El dominio de las conexiones

El dominio de las conexiones

Por Ana María Vara
¿Internet nos hizo más libres? ¿O nos colocó en una trama en que estamos más sujetos a coerción, a que distintos intereses afecten nuestras ideas y nuestras acciones? Por la segunda opción parece inclinarse Manuel Castells, el sociólogo catalán que hizo carrera entre Francia y Estados Unidos hasta convertirse en el quinto académico más citado, según la base de datos Social Science Citation Index, detrás de Anthony Giddens, Robert Putnam, Jürgen Habermas y Ulrich Beck.
¿Quién decide y quién se beneficia con la interconectividad que ofrece la sociedad-red, este nuevo modo de organización que abarca todo el planeta y hace pie en tierras reales y virtuales? Ésa es la pregunta central de Comunicación y poder , un tratado de casi 700 páginas donde Castells avanza en líneas ya esbozadas en su trilogía de referencia, La era de la información , publicada hace quince años y traducida a 22 idiomas. Resulta fundamental en su propuesta el carácter relacional del poder: nadie lo tiene de manera inmanente, nadie -ni una persona ni un grupo- es poderoso en sí y para sí, sino que acumula poder en la medida en que puede imponer su voluntad sobre otros, apoyándose en “la capacidad estructural de dominación integrada en las instituciones de la sociedad”.
Ahora bien, no estamos ante una estructura única ni rígidamente jerárquica. A las redes financieras, que en tiempos de crisis global parecen dominarlo todo, se oponen las políticas, que tienen la capacidad de regular los mercados. La política, a su vez, depende en alguna medida de las redes de medios masivos, donde discurre parte de la discusión electoral y la formación de opinión pública. Y los medios requieren la publicidad que llega desde el poder económico y financiero. Que, a su vez, está vinculado con el poder militar. Pero no se trata de trasladar la responsabilidad de una red a otra en una trayectoria circular, ni de ascender a la cima de la “Fuente del Poder” entendida como una entidad singular. En tanto son varias las redes que participan, con diferentes habilidades y pesos, en la contienda general, el poder surge de múltiples relaciones y en tensión permanente entre diferentes estructuras.
Hay para Castells cuatro formas de ejercer poder en las nuevas sociedades globalizadas a través de los vínculos informáticos. El primero es el poder de “conectar en red”: la capacidad de ciertos actores de crear las conexiones y de incluir o excluir a otros, a través de estrategias de filtro, “para impedir el acceso a aquellos que no añaden valor a la red o ponen en peligro los intereses dominantes en sus programas”. El segundo es el “poder de la red”, que tiene que ver con qué estándares se establecen: Castells lo ilustra con el Consenso de Washington entendido como “principio operativo de la economía de mercado global”. El tercero es el “poder en red”, que depende de la capacidad de articular una red con otra, cambiando de estrategia en el pasaje. Su ejemplo preferido es el capitalista de los medios Robert Murdoch, que en Estados Unidos ofrece ideología a los republicanos, mientras financia a los demócratas, estableciendo conexiones entre las redes mediáticas, políticas y financieras de modo de conseguir una regulación cada vez más laxa para su consorcio.
El cuarto y más fundamental es el poder de establecer la red, incorporando en su diseño los propios intereses. Al catalán le gusta mencionar los acuerdos de Bretton Woods, que dieron origen al Fondo Monetario Internacional; o la creación de la Organización Mundial de Comercio: estas instituciones no representan los intereses de todos los involucrados sino de quienes las fundaron, Estados Unidos y algunos países europeos. Apoyándose en metáforas informáticas, Castells resume su propuesta en dos mecanismos básicos como se ejercen estos cuatro poderes: dando forma a una red, tarea del “programador” o ” programmer ; o controlando la relación entre redes, a cargo de un “enlace” o ” switcher .
Pero donde hay poder hay resistencia, dice también Castells en referencia foucaultiana. No hay dominación que no sea desafiada: no hay red que no incluya un contra-poder. Aquí Castells abreva de una línea de trabajo previa, histórica en su trayectoria: el estudio de los movimientos sociales y otros actores de la sociedad civil, hoy globalizados en redes transnacionales capaces de impactar en los planes de empresas, gobiernos y organismos internacionales. Es menos convincente en su argumentación, aunque el caso de la reforma de Nike a partir de la denuncia de trabajo infantil de sus proveedores, o la reducción de la deuda de países muy pobres por la acción del movimiento Jubileo 2000, abren una grieta esperanzadora.
Dos últimos aspectos destacables de Comunicación y poder : el mapeo minucioso de la propiedad concentrada de los medios globales y la incorporación de enfoques provenientes de la neurobiología, en particular los trabajos de Antonio Damasio sobre las bases emocionales de las decisiones racionales. Tácitamente, esos capítulos nos reenvían a la Obertura del libro, el comienzo de todo para Castells: las anécdotas de su activismo estudiantil en la España de Franco, cuando repartía folletos mal impresos en los barrios obreros. “Lo que entonces intuía, y ahora creo, es que el poder se basa en el control de la comunicación y la información, ya sea el macropoder del Estado y de los grupos de comunicación o el micropoder de todo tipo de organizaciones”, confiesa. Antes y ahora parece moverlo cierta urgencia ante la distribución desigual de los bienes tangibles e intangibles y un rechazo por aquellos que quieren apropiarse de la palabra.
LA NACION