31 Mar El éxito del fracaso: por qué los errores pueden fomentar la innovación
Por Sebastián Campanario
Un joven veinteañero entra con una sonrisa a su casa y les grita a sus padres: “Mamá, papá: fracasé. La carrera que elegí es un desastre”. Sus padres se miran, sonríen y lo abrazan: “Estamos orgullosos de vos”.
Aunque exagerada, la escena podría servir para un comercial de uno de los mantras que vienen ganando protagonismo en el terreno de la creatividad: el de la “puesta en valor” de los errores, como un mecanismo de aprendizaje y superación. Los libros sobre “el éxito del fracaso” se acumulan, están apareciendo cátedras en escuelas de negocios sobre este tema, hay teorías evolutivas al respecto y uno de los modelos para nuevos emprendimientos de moda, el Lean Startup, tiene a los errores -cuanto más rápidos y a bajo costo, mejor- como piedra angular para llegar a buen puerto.
“El primer paso es admitir que uno, por lo general, está equivocado, y eso es más difícil de lo que parece”, cuenta a la nacion Alexis Caporale, un ex estudiante de ingeniería química de 24 años que en 2010 fundó junto a su hermana la compañía Bixti, una tienda online de productos de artesanos y diseñadores independientes que en 2012 se vendió a la brasileña Elo7. “En Bixti tuvimos muchos fracasos”, dice Caporale, que aplicó la metodología Lean a su emprendimiento.
“La forma de trabajo Lean tiene un verbo clave: iterar. Esto significa modificar una de las variables de la ecuación en forma controlada para ver cómo impacta en el resultado, o sea, ir cambiando una cosa por vez -no todo de una- para poder ir validando la hipótesis a través de información clara y no depender de subjetividades”, explica el joven empresario, que además da clases de Emprendimientos en Ingeniería de la UBA, forma parte de Trimaker, un proyecto que desde la Argentina hace impresoras 3D para todo el mundo, y es el referente para temas de energía del Instituto Baikal.
Para esto, hay que generar un producto mínimo viable (MVP, por sus siglas en inglés) que permita poner a prueba una idea al costo más bajo. Esto sirve para fallar lo antes posible sin perder plata y tiempo, recursos escasos en cualquier startup. Un ejemplo concreto es determinar si a los clientes de un sitio les importa más la calidad o el precio de los productos; o si se verán más atraídos por descuentos, recomendaciones de amigos o envíos gratis. Caporale y sus socios se preguntaron por este último dilema en los orígenes de Bixti y, para responderlo, se la pasaron semanas “regalando” los envíos, ellos mismos, en bicicleta, por toda la ciudad.
Lean Startup se hizo famoso porque su autor, Eric Ries, logró condensar en forma muy simple y práctica varios conceptos de una metodología ágil que tiene varios años de desarrollo. Ries no inventó ninguna fórmula, pero logró condensarla y comunicarla en forma clara y efectiva, sobre todo para las startups de Silicon Valley que buscan crecer rápido con poco capital.
En un reciente libro aún no traducido al castellano, The Up Side of Down (El lado bueno de las caídas), Megan McArdle rastrea los orígenes evolutivos de la intolerancia al error. “Miles de años atrás, en una sociedad de cazadores y recolectores, los fracasos se olvidaban rápido, por una cuestión de supervivencia. El nacimiento y desarrollo de la agricultura promovió un énfasis en la responsabilidad personal: aquellos que trabajaban menos o lo hacían en forma deficiente debían sufrir algún tipo de castigo”, explica McArdle. La autora destaca que todo el sistema educativo y laboral de los siglos siguientes se construyó aumentando el miedo y la aversión a cometer errores. “La escuela no debería perseguir la perfección en las pruebas y exámenes, sino fomentar la experimentación y la resiliencia ante fracasos”, sostiene.
Los estudios sobre “genios creativos” muestran que la tasa de éxitos está correlacionada con un alto número de fracasos previos. Orson Welles comenzó a filmar El otro lado del viento en 1970, la siguió modificando hasta su muerte, en 1985, y la película jamás se estrenó. Axl Rose invirtió 15 años en arreglar la canción “Chinese Democracy”, que mostró recién en 2008, cuando varios de los miembros originales de Guns N’ Roses ya se habían retirado de la banda. Las biografías de varios de los escritores más exitosos del último siglo, como Stephen King, John Grisham o J.K. Rowling están repletas de fracasos estrepitosos que se suceden una y otra vez. Thomas Alva Edison, la quintaesencia del inventor e innovador, pasó mucho más tiempo de su vida intentando lograr un método para separar metales -sin éxito- que con la lamparita. Edison, que acumuló más de mil patentes en su vida -un invento cada 15 días- fue un fracaso en la escuela primaria: sus profesores lo consideraban “estéril e improductivo”.
En el mundo corporativo, la aversión a los errores suele provocar estragos sobre los procesos de decisión, y mucho más sobre la innovación. Por eso, hay compañías que están creando “premios al error del año”, o fomentando prácticas como repartir al principio de cada ciclo una o dos cartas que sirvan para obtener un “perdón” si una determinada iniciativa no sirve, sin costos personales. Así, en las evaluaciones de fin de año, se restan puntos si no se utilizan, ya que se considera que no hubo toma de riesgos.
“Muchos altos gerentes sueñan con convertirse en millonarios con un proyecto personal para abandonar la carrera corporativa. Pero la mayor parte de ellos nacieron y se desarrollaron en una empresa grande, con lo cual no tienen ni la menor idea de cómo gestionar un emprendimiento propio. En estos casos, sirve la metodología Lean Startup, para darse cuenta de si una idea es buena o no, a bajo costo y sin echar a perder el camino ya recorrido”, explica Andrés Hatum, director del Centro de Investigación Grupo RHUO del IAE Business School y autor de Yrrupción (Temas).
“Hoy en día, en nuestra cultura, el fracaso es prácticamente la muerte civil, por eso los proyectos se estiran hasta el infinito, cuando en realidad lo lógico o más eficiente sería aceptar la caída, aprender y empezar de nuevo”, cuenta ahora Mariano Mayer, director de Emprendedores de la CABA.
Mayer cree que, “si no se logra este cambio cultural, es muy difícil que la gente se anime y se arriesgue a emprender e innovar. Quizá debiéramos empezar por hablar no tanto de fracaso sino de falla, de error”. O filmar un comercial como el del primer párrafo de esta nota, para quitarle dramatismo a la situación.