La estrella vs. la señora

La estrella vs. la señora

Por Diego Gualda
Por Diego Gualda La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Lo que tiene, es claro: el 29 de enero, Susana Giménez cumplió 70 años. Sí, la diva más diva entre las divas, esa que parece indemne al paso del tiempo, en realidad, es una señora atrapada en un verdadero drama: la obligación de ser por siempre joven. El cambio de década, esta vez, le hizo mella. Y aunque ante las cámaras se admite “espléndida”, también muestra su incomodidad cuando bromea que, a partir de ahora, cumplirá “69 para siempre”. Convertirse en la señora de las siete décadas la afectó al punto de considerar seriamente la posibilidad de suspender el festejo de su cumpleaños, un evento que, hasta este año, siempre se caracterizó por lo fastuoso y divertido. La fecha ahora la deprime y ella se inclinó entonces por la intimidad. Y el misterio. Susana se lo confesó a NOTICIAS en La Barra, en Punta del Este, tres días antes de que el implacable calendario le marcara el siete-cero, mientras averiguaba en una casa de decoración cómo eliminar la pintura -según ella misma explicó- “de unos maceteros que tengo en La Mary, que me los pintaron y no me gustó cómo quedaron”.
Noticias: ¿Cómo se prepara para su cumpleaños?
Susana Giménez: De ninguna forma, nadie se prepara para su cumple.
Noticias: ¿Pero no tiene nada especial en mente?
Giménez: No, nada. Mi cumpleaños me deprime. Los setenta me ponen mal.
Noticias: Decían que iba a festejarlo a Miami.
Giménez: No. me quedo en Punta del Este a festejarlo con los íntimos. Noticias: ¿Dónde?
Giménez: Ah… secreto… Igual, va a ser algo muy chiquito, solo con mi familia. Tan secreto resultó que, el mismísimo 29 de enero, se la tragó la tierra. Podría haber hecho una megafiesta en cualquiera de sus dos mansiones: La Mary. sus 17 hectáreas en Rincón del Indio, o La Tertulia, su nuevo monumento arquitectónico, que ocupa 20 de las 110 hectáreas que compró en Cerro Garzón, justo al lado de los viñedos de Alejandro Bulgheroni. También podría haber migrado hacia el Hotel Conrad, donde celebró el año pasado. O -como indicaban muchos rumores-volado a Miami. El shock de los 70 le llegó a Susana. No en forma de jabón, como la publicidad que la lanzó a la fama en aquella década, sino por el paso del tiempo, que la aterroriza. Descanso solitario. Susana Giménez entró en esta nueva etapa de su vida de la mano de la soledad. Sin amores (renegando bastante de los hombres), aislada como lo muestra el páramo que eligió para construir su nuevo lugar en el mundo y deprimida. Mata las horas haciendo shopping, leyendo, jugando en la computadora y gastando dinero para decorar lugares fastuosos que casi siempre están vacíos. Su vida durante el verano se reparte entre sus dos casas. Ella misma maneja su camioneta Mercedes-Benz, a través de los tortuosos caminos rurales que llevan a su propiedad en Garzón. Sale a hacer sus propias compras en materia de artículos de decoración, un rubro en el que ha invertido bastante en el último mes. Porque, además de renovar la deco de La Mary y completar la de La Tertulia, acaba de regalarle un departamento en La Península a su hija Mercedes. Lee mucho, sobre todo a Isabel Allende. El mito dice que lee tres libros por semana. Compra en una librería de la zona de Gorlero. Encarga su material de lectura por teléfono y con antelación. Pocas veces baja a buscarlo. El personal, al ver llegar la camioneta plateada, sale a la vereda a entregarle el paquete, casi como en un auto-mac literario. Cuando está en La Mary, pasea a sus perros por el jardín. En La Tertulia no: pese a la información confirmadísima de que la nueva casa tendría un zoológico privado, aún no está instalado. Allá, en las colinas, no la acompañan ni los perros. Así, su tiempo libre -que es abundante- se reparte entre literatura, paseos de compras, series (sus favoritas, la presidencialísima “Game of Thrones” y la polémica “Breaking Bad”) y un vicio del que no ha logrado rehabilitarse: el Candy Crush. Sale poco, muy poco. No lleva custodios y se entrega moderadamente al cariño de los fans, que la buscan para un abrazo y una autofoto sacada con un celular de alta gama. Siempre se despide al grito agudo de “adióoos, amorosos”, para perderse en alguna avenida, violando las velocidades máximas que marca la ley uruguaya. Este verano en particular, síntoma de la depresión setenüsta, afirman en su entorno, estuvo más bien escondida. Pisó la calle pocas veces, aunque siempre superproducida. Se la vio en los eventos “imprescindibles” de la sociedad local: las fiestas de Lacoste y Fiat, además de la inauguración de una joyería. Muchas noches, pasadas las once, se la suele ver llegar al Hotel Conrad, con su propia botella de vino bajo el brazo -solo toma Chateau Montchenot que puede llegar a costar 1.700 pesos la botella y ella lleva siempre una caja en el auto por si a donde va no lo tienen en la carta-, dispuesta a zambullirse en el sector VIP del renovado casino para jugar al poker. Quienes la han visto salir de sus intensas sesiones de cartas por dinero afirman que suele ser entrada la madrugada. Sola, fané y descangallada, como en el tango. Pasado no pisado. Pero además, la noche del 21 de enero fue al Conrad a ver el show de Martín Bossi con su amiga Teté Coustarot. Acabó subiendo al escenario. Con los fantasmas de un par de amigos. El último número de “Bossi Big Bang Show”, el espectáculo del imitador favorito de Susana, es una charla en el sillón entre Borges y Álvarez, aquella dupla de intelectualoides cachondos que encarnaban Alberto Olmedo y Javier Portales. La presencia de Bossi en el escenario, caracterizado como el Olmedo más recordado, es de un impacto tan grande que la gente lo aplaude de pie por su sola presencia, sin haber dicho una sola línea de texto. Esa noche, Susana compartió una improvisación brevísima y volvió a su butaca en medio de una ovación. Pero el impacto más grande fue ver en escena a ese falso Olmedo, congelado en el tiempo por el recuerdo, en contraste con una Susana que ya no es la de “Basta de mujeres” o la de “El rey de los exhortos”, aquellas películas donde jugaba a la bomba sexy a la par del difunto comediante. Así fue como Susana chocó contra el pasado frente a 1.200 testigos. Será quizás por eso, por no tropezar con su propio pasado -especula gente que la conoce- que nunca dio el presente en un evento en el que hubiera sido por lo menos simpático verla: el Festival de Cine de José Ignacio, que cerró el 12 de enero con una proyección muy especial. En una pantalla al aire libre se estrenó la versión restaurada en forma digital de “La Mary”, la película dirigida por Daniel Tinayre en 1974, que Susana protagonizó junto a un hosco Carlos Monzón (con el que acabaría en pareja) y que resultó la inspiración para bautizar su primera finca esteña. Entre el público, el comentario generalizado siempre giró en torno a exclamaciones como “qué linda”, “qué joven” y “qué flaca”. Pero quizás la prueba más contundente de que Susana Giménez le presenta batalla al paso del tiempo con toda la artillería a su disposición es la cantidad de cosas que ha hecho a su imagen, tanto en el quirófano como a la hora del retoque digital. En su entorno afirman que “hace rato que no se toca la cara”, salvo quizás un esporádico pinchacito botóxico. Verla, alcanza para darse cuenta de que, bajo una capa nada desdeñable de maquillaje, no solo hay arrugas, sino también una piel que ha sufrido los avatares del bisturí. Hasta hace unos diez años, supo dejarse llevar por el vicio de la liposucción, pero parece haber entendido -confiesa cierto personaje muy cercano a la diva- que ya no hay mago de la estética que le haga recuperar la cintura. La leyenda urbana afirma que fueron tantas las operaciones para achatarle el abdomen que el ombligo desapareció completamente, al punto de que su actual ombligo es un “dibujo” hecho en el quirófano. Nadie confirma, pero tampoco nadie lo desmiente del todo. “La estética es fundamental. Mucho más aún, cuando te dedicas al showbusiness y tenes tanta exposición -confesaría ella misma- Siempre fui cuidadosa, detallista. Nunca estuve en contra de las cirugías”. Hace dieta, camina y ejercita en la cinta. “Soy tentada, me gusta disfrutar de la vida. Me tomo un vinito, un champagne, un paquete de M&M cada tanto, que me pierden. Yo soy de las que no puede comer un solo bombón: tengo que comer treinta”, cuenta. Y después, se somete a dietas marciales que desafían su naturaleza golosa. Pero la verdadera fuente de la eterna juventud de Susana Giménez no vive en el templo del quirófano, sino que es obra de otra deidad pagana, el Photoshop. Es adicta al retoque digital. La prensa rosa, con la que mantiene una muy buena relación, es generosa con ella y nada llega a imprimirse sin borrar arrugas o reducir el talle. Que el fotógrafo de NOTICIAS se le acerque demasiado para un plano corto, la espanta al punto de soltar un chillido agudito, como de adolescente viendo cine de terror. “Acomódate el pelo, que te saco diosa”, propone el reportero. Susana sonríe y obedece. La palabra “diosa” funciona casi como una contraseña para que baje la guardia. Y sí, así son las divas. Las tapas de la revista que lleva su propio nombre muestran una imagen tan retocada que deja de ser una foto para convertirse prácticamente en una obra de arte. En una idealización. La tapa de “Susana” no muestra a la Giménez que es, sino a la que ella está obligada a ser, la imagen de perfección eterna que busca proyectar. Pero que está alejada de la mujer real. Si no existe la photorexia -la adicción al Photoshop- alguien debería diagnosticarla e incluirla en los manuales de psicología. Sí. Susana es una adicta a mejorar su aspecto. O, al menos, lo que proyecta hacia el exterior. “Las personas que centran todo en su imagen generan una cierta dependencia para su propia estima”, afirma el médico psicoanalista Ricardo Rubinstein. “Si el foco en la imagen o la exposición pública se transforma en la única fuente de suministro de estima y de placer, al perderla, esta persona fácilmente se deprime”, agrega. ¿Por qué sostener el simulacro de la eterna juventud?¿Es posible ganarle al tiempo?¿Es necesario seguir siendo una sex symbol? Ella responde poniendo el cuerpo: sí. “Asistir a las transformaciones que se producen inexorablemente en el cuerpo no deja de ser una herida narcisística”, explica el doctor Juan Eduardo Tesone, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Sociedad Psicoanalítica de París. “Esta herida adquiere quizá mayor énfasis en aquellas personas cuya profesión depende de manera excesiva de su imagen. Profesiones ligadas a los medios, al teatro, al cine, puden vivir como una calamidad este cambio de su imagen corporal, como si torpedeara su andamiaje narcisístico”. Intimidad preservada. La Mary, la tradicional casa de Susana Giménez en Rincón del Indio, es un centro de peregrinación para los fans. Todo el tiempo, todos los días, alguien baja de un auto, se hace sacar una foto frente al portón y sigue viaje. Inclusive algunos city tours la incluyen en el recorrido y los micros llenos de turistas pasan por el frente. Hace dos años, el municipio de Punta del Este habilitó la construcción de edificios de hasta tres plantas en esa zona, lo que puso la intimidad de la diva en jaque. Los montículos de tierra alrededor del predio -que hacen las veces de muralla natural- fueron elevados. Se transplantaron muchos más árboles y hasta se derribó un árbol en especial, en el que un paparazzi urugua¬yo había clavado tablas que. a modo de escalones, le permitían trepar por sobre el portón para obtener su foto anual de top-less (que este año no ocurrió). Pero volver La Mary un lugar inexpugnable no era suficiente. Susana quería más privacidad. Por eso construyó La Tertulia, una casa de piedra de una sola planta, a sesenta kilómetros de Punta del Este, a la que se accede haciendo no menos de la mitad del recorrido por caminos rurales. No hay alumbrado público, por lo que viajar de noche es solo para valientes. De hecho, el tendido eléctrico aún no ha llegado a la casa, que se alimenta con un generador. Para acceder a ella hay que sortear pozos, respirar la polvareda del camino, atravesar no menos de cinco cañadas de diferentes profundidades y, básicamente, saber dónde queda, porque no hay señalización, salvo por un par de flechas con el nombre de la finca y unos carteles con puntos rojos y verdes que hacen suponer que constituyen alguna clase de código secreto. Más de un piloto del Dakar no llegaría a La Tertulia. Pero Susana, dicen, ya se acostumbró. Esta posibilidad de aislarse de todo terminó jugándole en contra. Desde que empezó la obra fantaseaba con inaugurarla para su cumpleaños, pero acabó desistiendo. Entrar y salir de la propiedad requiere de un esfuerzo logístico que ella misma tendría que encargarse de organizar y costear. “Es muy linda, pero es otra cosa”, explica la blonda conductora. “Está en el medio de la nada, en el campo, que es una de las razones por las cuales la compré. A mí me gusta el campo, la naturaleza, para descansar es genial. Pero no sé cómo va a ser instalarme ahí. ¡No hay nada!”, admite. Ni bien comenzó la construcción de La Tertulia, los rumores circularon en el ambiente inmobiliario esteño sobre una posible venta de La Mary. Según fuentes del negocio, el terreno cotiza en unos 25 millones de dólares, pero un desarrollador inmobiliario estaba dispuesto a doblar la apuesta, con miras a construir edificios en el terreno. Pero sentimentalismo mata billetera: “La Mary es mi lugar en el mundo -dirá Susana-. No me imagino venir a Punta del Este y no ir a La Mary”. La casa no se vende. Del amor y otros demonios. Dice que no está en pareja, aunque las revistas especializadas intenten ad-judicarle un candidato: un anónimo cirujano plástico de Barrio Norte que retoca a varias celebridades, vein¬te años menor que ella, que habría quedado deslumbradísimo cuando la conoció y la llama al celular todos los días.
Noticias: ¿Está de novia, Susana?
Giménez: Nooo, mi amorrr…
Noticias: ¿Y qué hay del rumor de que estaba saliendo con un cirujano plástico?
Giménez: ¡Ni en pedo! ¿Pero están todos locos? ¡Nunca podría convivir con un cirujano! Por teléfono ante Jorge Rial, el sinceramiento fue un poco más lejos: “No estoy en pareja -afirmó-. Tengo un par de festejantes, pero no me interesa los orígenes.
Susana es imagen de P&G (Procter & Gamble). Además, fue la cara y la voz de la campaña publicitaria de Gama, una desarrolladora inmobiliaria cordobesa que, según se supo, le abonó 200.000 dólares de cachet, pero habría sumado varias propiedades. ¿Volverá a la televisión? “Después del mundial, vuelvo a la tele”, le confirmaría hace días a Rial. Las negociaciones aún están verdes, pero en Telefe confían en que podrán volver a tenerla en su pantalla en la segunda mitad del año. Habrá que encontrarle el día y el horario, eso sí: una de las condiciones que ella impuso es que no quiere competir con Marcelo Tinelli. Horóscopo. No hace falta ser Ludovica para arriesgar un pronóstico sobre Susana Giménez para el 2014. Salud: Cumplió setenta, se la ve bien, pero la edad la deprime. Dinero: tiene contratos publicitarios y planes para volver a la tele, pero invirtió más de diez millones de dólares en una mansión que le remarcará su tendencia al aislamiento. Amor: sin pareja a la vista, parece haberse resignado a pasar sus últimos años en soledad. “Envejecer requiere un trabajo psíquico -concluye Tesone-. Sin embargo, no es un naufragio. Puede ser un periodo de gran libertad interior, en la medida en que la persona haya aceptado las transformaciones, privilegie la vida interior y los afectos que fue cultivando a lo largo de la vida”. No debe ser fácil ser Susana, sentirse bajo la presión de tener que ser una diosa full time. Pero ella la rema. A fin de cuentas, se la puede amar por sus esfuerzos por mantenerse siempre joven, o se la puede odiar por la misma razón, por quedarse en la superficie y negarse a madurar con dignidad. Pero, de una u otra manera, siempre será Susana. Y eso, a los ojos de muchos, la vuelve intocable. Por lo única.
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