La biografía del historietista que decidió escribir su propia historia

La biografía del historietista que decidió escribir su propia historia

Por Juan Pablo Cinelli
Todos los 4 de septiembre es, desde que en 2009 lo oficializara la Legislatura Porteña, el Día de la Historieta. La iniciativa la habían convertido en proyecto un grupo de artistas y fanáticos del género, que eligieron esa fecha pensando en uno de los hitos de la historieta nacional y en quien es uno de los hombres que han ayudado a elevar al género al lugar que le corresponde dentro de las artes plásticas y narrativas.
Se trata de la fecha en que, en 1957, se editó el primer número de la revista Hora Cero, cuyo fundador fue nada menos que Héctor Oesterheld. Autor de muchos clásicos nacionales, pero sobre todo de El Eternauta, Oesterheld es considerado, si no el padre (el género existía en la Argentina antes de él) por lo menos el gran impulsor, tanto en lo artístico como en lo editorial, de la historieta en el país. Desaparecido como muchos otros artistas talentosos durante la última dictadura militar, los homenajes a su genio y figura se multiplicaron en los últimos 10 años. No es que antes fuera un personaje olvidado, pero ciertamente fue durante la última década que Oesterheld fue honrado con el lugar que se merece dentro de la historia cultural argentina.
Por eso no llama la atención que Cuadernos de Sudestada, una colección de libros editados por la revista homónima, haya dedicado su volumen número once a recorrer su biografía. Como ya había sucedido con artistas como Julio Cortázar o Rodolfo Walsh, la biografía dedicada a Oesterheld no apuesta a trazar un perfil convencional. Bajo el título de Oesterheld, viñetas y revolución, Hugo Montero, su autor, no pretende reconstruir un relato basado en lo cronológico, ni busca hacer un retrato exhaustivo de la vida del biografiado. En cambio, busca concentrarse en un momento determinado, un punto de quiebre fundamental para entender quién fue realmente Héctor Germán Oesterheld. “Yo sabía lo que no quería hacer”, dice Montero a Tiempo Argentino de entrada. “No quería limitar la biografía ni poner demasiado acento en su trabajo dentro de la historieta, porque es una historia que está bastante relevada. Tampoco sobre su trabajo orgánico en la prensa de Montoneros. Lo que me interesaba era la transición en la que él empieza a asumir un compromiso político, un punto de quiebre muy particular para un tipo que a los 50 años decide romper con los prejuicios y paradigmas de su edad y de su clase.”
De ese modo, Montero decidió eludir las dificultades de meterse con el Oesterheld público, el artista, el empresario editorial, que encarna el menos enriquecedor de los relatos posibles acerca de él. “Para el Viejo aceptar el fracaso económico de un proyecto personal y profesional como la revista Frontera fue un espacio de conflicto y de dificultad, que le representó distanciarse de un montón de colegas. Ese ángulo ofrecía el perfil menos carismático de la figura de Héctor. En cambio en la historia de las reuniones nocturnas en el chalet de San Isidro, con sus hijas y los amigos de ellas, uno encuentra un Héctor distinto, jovial y vital, que rompía con la idea que se puede tener de un intelectual.” Al contrario de lo que el imaginario colectivo y social le endosa al estereotipo romántico de la vejez (la figura del anciano sabio en el centro de un grupo de jóvenes que lo escuchan y aprenden), Oesterheld realizó el camino inverso en los últimos años de su vida. “Creo que lo singular en la historia de Oesterheld es esa capacidad que tuvo para entender la realidad a partir de lo que escuchaba en el diálogo con gente más joven, porque sus amigos eran siempre más jóvenes”, reflexiona Montero. “Él no tenía amistad con los vecinos del barrio, que lo veían con desconfianza porque era un tipo con costumbres raras para la zona en que vivía, entre San Isidro y Beccar. Un tipo que dejaba el pasto largo, al que no le importaba su apariencia física, que no iba a la iglesia. Sin embargo entre los amigos de las chicas, que tenían un mundo de inquietudes, que ponían en duda sus certezas en la calle, él encontró su propio lenguaje: empezó a escuchar más que hablar. Una capacidad muy rara para un tipo de 50 años con su formación.”
Suele ocurrir que quienes, por trabajo o por azar, consiguen conocer profundamente a grandes personajes a los que admiran, acaban decepcionados. Es que hasta los genios son humanos y nadie está exento de defectos y malas costumbres. En ese sentido Montero fue afortunado: escribir la biografía de Oesterheld sólo redundó en más admiración. “Más que responsabilidad el trabajo representaba un desafío, porque de pibe leí casi todo su trabajo en una etapa en la que uno entra a la literatura juvenil o de aventuras un poco por la historieta”, confiesa el autor de Oesterheld, viñetas y revolución. “Así que volver a leerlo tantos años después, con otro bagaje de lecturas y con otro conocimiento de la historia militante de Héctor, significó para mí la posibilidad de releer esas aventuras con otros ojos. De encontrar algunos mensajes cifrados, algunas bibliografías filtradas que te hacen disfrutar todavía más de la lectura de su obra.”
TIEMPO ARGENTINO