Adiós a la siesta: España cambia sus hábitos para ser más eficiente

Adiós a la siesta: España cambia sus hábitos para ser más eficiente

Por Jim Yardley
Provistos de un barril lleno de cervezas Mahou, Jorge Rodríguez y sus amigos se apoltronaron hace un par de noches a ver fútbol en el bar madrileño Mesón Viña. Una pareja se hacía mimos en una mesa cercana, ajena a lo que ocurría a su alrededor, mientras la moza repartía tortillas de papa y otros pedidos para la cena. Eran las 10 de la noche, y sólo entonces empezó el partido.
No es algo inusual en España. Aunque a esa hora en otros países la gente se prepara para irse a dormir, la noche de los españoles (que suele extenderse hasta la una de la madrugada) sólo empieza a las 10, cuando se sirve la cena y comienza el horario central televisivo. Las encuestas muestran que entre la medianoche y la una de la madrugada, casi un cuarto de la población española está sentada frente al televisor.
España sigue funcionando con su reloj y ritmo propios, pero ahora que intenta recuperarse de su devastadora crisis, y en ausencia de soluciones fáciles, gana fuerza un movimiento pro eficiencia, según el cual el país podría ser más productivo y estar más en sintonía con el resto de Europa si regularizara más sus horarios.
Sin embargo, lo que podría sonar como pura lógica para muchos extranjeros, implicaría un cambio fundamental en la vida de los españoles.
Durante décadas, muchos han tomado largos descansos de mediodía para almorzar y dormir la siesta. Con un nuevo esquema horario, esa costumbre se vería acotada a una hora, o incluso menos.
Los programas de televisión deberían programarse una hora más temprano, y el elástico día laboral español sería reemplazado por un horario más parecido al de 9 a 17.
Parte de los cambios propuestos incluyen cambiar la zona horaria, retrocediendo una hora los relojes. España saldría de la zona que incluye a Francia, Alemania e Italia, y se uniría a su franja geográficamente natural con Portugal y Gran Bretaña. “Necesitamos una cultura de la eficiencia”, dijo Ignacio Buqueras, el más abierto defensor de un cambio en los horarios de los españoles. “España tiene que romper con los malos hábitos que acumuló durante los últimos 40 o 50 años.”
Por el momento, el gobierno de España trató esta campaña con seriedad. En septiembre, una comisión parlamentaria recomendó que el gobierno apoye retrasar una hora los relojes e introducir una jornada laboral estándar de ocho horas. Hasta ahora, el gobierno no aplicó la medida.
El día laboral abreviado por la siesta es un cliché español, aunque no necesariamente tiene anclaje en la realidad. Por el contrario, muchos españoles de los grandes centros urbanos se quejan de su interminable jornada laboral, que empieza por la mañana, pero se ve interrumpida por la tradicional pausa de media mañana y, luego, otra vez por el horario de almuerzo.
Muchos dicen que si los trabajadores regresan a sus puestos a las 16 (el almuerzo empieza a las 14), terminan trabajando hasta muy tarde, especialmente si el jefe también se toma un receso largo y luego trabaja hasta la noche. “Estos horarios de trabajo no son buenos para la familia”, dice Paula Del Pino, abogada de 37 años y madre de dos chicos, que también dice que una jornada laboral de 8 a 17 aliviaría esa presión.
“La sociedad española es todavía muy anticuada. Los que tienen puestos de poder son anticuados y les gustan las cosas así como son”, agrega Del Pino.
Esos horarios nacionales se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando el dictador Francisco Franco adelantó los relojes para alinearse con la Alemania nazi, como también ocurrió en la vecina Portugal. Tras la caída de Hitler, Portugal retornó al GMT (Tiempo Medio de Greenwich), pero España no.
Durante las primeras décadas de su gobierno, Franco ordenó que las estaciones de radio difundieran noticias y propaganda del régimen dos veces al día, en coincidencia con los horarios de almuerzo (a las 14.30) y cena (a las 22). En la década de 1950 llegó la televisión, que siguió el mismo mandato: la programación diaria del único canal, el estatal, terminaba a medianoche con el tradicional himno nacional y un retrato de Franco.
“Y ahí sí, todos podían irse a la cama a procrear”, dice Ricardo Vaca, ejecutivo en jefe de Barlovento Comunicaciones, una consultora de medios radicada en Madrid.
Hacia la década de 1990, con la transición de la España posfranquista hacia la democracia ya muy encaminada, la televisión también empezó a evolucionar.
Vaca explica que las nuevas redes de medios privadas, deseosas de sacar ganancia de los programas más vistos, los alargaron y extendieron el horario central hasta altas horas de la noche, incluso de madrugada. Actualmente, agrega Vaca, las encuestas muestran que a la 1 de la madrugada todavía hay 12 millones de españoles viendo televisión.
Buqueras sostiene que cambiar los actuales usos del tiempo sería un beneficio para las madres trabajadoras, permitiría a las familias pasar más tiempo juntas y ayudaría a la recuperación de la economía.
“Si España tuviera horarios más razonables, el país sería más productivo”, señaló.
De todos modos, la teoría de que un horario más tempranero y reglamentado se traduciría en una mayor productividad está en discusión. El grupo de Buqueras dice que los trabajadores españoles pasan más tiempo en el trabajo que los alemanes, pero completan sólo el 59% de sus tareas cotidianas. Pero medir la productividad es una ciencia imprecisa, y mientras los expertos dicen que la productividad española es muy baja, España supera el rendimiento de muchos países europeos en algunas actividades, según Eurostat, la agencia de estadísticas de la Unión Europea.
“Esas siestas de tres horas no existen”, dijo Carlos Angulo Martín, que supervisa los análisis sociales en el Instituto Nacional de Estadísticas en Madrid. Ni tampoco son uniformes las costumbres en todo el país, afirmó Martín, al señalar que en Cataluña los almuerzos y horarios de trabajo están más alineados con los del resto de Europa.
En el bar Mesón Viña, Rodríguez, un empleado bancario, y sus amigos hablaron de los horarios de los españoles. A uno de ellos, Miguel Carbayo, de 26 años, la sola idea de un almuerzo sin siesta lo deprime.
“¿Reducir el horario de almuerzo?”, se preguntó Carbayo. “No, me opongo rotundamente. Comer no es cualquier cosa. Alimentarse no es cualquier cosa. Nuestra cultura y nuestras costumbres son nuestra manera de vivir.”
Pero admitió, de todos modos, que acortar el horario de siesta sería aceptable.
LA NACION