28 Feb Un refugiado a tres bandas
Por Esteban Schoj
La mano derecha, esa que luce un anillo en el meñique, busca la llave de la taquera número 11 en el bolsillo trasero del pantalón. De adentro salen dos tacos, que son suyos. En uno, en la punta, descansa un guante elástico que espera el momento de ser calzado para jugar. Hay un tercer taco, el de Antonito: “Se lo guardo yo porque él vive en Avellaneda, y viene cada tanto.” También hay siete tizas pequeñas y una rectangular, más grande que todas las otras juntas. Toma uno de sus tacos, le pasa esta última tiza por la punta azul, con mucha suavidad, y vuelve a guardarlo.
Daniel Souto, 79 años, viste un traje color té con leche: “Me lo puse para la entrevista, si no vengo en camisa”, cuenta. Billarista amateur desde los 18, juega a tres bandas en “Los 36”, los lunes, martes, jueves y “algún que otro sábado”.
El Bar 36 Billares, en Avenida de Mayo al 1200, fue fundado en 1894. Es uno de los bares notables de Buenos Aires. En el subsuelo, en nueve mesas, se juega al billar. Arriba funciona el bar. O funcionaba, ya que hace unos días, esa parte del local bajó las persianas, se supone que por refacciones. Lo concreto es que el bar fue adquirido por la cadena de pizzerías La Continental. Mientras, siguen sonando abajo esos chasquidos secos que producen las bolas al chocar entre sí. La incertidumbre es no saber hasta cuándo.
Osvaldo Berardi, quien fuera campeón mundial argentino de billar, tiene la concesión del subsuelo hasta fines de 2015. “Tengo miedo por lo que pueda pasar después con este lugar”, reconoce Daniel, y entre risas que esconden un dejo de tristeza, se resigna: “La plata manda, viejo.”
Es un refugiado del paño. En efecto, cada vez hay menos clubes y lugares para jugar al billar en la ciudad: no llegan a diez. “Comencé a jugar en el Dante”, recuerda Daniel. En aquel bar de Boedo al 700 despuntó el vicio de las carambolas durante décadas, hasta que lo cerraron a fines de siglo. De ahí pasó a la Richmond, en Florida al 400. En 2011, la histórica confitería también cerró sus puertas. “Así que hace un par de años llegué a Los 36”, explica. Por supuesto, conocía el emblemático bar, aunque no era habitué. Ahora ya lo es. Taco en mano, pasa un cincuentón que grita: “¡Daniel Souto, el mejor de todos!”, al tiempo que llega Cacho Ledesma, el mozo, con los cafés: “¿Azúcar o edulcorante?” “Una y una”, responde el billarista. Cacho se encoge de hombros.
“Jugué en todos”, afirma Daniel con voz firme. Y enumera: “En el Boedo, en el Círculo de Once, en el Vergez, de Saavedra, en todos.” Vive en Congreso y llega caminando a “Los 36”, entre las 11:45 y las 12. “Me anoto, y espero que llegue alguien para jugar”, detalla. Juega un solo partido, “para no abusar”, y se va. Puede ser a 30 bandas, a 35 o a 40. “Depende el tiempo y la plata.” No apuestan; pagan a medias y se divierten. Y se va contento, gane o pierda, “porque la pasamos bien con los amigos”.
El bar 36 Billares ha recibido numerosas distinciones. En 1987, el Museo de la Ciudad lo reconoció como “testimonio vivo de la Memoria Ciudadana, por haberse mantenido hasta el presente conservando su carácter y decoración original”. Luego, en 1993, la Comisión del Centenario de la Avenida de Mayo lo homenajeó por su presencia en esa histórica avenida. Y en 1999, fue reconocido por la Comisión para la Protección y Promoción de Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables, de la Secretaría de Cultura porteña, en tren de “rescatar, salvaguardar y dar a conocer establecimientos que por características identifican a Buenos Aires y su cultura”. Un cartel en la puerta del café, al lado de la persiana baja, promete que las refacciones se harán “preservando el patrimonio histórico y cultural de la Ciudad de Buenos Aires” y que “los billares en el subsuelo continuarán abiertos en su horario habitual”.
Daniel tiene dos pasiones: su familia y el billar. Su hija, sus siete nietos y sus nueve bisnietos lo vuelven loco. Pide no hablar de su hijo, también Daniel, asesinado por la barra brava de Boca en 1985, pero está presente constantemente en su historia. Y si bien ruega que no sea su hijo el eje de la nota, pide: “Mencionalo, pero al final.” Para que se sepa, para que se lo recuerde.
Su otra familia, la de las tres bandas, espera que no cierren “Los 36”, pero si así ocurriera, aseguran que no harán nada para evitarlo: “Y, mirá, eso se respeta. Nos iremos al Boedo, o a Once.” Esté donde esté, la taquera no quedará cerrada. Tiza para afinar la puntería y a jugar, donde sea.
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