondría en peligro su idea de una coexistencia futura basada en la apertura de fronteras. Sharon expresaba en estilo de derecha lo que otros decían en lenguaje de izquierda: “Hay que obligar a los árabes a vivir en convivencia con nosotros”, decía. Que es, en la misma medida, decir que hay que obligarnos a nosotros mismos a convivir con ellos.
La retirada unilateral de Gaza (2004) fue un gesto de buena voluntad para impulsar el proceso político. Ordenó no destruir viviendas e instalaciones agrícolas para beneficio de los refugiados palestinos, a diferencia de la retirada de Sinaí tras la paz con Egipto, cuando Beguin ordenó destruir la ciudad de Yamit.
En aquellas circunstancias, la retirada era un mal menor. Porque Sharon, durante casi toda su carrera política, apoyó la creación de asentamientos. Él veía “rehenes de paz” en los colonos. Así como los ciudadanos árabes de Israel prefieren fronteras abiertas, así lo querrían los ciudadanos judíos de Palestina. Pero los colonos, careciendo de voluntad de integrarse como ciudadanos del futuro Estado, no han hecho esfuerzos por ganarse la simpatía de la población árabe, impidiendo así la reconciliación.
Bajo la condición de una paz verdadera, Sharon estaba dispuesto incluso a dividir a Jerusalén. Tal como se reveló recientemente, si los palestinos se comprometían a combatir el terrorismo, propuso transferir los barrios árabes de Jerusalén a soberanía palestina. Jerusalén debería ser una ciudad unida que sirviera como capital para dos países, a condición de que no se transforme en una segunda Berlín.
Sharon se opuso a basar la seguridad del país en armas nucleares. En su biografía, sostiene que no comprende a aquellos que creen en un “balance de horror”. Sus palabras aludían con claridad a la política de Shimon Peres, actual presidente, quien sostiene que “el balance de terror superará la hostilidad”. Contrariamente a las conclusiones de la teoría de juegos de los laureados con el Premio Nobel Israel Aumann y Thomas Schelling, quienes en los años 60 y 70 fueron los teóricos de la perpetuación de la Guerra Fría, Sharon sostenía que es irracional delegar la seguridad del Estado en manos del juicio racional del enemigo. Vivir bajo amenaza nuclear no era, para él, una opción de convivencia.
Según su hijo Gilad Sharon, las categorías de izquierda y derecha no tienen vigencia para explicar la política de su padre. ¿Cómo entenderla entonces?
Un primer paso consiste en distinguir entre resultados e intenciones. Según Kant, los resultados de nuestra acción no nos pertenecen con exclusividad. Sólo las intenciones son totalmente nuestras. Los resultados pertenecen tanto al autor como a sus rivales. Para evaluar la política de Sharon, fallecido el 11 de este mes, intenté distinguir entre sus intenciones y las de sus rivales y enemigos. Este desafío intelectual merece desarrollo. Una biografía política de Sharon según estos criterios está aún por escribirse.
LA NACION