“Vamos a ver nacer nuevas formas literarias”

“Vamos a ver nacer nuevas formas literarias”

Por Diana Fernandez Irusta
Conocido como la era de las revoluciones, el siglo XIX fue también el gran momento de los diccionarios, las enciclopedias, las colecciones de libros. Un tiempo en que la arrolladora expansión de la palabra escrita daría a la modernidad su mejor herramienta, ampliaría el universo de lectores a niveles impensables hasta esos días y, además, prepararía el advenimiento de la cultura de masas. “Revolución cultural silenciosa”: así denomina el estudioso francés Jean-Yves Mollier la subterránea pero rotunda transformación de las mentalidades que, de la mano de la escolarización y atravesada por una época de convulsiones políticas, construyó ese tipo de subjetividad que en buena medida aún nos sigue determinando.
Doctor en Letras y Ciencias Humanas, profesor en la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines y especialista en la historia del libro, Mollier ha investigado los diversos modos en que la cultura letrada influyó en la vida cotidiana de los siglos XIX y XX: desde el desarrollo de la edición hasta la proliferación de manuales escolares y libros de texto, “biblias laicas” con una insuperable capacidad para unir lo diverso y construir aquella novedad, la noción de ciudadanía.
De paso por Buenos Aires, donde presentó La lectura y sus públicos en la edad contemporánea (Ampersand), habló con adncultura sobre las paradojas, promesas y enigmas que se abren en una época en que el casi omnipresente brillo de las pantallas convive con la insistente huella de la decisiva “edad del papel”.
-Si en el siglo XIX se inició una “revolución cultural silenciosa”, ¿en qué punto de ese proceso estaríamos hoy? ¿Transitamos su continuidad, su epílogo? o algo completamente distinto?
-Estamos, por cierto, en una nueva etapa. En 1900, cuando el conjunto de Francia ya estaba alfabetizado, no se había previsto el fenómeno del semianalfabetismo: el hecho de haber sido alfabetizado y después olvidar todo lo que se ha aprendido en la escuela. Actualmente -y esto me hace menos optimista de lo que podría haber sido hacia 1900- todas las sociedades desarrolladas conocen ese flagelo que no había imaginado el siglo XIX. En contrapartida, algunas categorías sociales que no leían han sido reconquistadas para la lectura gracias a los dispositivos electrónicos. Por ejemplo, en Japón, donde los pedagogos pensaban que los jóvenes iban a leer cada vez menos, el manga [historieta] y los celulares dieron lugar al keitai shosetsu , un tipo de relato que sólo se lee en ese soporte. Se podría decir que, después de todo, con el celular se lee (aunque no se lea lo mismo que se leería en un libro de 200 o 300 páginas). Agrego un tercer aspecto. Desde hace pocos años venimos constatando, sobre todo en Estados Unidos, que se lee novela en los celulares. Las novelas sentimentales de la colección Harlequin, por ejemplo, son las que más se leen en esos dispositivos. Entonces, para responder enteramente a su pregunta: la primera revolución cultural de la historia consistió en que los hombres y las mujeres que no leían se convirtieron en lectores. Para decir que hay una nueva revolución cultural, habría que tener pruebas estadísticas que digan que se ha conquistado determinada categoría de lectores. Pero, fuera del ejemplo japonés, lo que se puede verificar es que son los mismos lectores los que leen en papel y en pantallas. Es difícil hacer previsiones a futuro.
-¿Cómo explicar la irrupción del semianalfabetismo en el mundo desarrollado?
-Probablemente se deba a que la calidad de la escuela primaria empeoró. En vez de concentrarse en el aprendizaje de la lectura, los docentes quieren impartir conocimientos en todos los ámbitos. Hay reformadores pedagógicos que están trabajando sobre las maneras actualizadas del aprendizaje de la lectura, pero esa explicación técnica no basta. Porque esos semianalfabetos se observan en los medios sociales menos favorecidos, donde los niños no llegan a entender que la lectura puede ser un elemento liberador. Es difícil para los pedagogos explicarles que la escuela es lo que llamamos “un ascensor social”. Creo que ése es el problema fundamental que los docentes encuentran en Francia hoy en día.
-¿Pero en el siglo XIX, cuando con el aumento de la tirada de libros y diarios se iniciaba el circuito de lo masivo, había realmente una percepción del acceso a la escolaridad como vía de ascenso social?
-La cultura de masas no se desarrolló necesariamente para mejorar los desempeños escolares. La cultura de masas es la consecuencia del advenimiento de las industrias de la recreación, las industrias culturales. Había un vínculo necesario, porque para leer el diario era obligatorio haber pasado por la escuela. Se armaba, entonces, una identidad de la escuela como fundamento para el entretenimiento y para el acceso al conocimiento impreso. En esos tiempos los intereses de los industriales de la cultura y de los animadores sociales eran prácticamente los mismos.
-En sus ensayos, usted establece un vínculo entre la divulgación de la escritura y la consolidación del sistema democrático. ¿Cómo pensar la actual crisis de la democracia representativa?
-Las causas de esa degradación son difíciles de establecer. Son causas múltiples, no hay una sola. En los hombres y las mujeres del siglo XIX había un ideal democrático. Las sociedades llegaron al mismo tiempo al derecho al voto, a la promoción social, al derecho a la educación? todo estaba vinculado. Era una conquista. Si vemos las estadísticas de votantes en 1848 en Francia, la primera vez que los hombres pudieron votar, eran miles las personas que hacían fila para emitir su voto. Creo que, definitivamente, ésa es una imagen del pasado; en el presente necesitamos campañas de sensibilización para que los votantes acudan a votar.
-¿Por qué las críticas al folletín y la literatura popular decimonónicos resultan tan parecidas a las que hoy reciben, por ejemplo, los video juegos?
-Todas las novedades comportan un movimiento de adhesión y un movimiento de rechazo. En el siglo XIX las cosas eran más simples. Cuando aparece el folletín en los diarios, se ve claramente que los que tienen miedo son los sectores conservadores y la Iglesia católica. Tenían miedo de que toda la gente se pusiera a leer de golpe. Sobre todo, que las mujeres se pusieran a leer y dejaran el trabajo doméstico. O que los niños, por leer, no tuviesen ganas de trabajar. Lo mismo para el pueblo en general. Hacia 1900, en la mayor parte de los países europeos los conservadores acusaban a la lectura de inducir al crimen a las mentes débiles. ¡Suponían que, a fuerza de leer relatos de crimen en los diarios, algunas personas se volverían criminales! Esos temores desaparecen en el siglo XX y, con nuevas creaciones técnicas, nos encontramos con paradojas bastante sorprendentes. Desde el momento en que llegó la televisión y luego los videojuegos e Internet, empezamos a imaginar algo así como un paraíso perdido y a lamentar que hombres, mujeres y niños no pasen más tiempo leyendo. El verdadero problema reside en el desarrollo de un espíritu crítico, y eso sí parece perderse de vista. Le doy un ejemplo, ahora que estamos próximos a conmemorar el primer centenario de la Primera Guerra Mundial. En ese momento, en todos los países en guerra se había decretado oficialmente la censura. ¿Cuál era la reacción de los soldados franceses cuando leían los diarios? Rechazaban esa información; tenían para ella la expresión bourrage de crâne meter en la cabeza, a la fuerza, cosas sin sentido. Propusieron una solución que fue aceptada por los estados mayores militares: escribir sus propios diarios, los diarios de las trincheras. No revelaban información secreta militar, pero decían la verdad sobre lo que estaban viviendo. Escribían que la vida era dura, que había enfermedades, miedo, falta de descanso. Entre 1914 y 1918, con un soporte impreso y tiempo para escribir, desarrollaban esa capacidad de espíritu crítico a través de sus diarios.
-En relación con el universo editorial, ¿cómo entender la expansión de la industria frente a poblaciones que tienden a leer menos?
-Si consideramos la edición mundial, sus datos progresan. En los años cincuenta, en China no se leía, y hoy es la industria editorial más importante del mundo. En África prácticamente no se leía nada, y ahora se está desarrollando? Ése es el aspecto global. Distinto es si se miran los porcentajes país por país. Desde hace unos tres años, sobre todo en las naciones desarrolladas, hay un retroceso del dos o tres por ciento. Existe otro fenómeno: la transferencia de la industria del papel a la industria desmaterializada. Hay grupos editoriales que ya desarrollan el ochenta por ciento de su facturación en el ámbito virtual. Son los editores de revistas científicas, entre los que destacan Reed Elsevier, Wolters Kluwer y Thomson Reuters. Sus ganancias provienen de las bibliotecas universitarias de todo el mundo, que están suscriptas a revistas médicas, científicas, de informática. Ahora bien, volviendo a los editores que trabajan con el papel: en una coyuntura donde la facturación baja y la competencia se exacerba, la tendencia es editar cada vez más libros: desecar el mercado y, así, impedir que los competidores invadan sus sectores. Como el mercado ya no puede absorber tantos libros, la tirada de cada título baja considerablemente. Es bastante salvaje y bastante perverso, porque se corre el riesgo de decepcionar a los lectores, ofreciendo casi el mismo tipo de libros. La industria editorial es un ámbito en el que permanentemente se espía lo que hace la competencia. Y si bien las copias están condenadas judicialmente, el robo de ideas no existe como delito. O sea, basta con robar la idea modificando un texto para encontrar una solución financiera a unos cuantos problemas. En Francia, en septiembre tiene lugar la rentrée literaria, el momento en que se presentan los nuevos títulos. Es un momento mágico, donde se descubren los nuevos autores; luego, en noviembre, se entregan los premios literarios. Durante los seis meses previos, todos los editores están al acecho de ese mercado, y entre septiembre y octubre se ponen en venta unas 600 novelas nuevas. Unas 550 van a desaparecer: en dos meses se convertirán en papel viejo. Todo el mundo sabe que es muy estúpido hacer eso, pero todos lo siguen haciendo. Porque cada editor espera ser el que descubra al autor genial, el autor inspirado de la temporada.
-En su momento, los catálogos fueron tanto vehículos de emancipación como herramientas de control social. ¿Cuál sería su situación en la actualidad?
-Si uno habla de la censura, tiene que decir que nunca tiene el mismo rostro. Históricamente, comenzó siendo un fenómeno religioso; luego fueron los poderes civiles los que asumieron el control. Hoy la censura es sobre todo económica, una censura de mercado. El mercado no tiene ideología; trata de impedir aquello que lo perturba en su camino hacia el beneficio, y es ahí donde se ejercen los fenómenos de censura: cuando el mercado siente que están en riesgo sus ganancias. Esta censura de mercado rara vez se analiza, pero existe y es muy fuerte. Hay alguien que analizó muy bien el problema: André Schiffrin, que fue director de Pantheon Books. Sus libros están traducidos al español. Dejó la dirección de ese grupo en 1991, explicando que, como los nuevos propietarios eran representantes del capitalismo financiero, se introducía un gran cambio en la estrategia editorial. Querían un rendimiento del quince por ciento, mientras que los propietarios anteriores, ligados al mundo de la industria, se contentaban con beneficios del tres o cuatro por ciento. Ese cambio resulta fundamental a nivel del catálogo: si queremos efectivamente obtener quince por ciento de beneficio, es necesario hacer determinado libro muy definido, lo que se llama en la industria del cine un blockbuster , o sea, un best-seller . La consecuencia es que no se permitirá la llegada de autores jóvenes que puedan jugar sus chances. Schiffrin explica que antes de 1990 la regla en el mundo editorial era que un libro que generaba ganancias permitía costear los que daban pérdida. Los editores querían hacer negocio, pero abriendo el catálogo. Por el contrario, hoy en día el catalogo se cierra, hay una censura del mercado que quita posibilidades a formas de escritura diversas, extrañas, originales. Aunque el cierre de los grandes catálogos también es la felicidad de los pequeños catálogos. Porque grandes novelistas a veces publican con pequeños editores. Y está la literatura infantil y juvenil, que progresó notablemente en los últimos 50 años. Por supuesto que todo parte de industrias culturales que quieren ganar dinero, pero quieren hacerlo al mismo tiempo que permiten que los niños se desarrollen con esos libros. Ahí encontramos similitudes con el siglo XIX, cuando todo esto comenzó. La posibilidad de que algo sea un buen negocio y un aporte pedagógico; no tiene por qué haber oposición.
-¿En qué otras áreas de la actividad literaria o editorial encuentra motivos de optimismo?
-Pienso que en esta época de transición vamos a ver nacer nuevas formas literarias. Me explico: en la Antigüedad se escribieron muy bellas epopeyas, pero ya nadie escribe epopeyas; se escribieron grandes tragedias, pero ya no estamos en la era de las tragedias. Se escribieron magníficas novelas y se escriben todavía novelas? pero llegó el momento de escribir otras cosas. Algo que va a utilizar el texto, la imagen, el sonido, quizás el 3D, la interactividad, el diálogo con el lector? Estamos yendo hacia lo que pueden tener de muy positivo la computadora y las pantallas planas. Una de mis doctorandas está haciendo una tesis de historia cultural comparada entre Francia y Brasil, sobre autores que desde 2000 están trabajando con esas nuevas formas. Creo que es útil la idea de corte epistemológico, que Bachelard aplicó al mundo de la ciencia, para pensar el momento en que se inventa algo nuevo pero se utilizan conceptos antiguos, que no están adaptados a esa novedad.
LA NACION