Limpiar el correo electrónico no es un acto virtuoso

Limpiar el correo electrónico no es un acto virtuoso

Por Lucy Kellaway
Hay un nuevo tipo de fiesta que da la gente chévere en California. La idea es que uno invita a sus amigos, abre una botella de vino, pone una lista de música a todo volumen, y entonces se sienta con su ordenador portátil a limpiar sus correos electrónicos.
El concepto de la “fiesta bandeja de entrada cero” viene de Randi Zuckerberg (la hermana de Mark) y es posiblemente la más siniestra idea para una reunión social que se ha inventado. Hasta la fiesta Tupperware empieza a parecer un brillante salón intelectual en comparación.
La Sra. Zuckerberg dice que los correos electrónicos sin leer le pesan en el alma. En ese caso, la respuesta no es una fiesta – es decirle al alma que se controle. Hay 2,347 correos sin leer en mis dos bandejas de entrada y mi alma está sin cuidado. Le echo una mirada a los correos cuando entran, y dependiendo de quién los haya enviado y cuál sea el asunto, los abro. De otra manera, no lo hago.
La Sra. Zuckerberg sugiere que para entrar en ambiente todos los invitados comiencen con una “descarga sobre cómo odian estar ahogándose en correos electrónicos.” El problema con este método es que las descargas sobre el correo electrónico son aún más aburridas que las descargas sobre el clima.
Absolutamente todo el mundo lo hace – hasta la gente responsable por darnos en primer lugar el correo electrónico. Dave Coplin, un “director ejecutivo de visualización” en Microsoft Reino Unido, acaba de escribir un libro sobre cómo los negocios están rotos, y una de las cosas más rotas es el correo electrónico. Somos sus esclavos, lamenta.
La semana pasada fui a una charla que daba una mujer sobre cómo hacerlo mejor. Al escucharla, me di cuenta que todos debíamos decidir nunca jamás lamentarnos de cómo el correo electrónico nos arrastra al fondo; en vez, debíamos recordar cómo nos permite mantenernos a flote. Su genio particular consiste en que me permite sentirme muy organizada sin tener que levantar un dedo.
No tengo archivos, ningún sistema de organización. Porque no lo necesito. La función de búsqueda es tan servicial que puedo dejar todo lo que cualquiera me haya enviado en un total desorden en la nube y la búsqueda lo localiza de nuevo en un instante.
También he aprendido a filtrar mensajes y en la última semana me he deleitado instalando un draconiano sistema de bloqueo. A todos los publicistas, todos los acosadores, casi todos los correos de grupo y hasta un par de colegas se les han negado acceso a mi bandeja de entrada. Todos los mensajes fuera-de-la-oficina y todo lo de Linkedin están bloqueados, para nunca más tener que ver mensajes que dicen “¡XX ha añadido una nueva habilidad!” He bloqueado hasta el correo electrónico diario de la cafetería que me dice que hay “spotted dick” y “toad in the hole” (populares platillos británicos) en el menú de esta noche.
Ahora entre 15 y 20 mensajes al día logran atravesar esos filtros. Yo los contesto cuando me parece bien o quizás nunca. Los únicos mensajes que trato de contestar enseguida son aquellos cuya respuesta es “no.” Estos son los mensajes que pesan sobre mi alma, así que para infligir el daño mínimo he aprendido a decir “no, gracias” a paso ligero.
Me doy cuenta que hay algo impropio en admitir que uno no se está ahogando en correo electrónico. Equivale a decir: no soy ni muy importante ni muy popular. La gente popular e importante tiene un problema mayor que el mío, tanto así que algunos han elegido construirse balsas salvavidas de correo electrónico para mantenerse a flote. Habiéndolo hecho, se sienten ávidos por contárnoslo todo.
Tony Hsieh, director de Zappos, ha nombrado su balsa Bandejayer, al abordar todos los días los mensajes del día anterior. En un blog reciente explica que la belleza del sistema es que la tarea siempre es finita – y al terminar siente que ha triunfado. Al leerlo, me sonó vagamente familiar. Y entonces me di cuenta que hace algún tiempo yo también esperaba un día antes para contestar. Todos lo hacíamos: se llamaba el sistema postal.
Una balsa salvavidas parecida la construyó Julia Hobsbawm, la primera profesora de red social del mundo (un puesto visitante que ocupa en la Escuela de Negocios Cass). Esta formidable comunicadora ha instruido a su ordenador a enviar una respuesta a quien la contacte que diga: “No estoy respondiendo instantáneamente a propósito (Lento es el nuevo Rápido) pero si esto le molesta, puede llamarme o enviarme un texto a xxx. Si no, pienso responder dentro de 24 horas.”
Esto es bastante inteligente. El correo electrónico es una herramienta intrínsecamente democrática, así que hay que trabajar muy duro para demostrar superioridad. Esta respuesta automática me dice hábilmente que su tiempo vale más que el mío y que a ella no le importa atascar mi bandeja de entrada.
Afortunadamente, yo ya estoy un paso por delante: ahora que soy todo un fenómeno en bloquear el correo electrónico, le he añadido un nuevo filtro que rechaza todo lo que diga “respuesta automática.” Y así, para estar en lo seguro, también he bloqueado cualquier mensaje que diga “Lento es el nuevo Rápido.” Porque no lo es.
EL CRONISTA