11 Feb Recuerdo, emoción y neurociencias
Por Gastón Saux
No hace falta ser un personaje de Marcel Proust para sentir que los eventos que nos emocionan, para bien o para mal, permanecen con intensidad en el “edificio enorme del recuerdo”. Pérdidas, logros, sorpresas, alegrías y amenazas: las experiencias significativas tienden a ocupar un lugar privilegiado en nuestra memoria. Los controvertidos dichos del actor Alfredo Casero en su cruzada contra el relato oficial respecto de las últimas dictaduras militares en el país son un reciente ejemplo de ello. “Yo me lo acuerdo, tengo una memoria absoluta de esa época… te puedo dar datos concretos, cosas que tengo en la memoria… yo me acuerdo dónde me agarró en el 76”, declaraba el actor enfáticamente al referirse a eventos ocurridos hace más de 30 años.
Lejos del arte literario y las agitaciones mediáticas, la investigación psicológica también se ha interesado por examinar la intensidad de los recuerdos con connotación emocional y su persistencia en el tiempo. Aunque el tema no es nuevo, ha tenido un reciente resurgimiento. En gran medida, este interés remite al esfuerzo por comprender los procesos que participan en el recuerdo de información emocional y, eventualmente, diferenciarlos de aquellos asociados a información con menor valor afectivo.
Décadas atrás, los psicólogos Roger Brown y James Kulik de la Universidad de Harvard estudiaron el recuerdo de un grupo de personas sobre el asesinato de John F. Kennedy, que había ocurrido diecisiete años antes. Los investigadores encontraron que, a pesar del tiempo transcurrido, casi todos los participantes recordaban con una claridad casi perceptiva dónde se encontraban cuando recibieron la noticia, qué estaban haciendo en ese momento, quién se los dijo, cómo se sintieron, e incluso uno o más detalles triviales concomitantes con el evento. Los autores denominaron recuerdos fotográficos (flashbulb memories a estas evocaciones, en apariencia resistentes al paso de los años. El fenómeno de los recuerdos fotográficos ha sido estudiado en múltiples trabajos posteriores, centrados, la mayoría, en hechos de significación macrosocial, como el asesinato de John Lennon, el atentado contra las Torres Gemelas, o la guerra civil española.
Inicialmente, la investigación sobre los recuerdos fotográficos planteó que los acontecimientos con relevancia emocional activarían un mecanismo específico que, de manera similar a una cámara de fotos, preserva o congela el evento emocionalmente cargado y los acontecimientos circundantes. Esta idea resultó atractiva en un comienzo pero no tardó en ser cuestionada. Al estudiarlos en detalle se ha observado que, al igual que los recuerdos con menor valor emocional, los recuerdos fotográficos son de naturaleza reconstructiva, no reproductiva. En otros términos, a pesar de su nitidez, estos recuerdos también están sujetos a modificaciones y alteraciones con el paso del tiempo (esto podría explicar -en parte- por qué Alfredo Casero y sus interlocutores parecen hablar de cosas diferentes cuando hacen referencia a los mismos eventos). De esta manera, se ha sugerido que la distinción entre recuerdos fotográficos y otros recuerdos resulta arbitraria, siendo los rasgos de uno y otro tipo continuos y, por ende, sujetos a los mismos procesos.
Pero si la diferencia no está en el mecanismo, ¿por qué los recuerdos fotográficos resultan vívidos y persistentes, mientras que los otros se desdibujan como la estela de un pez en el agua? Las neurociencias cognitivas (investigación conjunta de los procesos mentales y las regiones cerebrales involucradas) han aportado datos que dan cuenta de una compleja relación entre la atención, la memoria y las emociones. Investigadores como el neurobiólogo Joseph LeDoux en la Universidad de Nueva York o la psicóloga Elizabeth Kensinger en el Boston College han brindado evidencia en los últimos años de que las emociones influyen fuertemente sobre nuestra atención y nuestra memoria. La consecuencia de esta influencia es que la mente genera más claves de recuperación para los recuerdos emocionales que para otro tipo de recuerdos.
Para entender este planteo, es necesario tener en cuenta que el mecanismo cerebral encargado de producir recuerdos (que ha sido localizado en la zona del hipocampo) funciona registrando el evento junto con información contextual, tal como: dónde estábamos o con quién estábamos. Dicha información contextual es muy importante porque actuará como clave de recuperación al momento de recordar. Mientras más signos se codifiquen junto con el evento, más fácil será recuperarlo y, por ende, más difícil olvidarlo.
Cuando tenemos una respuesta emocional, en el cerebro ocurren varios procesos, muchos de ellos rápidos y sin posibilidad de reflexión. Estos procesos incluyen una cascada de reacciones físicas y mentales que le otorgan “sabor” a las emociones (por ejemplo, la aceleración del ritmo cardíaco y el cambio de la temperatura de la piel, la modificación de la expresión facial, el redireccionamiento automático de la atención y del pensamiento hacia aquello que nos emociona, etc.).
Técnicamente, todo ese revuelo cerebral no forma parte de los mecanismos que forman recuerdos pero, al ocurrir al mismo tiempo, queda conectado al registro del evento. Y son precisamente esas conexiones las que forman una red de informaciones adicionales que serían responsables de aportar calidad fotográfica y de blindar contra el olvido (o casi) a nuestros recuerdos teñidos de emociones. Igual que en una biblioteca, en la cual es más fácil llegar a un libro cuando mejor señalizado esté su acceso. Volviendo al ejemplo de Alfredo Casero, significa que cuando el actor rememora vívidamente el color celeste de algún jeep militar, más que una propiedad inherente a aquel jeep o al mecanismo que formó su recuerdo, es toda la actividad mental y física concomitante con el registro del vehículo en cuestión la que explicaría por qué su recuerdo aparece nítido y sin esfuerzo a más de cuatro décadas después.
Tan aceitados están los circuitos cerebrales que permiten llegar al recuerdo a través de claves vinculadas con las emociones, que en casos de mucha intensidad emocional (piénsese en situaciones traumáticas como violaciones o catástrofes naturales) se puede perder el control sobre la recuperación y los recuerdos fotográficos resurgen sin pedir permiso.
De esta manera, la discusión acerca de un mecanismo específico para los recuerdos emocionales revive con los recientes aportes y se presenta en una versión más pulida y minuciosa. Es cierto que los avances científicos carecen del arte proustiano para describir el alma y sus vericuetos, pero como afirma Alfredo Fierro, catedrático de Psicología en la Universidad de Málaga, el intento por desentrañar las claves del ser humano requiere resignar la idea de que éste es esencialmente misterioso.
EL LITORAL