Santos: El pacificador de la nueva Colombia

Santos: El pacificador de la nueva Colombia

Por John Paul Rathbone
Durante gran parte de su carrera, Juan Manuel Santos ha estado en guerra. Ahora, el presidente de Colombia busca la paz. Sentado en su palacio presidencial de Bogotá, su tono es medido, sus gestos, controlados y su mirada, calma. Es el semblante inescrutable de un hábil jugador de póquer, lo cual es oportuno, ya que si la política es un juego de póquer, Santos acaba de apostar todo.
Durante los últimos 50 años, Colombia fue sacudida por sublevaciones de la guerrilla más antigua de América Latina. Pero en el pasado mes de septiembre, Santos inició conversaciones oficiales con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (las FARC) para intentar llegar a un acuerdo de paz. Si las conversaciones son exitosas, se pondría fin a un conflicto que se ha entrelazado con grupos paramilitares de derecha, desplazado a millones y causado la muerte de miles de personas. Dado que las FARC también se autofinanciaron con el narcotráfico (si bien lo niegan), la paz también tiene repercusiones internacionales.
Aun así, muchos colombianos, luego del fracaso de todas las demás conversaciones de paz con las FARC, temen que Santos, en pos de lograr un acuerdo exitoso, se haya convertido en un Chamberlain más que en un Churchill. Desde que comenzaron las conversaciones, su popularidad cayó debajo de 50%.
Santos se inclina hacia la brillante luz andeana que se filtra por las ventanas. “No soy un apaciguador. Lo que busco es la paz,” Santos afirma resuelto. “Créame, es mucho más difícil hacer la paz que la guerra.”
Santos sabe de que habla. Como ministro de defensa del gobierno de Álvaro Uribe, el ex presidente, aporreó a las 8000 tropas de las FARC implacablemente. A pesar de eso, Uribe se convirtió en uno de los críticos más implacables de Santos.
“Nadie golpeó a las FARC más fuerte que yo. Pero todas las guerras deben acabar en algún momento, y esto requiere una solución negociada,” sostiene Santos. “Esta la razón por la que lucha cada militar: para lograr la paz. Aun así, como siempre dije, estas conversaciones tienen límites y si no es posible lograr la paz, hay que retirarse.”
Santos, de 61 años, estudió en la Facultad de Economía de la Universidad de Londres, como muchos colombianos distinguidos, tiene una línea de anglofilia. Por cierto, es un “caballero” en el sentido de la frase en inglés. Sobrino de un ex presidente, su familia fue dueña del periódico más importante, El Tiempo, hasta que se vendió en 2007. Es culto y urbano, pero está obsesionado con obtener lecciones de vida del póquer. “A Truman y Roosevelt… les gustaba jugar,” afirma. “Les recordaba la vida cotidiana y el gobierno, que es necesario conocer las reglas del juego, cuando arriesgar, quienes son los rivales, y que es necesario tener suerte y visión para ganar.”
Pero, por sobre todas las casas, Santos está preparado para el poder. Trabajó como ministro de comercio, finanzas y defensa. Antes de ser funcionario de gobierno, fue perdiodista y estableció un comité asesor dedicado al espinoso tema del buen gobierno.
Por lo tanto, en blanco y negro, pocos presidentes de otros países están tan bien preparados para la tarea, incluyendo sus escollos potenciales. Santos no precisaba iniciar conversaciones de paz: seguir en Guerra habría sido la salida más fácil en términos de política. Pero los astros estaban alineados, especialmente después de que Cuba instó a las FARC marxistas a que depongan su lucha armada anacrónica. Así es que Santos tomó un riesgo calculado. En sus palabras, “los beneficios potenciales son muy grandes”. La paz, ciertamente, cambiaría el juego de la economía colombiana de u$s 390 billones. “Si se logra la paz, a nuestra economía le iría aun mejor,” afirma Santos.
Colombia también es miembro de la Alianza del Pacífico, un bloque de comercio prometedor de u$s 1.200 billones que incluye a México, Chile y Perú y se caracteriza por instintos liberales. Santos se enorgullece de ser diplomático en términos de comparaciones con las economías atlánticas más proteccionistas de América del Sur, tales como Brasil y Argentina. “Nunca me escucharán denigrar a otros países,” sostiene. “Pero es cierto que estamos creciendo más rápido. También compartimos las mismas creencias en cuanto a la importancia de la inversión extranjera y el imperio de la ley.”
Así y todo, la paz, pese a sus ventajas, también supondría desafíos. Por un lado, incorporar guerrillas desmovilizadas en la política nacional podría inclinar la rama tradicional de centro-derecha hacia la izquierda. Esa situación podría sentarle bien al patricio Santos -“Soy un tipo de tercera vía”-, pero no a todos los colombianos, muchos de los cuales asocian la izquierda con el terrorismo. “No hay paz con inmunidad total, de modo que debe haber un proceso de justicia de transición. Pero, ¿cuál es la línea que divide la justicia de la paz?” afirma. “Este dilema es común en cualquier país que quiere resolver un conflicto como el nuestro… Aun así, la justicia no puede ser un obstáculo para la paz, en ningún sitio, en ningún momento.”
Aun cuando elecciones sugieran que el apoyo público al proceso de paz está creciendo, este es el tipo de conversaciones que tanto irritan a los oponentes locales de Santos. También puede alimentar temores, especialmente en la comunidad empresarial, de que algún día la paz desate una ola de populismo político.
Bogotá es una ciudad de rascacielos brillantes, shoppings concurridos y una clase media con mucho futuro, pero hacia el sur hay áreas como Ciudad Bolívar, una cadena de colinas que alguna vez fueron verdes y ahora están cubiertas con villas grises. Mientras tanto Cartagena, ubicada en la costa caribeña, es una joya colonial colmada de turistas adinerados. Pero alrededor de la ciudad viven poblaciones que enfrentan grandes adversidades, desplazadas por la violencia del interior.
Santos -el lema al estilo Tony Blair de su gobierno es “Prosperidad para todos”- dio origen a programas de lucha contra la pobreza y la inequidad. Pero es más fácil hablar de avanzar con la agenda que hacerlo, lo cual da lugar a la crítica de que Santos, quien alguna vez trabajó en un periódico, “gobierna con titulares” y no es consecuente con lo que dice.
“Existen muchas definiciones de gobierno. La que conozco es ejecución,” responde, levemente irritado. Alude al hecho de que los ministerios han gastado más de su presupuesto asignado en los últimos dos años que en los últimos 15, si bien agrega que una nueva y rígida ley anticorrución provocó inercia en una nueva burocracia aterradora. “Fuimos demasiado lejos, quizás [con ese proyecto de ley],” sostiene.
Al mismo tiempo, la economía está en ebullición. Una ola de inversión en petróleo y minería trajo signos del “mal holandés”, incluyendo una moneda revalorizada que castigó a los fabricantes, una fuente importante de empleo, así como a la agricultura. A pesar de que la economía está creciendo a razón de un 4%, “a algunos sectores no les está yendo muy bien”, admite Santos. (Anunció un paquete de incentivos dos semanas después de esta entrevista.)
Luego está su estilo de gestión. Se parece más al presidente de un directorio que a un director ejecutivo. Su gabinete, quizás el más competente de América del Sur, está dotado de tecnócratas capaces. Pero los críticos dicen que esto no siempre se condice con capacidad de hacer cosas… y Santos pretende que hagan muchas cosas: desde impuestos, educación, salud, jubilaciones y reformas judiciales hasta la liberalización del comercio. Y todo eso antes de siquiera pensar en la paz.
Según los críticos, este es el talón de Aquiles de su programa: es demasiado ambicioso y amplio. “La cantidad de reformas aprobadas, y su calidad, probablemente nos convierte en el gobierno más progresista del siglo pasado,” responde Santos.
Recita estadísticas: reducción del nivel de inequidad; 200 km de nuevas calles de doble carril construidas el año pasado y 300 km construidas este año (“comparable con España en su mejor momento”); e indemnizaciones a más de 170.000 víctimas de violencia.
Sin embargo, su lista de reformas hace que muchos colombianos se planteen esta pregunta: con todo lo que resta hacer, ¿volverá a postularse como presidente en 2014? Santos dice que no tomará esa decisión hasta noviembre, que se mantiene independiente del poder y que le daría lo mismo ser maestro que presidente. “Algunos creen que ocupar este cargo es muy agradable,” sostiene. “Déjeme decirle que a veces es muy difícil.”
No hay razón para no creerle, hasta que surge el tema de completar el proceso de paz: su potencial hito en la historia. Sus opositores locales sostienen que Santos precisa un acuerdo de paz para lanzar su campaña de reelección. Pero algo aún más interesante es saber si la paz lo precisa a él. Al fin y al cabo, firmar un acuerdo solo constituye la mitad del proceso… implementarlo será aún más difícil.
“Si es posible lograr la paz, sería muy irresponsable con mi país y las generaciones futuras si pongo en riesgo dicha posibilidad,” dice Santos. No queda claro si esto sugiere ambivalencia en cuanto a una posible nueva postulación o una indirecta de que volverá a postularse… quizás ambas cosas.
Santos es un brahmán de Bogotá que asumió su cargo luego de pensar concienzudamente en las necesidades de Colombia, pero, quizás, se frustró ante la capacidad del Estado de implementar dichos planes. Da la impresión de ser un hombre racional que pretende gobernar un país extraordinario, pero también altamente racional.
EL CRONISTA