23 Mar Cuando el futuro mira al pasado
Por Adriana Franco
La nostalgia, la pasión por lo retro, la manía del reciclado marca hoy el pulso de la música pop. Bandas tributo, artistas que confiesan sus influencias como carta de presentación, reediciones y colecciones completas de todo lo que grabaron algunas vez los popes de la era dorada del rock -incluso aquellos materiales que los mismos artistas descartaron en su momento-, grupos que regresan, discos enteros presentados en vivo décadas después de su edición, documentales, exposiciones.
El rock es hoy parte de la historia, pero en esta canonización parece haber perdido su impulso vital, aquella pulsión de futuro, de búsqueda de lo distinto que fue motor en los años sesenta y setenta. No sólo parece haber disminuido la marcha sino haber operado un cambio de dirección. El siglo XXI no mira ya hacia adelante sino hacia atrás.
Ésta es la materia de estudio, la hipótesis que plantea Retromanía. La adicción del pop a su propio pasado , del crítico musical británico Simon Reynolds. Se trata de un libro ameno y apasionante para todo aquel que disfrute de la música popular pero también de la reflexión sobre ella, ya que Reynolds combina una interesante dualidad: es un fan de la música y un apasionado por el pensamiento. Así, las referencias teóricas (de Walter Benjamin a Pierre Bourdieu, de Jacques Derrida a Alain Badiou) siempre son llevadas al terreno concreto, al aquí y ahora del escuchar música.
El libro está dividido en tres grandes secciones. La primera parte, titulada “Ahora”, se centra en el presente: viaja a los museos del rock (el de Londres, el Rock and Roll Hall of Fame estadounidense) en los que, fijado en su pasado, el rock más que en ningún otro lado pierde su ritmo y se detiene en la proliferación de las bandas tributo y en las incontables y exitosas reuniones. Al plantear la importancia de las nuevas tecnologías, comienza por analizar la posibilidad del acceso casi ilimitado que trajo Internet y YouTube con su infinita reserva de música de todos los tiempos al alcance de un clic, y en el iPod como el dispositivo que convirtió el coleccionismo en una práctica al alcance de todos, con las ventajas y sin las molestias de tener que revolver bateas en disquerías de usados.
Pero las ventajas tienen también su “maldición”. Reynolds cita a Andreas Huyssen y su “epidemia de la memoria” para describir este presente en el que el peso del pasado aplasta las nuevas creaciones. Así es como, desde hace unos años, los artistas parecen estar siempre buscando las influencias hacia atrás: “bandas de coleccionista de discos” las llama, tan adecuadas para estos tiempos en los que observa una “lenta pero constante desaparición del imperativo artístico de ser original” que caracterizó a las búsquedas musicales de los años sesenta y setenta.
En la segunda parte, “Ayer”, emprende la búsqueda de las raíces de esta tendencia, el momento bisagra en el que la cultura comenzó a mirar hacia atrás y, valiéndose de la moda, ubica ese punto en los finales de los años sesenta. Desde allí, describe los movimientos culturales como parte de un proceso compuesto por ritmos de manía y nostalgia, de aceleración y desaceleración y señala tres grandes hitos: la primera desaceleración la ubica a principios de los años setenta; la segunda, hacia 1983, justo después del punk y su estallido aún vital, y la tercera a fines de los ochenta con el surgimiento del grunge .
Finalmente, en “Mañana”, parte final del libro, intenta atisbar el futuro. Como fan también de la ciencia ficción se demora un rato en las construcciones pasadas del futuro, en cómo se pensaba el año 2000 en los tiempos de los inicios del rock. En cuanto a las prácticas musicales, se interroga sobre qué terminará generando el uso extendido del sampler y las técnicas de grabación que convierten las músicas registradas en experimentos de laboratorio, tanto los mash ups que arman nuevas “canciones” con retazos sonoros de otras (con The Grey Album , de Danger Mouse, como paradigma al ser la combinación del Álbum blanco de los Beatles y The Black Album de Jay Z) o los programas como el Sound Replacer que permite que se “copien” los sonidos de los “maestros”.
Sin embargo, y aunque cita a algunos que ven en la disponibilidad una forma de la libertad, Reynolds tiende al pesimismo. Según él no ha surgido en los últimos años ningún movimiento o género en el pop que tenga la fuerza y la vitalidad de rock de los años sesenta, del punk de los setenta o del movimiento rave , escenas que trascendieron lo musical para completarse con léxicos, rituales, costumbres y rasgos propios. Así, concluye, la posibilidad de almacenamiento, copia y distribución que trajeron las tecnologías no se materializó en algo nuevo. La “adrenalina” de los años 00 dice “es el tránsito sin fricciones y casi instantáneo dentro de redes, sistemas de archivos y demás, entendido como lo opuesto a la adrenalina del futuro de los sesenta (disparada hacia el exterior, hacia lo desconocido)”. En esta paradójica combinación de velocidad y falta de novedad que caracteriza la digicultura nos encontramos. El futuro ya llegó, cantó el Indio Solari, pero no como lo esperábamos.
LA NACION