House of Cards: oscura trama de poder

House of Cards: oscura trama de poder

Por Hernán Iglesias Illa
Algo terrible pasa en el primer episodio de la segunda temporada de House of Cards. Tan terrible y tan importante que es imposible no querer comentarlo con el protagonista de la serie, Kevin Spacey, que se acaba de sentar en una habitación en el 19º piso de un hotel de Manhattan. Pero Spacey no quiere decir nada sobre la segunda temporada, disponible desde hoy en Netflix: entrecierra los ojos y esboza una media sonrisa pícara y misteriosa, muy propia y muy, también, de Frank Underwood, el implacable político estadounidense que interpreta en House of Cards.
Spacey disfruta del doble papel de provocador en el que se encuentra en estos días. Interpreta, por un lado, a un político ambicioso y dispuesto a todo, cuyos parlamentos a la cámara parecen decirle al público: “En mi posición, ustedes harían exactamente lo mismo”. Y, por el otro, es la cara visible de un proyecto cultural y económico que ha empezado a poner patas arriba la industria de la televisión estadounidense.
Lanzado hace un año, House of Cards fue el primer programa producido originalmente por Netflix, servicio de suscripción de series y películas por Internet. Y fue, también, la primera serie cuyos 13 primeros episodios (la primera temporada entera) estuvieron disponibles al mismo tiempo, para que los espectadores los vieran de a uno, si tenían ganas, o uno detrás del otro, si los sorprendía un fin de semana lluvioso. Este cambio de reglas fue recibido por la industria con una mezcla de alegría y nerviosismo, que no le impidió a la serie ganar el mes pasado un Globo de Oro y tres Emmy.
Juguetón y misterioso, y nunca demasiado amigo de las entrevistas, Spacey responde las preguntas en diagonal, sin explicarse del todo, negándose a hablar de lo que no quiere o interrumpiéndose si ve que está revelando demasiado. Cuando se entusiasma, cuenta anécdotas con gracia e imitando las voces de sus protagonistas. Cuando algo le parece importante, como el arte o la política, se pone serio y mira directamente a los ojos. Siempre está al mando de la conversación.
¿Qué le dice la gente de Washington sobre Frank? ¿No les parece un retrato demoledor?
En las mejores conversaciones que he tenido sobre la serie, con políticos o no políticos, se llega a un momento en el que, más allá de sus métodos, se reconoce que Frank es un tipo muy efectivo. A mí, eso me parece muy interesante. Últimamente he leído biografías de personajes políticos y vi que Lyndon Johnson, a quien admiro, también fue llamado, antes y durante su presidencia, maquiavélico, desalmado, hijo de puta, bastardo y cabeza dura. Pero también era muy efectivo. Fuera de las merecidas críticas a su política en Vietnam, Johnson sancionó tres leyes de derechos civiles en una presidencia corta. Algo parecido ocurre en Lincoln, donde Spielberg no lo pinta como un santo, sino como un político en acción. Lincoln estaba dispuesto a repartir cargos o nombramientos si eso ayudaba a cambiar algo en lo que creía fundamentalmente. O sea que tenemos un dilema moral no muy distinto del que plantea la serie.
Pero Frank no parece creer fundamentalmente en nada, ¿o sí?
Ésa es tu opinión.
También mata gente.
No es mi trabajo juzgar a los personajes que interpreto. Ése es tu trabajo. Si yo hiciera eso, si yo juzgara a mi personaje, sería demasiado predecible. Y mi trabajo no es etiquetar a mis personajes como “malvado” o “psicópata”. Además, antes que nada, eso sería imposible de interpretar. No es una palabra activa para un actor. Mi trabajo es llegar al estudio, servir al guión e interpretar el papel con la mayor honestidad posible y ver cómo se van acomodando los melones. Y dejar que sea el público el que haga estos juicios sobre los personajes.
¿Qué piensa Frank sobre sí mismo? ¿Está preocupado?
Es una gran pregunta. Y a medida que avancemos en la temporada y nos acerquemos a la tercera, ése será uno de los temas que seguramente trataremos de ir afinando y resolviendo. Pero todavía hay mucho que no hemos revelado sobre estos personajes. Hay muchísimo sobre Frank Underwood que ni yo mismo sé. Y eso es parte de la excitación de cada día, porque no me deja caer en la tentación de creer que a ese tipo lo puedo interpretar con los ojos cerrados. En esto estamos bastante de acuerdo con Beau [Willimon], David [Fincher] y los demás colaboradores, en que todavía hay mucho por descubrir y por aprender sobre Frank.
En la primera temporada, Frank rosquea durante varios episodios para conseguir la aprobación de una Ley de educación. Parecía bastante orgulloso.
Una de las personas en Washington con las que hablé de la serie me dijo esto: el 99% de House of Cards es bastante realista. El otro 1% es que nunca podrías aprobar una ley de educación tan rápido.
¿Tuvo alguna influencia en el proceso creativo el hecho de que la serie fuera emitida por un servicio de streaming y no por TV convencional?
Lo único que afectó el proceso creativo fue que Netflix no nos pidió un episodio piloto. Cuando tenés que hacer un piloto estás forzado a presentar a todos los personajes, crear intriga, preparar el terreno para lo que viene después. Pero como a nosotros no nos obligaron a eso, porque teníamos este compromiso de Netflix de 26 episodios, dos temporadas, nos permitió desde una perspectiva creativa tomarnos tiempo, nos permitió presentar a los personajes cuando quisimos presentarlos, pudimos dejar que las relaciones tuvieran espacio para cambiar, expandirse, respirar. Por ponerlo de otra manera: la cámara con la que trabajamos cada día no sabe que es una cámara de streaming, no sabe que es una cámara de TV o una cámara de fílmico. Es sólo una cámara. Y lo que hemos visto hasta ahora es que al público tampoco le importa. Sólo quieren contenido. Buen contenido.
¿Diría que esta segunda temporada es un poco más oscura?
No sé. Si vas a Shakespeare vas a ver cosas más oscuras que las que hemos hecho. Creo que esto es la naturaleza humana y creo que el porqué del interés del público es que saben que así es la naturaleza humana. La gente hace cosas buenas y hace cosas malas. Alguna gente está motivada por razones egoístas y por otras altruistas. Cubrimos todos los tipos humanos. O sea que sí, es oscuro, pero espero que no hayamos perdido el sentido del humor.
Las intervenciones de Frank mirando a la cámara son muy shakespeareanas.
Directo de Shakespeare.
¿Qué le gusta de hablarle a la cámara? Mucha gente criticó el recurso.
Me gusta no sólo porque es interesante mirar al lente y pensar que le estás hablando directamente a la audiencia, sino también porque hace dos años hice Ricardo III en el teatro y lo hice por 10 meses, casi 200 performances en 12 ciudades del mundo. Y lo interesante fue dar la vuelta al mundo (Hong Kong, Estambul, Pekín, Nápoles, San Francisco, Sydney), ver las caras del público en todos estos lugares y ver qué efecto tenía en ellos. Mi memoria de esto es tan fuerte que cuando empezamos con la primera temporada de House of Cards me di cuenta de que mirar el lente de la cámara era parecido, pero no igual, a mirar las caras del público. Entonces hice un ajuste mental: en lugar de pensar que estaba hablando con mucha gente empecé a pensar que estaba hablando con mi mejor amigo. La persona en la que más confío. El esfuerzo que hacemos con estos discursos directos es que no sean explicativos, sino que sean necesarios y revelen algo que Frank no diría ni a su mujer. Es una parte muy importante de la serie. Me encanta hacerlo.
Ya fueron renovados por una tercera temporada. ¿Cuántas más te parece que le quedan a House of Cards?
Treinta y siete [pausa]. Mirá, todos sabemos que hay series que duran demasiado. Yo prefiero pensar que nosotros nos retiraremos en nuestro mejor momento. Mientras Beau, David y yo y la gente de Netflix sientan que tenemos historia para contar y para explorar, creo que podemos continuar mientras queramos.
¿Por qué hace Frank las cosas que hace? ¿Cree que es feliz?
Creo que es un tipo muy feliz. Estrenamos el Día de San Valentín, ¿no es romántico?
LA NACION