22 Feb El intrépido Núñez Cabeza de Vaca
Por Daniel Balmaceda
Apenas quince hombres sobrevivieron a la expedición de Pánfilo de Narváez a La Florida. Entre ellos, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que fue rescatado por nativos que lo incorporaron a su tribu, en la costa del actual estado de Texas, a comienzos de 1528. El expedicionario carecía de fuerzas y pensó que lo sacrificarían, sobre todo teniendo en cuenta que era inútil para cualquier tarea.
Pero alguien en la tribu tuvo la milagrosa idea de nombrarlo curandero. A partir de entonces, Cabeza de Vaca empezó a ser visitado en su choza cada vez que se accidentaba un nativo. Hacía un pequeño baile pagano, imitando los movimientos de los brujos indígenas. Después alzaba las manos al cielo y pronunciaba palabras inentendibles para los aborígenes, que no eran más que súplicas a su Dios cristiano para que lo ayudara a curar a ese enfermo.
En poco tiempo se transformó en el curandero preferido de la zona. Gracias a los donativos de sus pacientes fue restableciéndose y convenció a la indiada de que lo dejara actuar como mercader. Así inició cortos viajes con la intención de explorar la zona y, cuando se sintió con fuerzas suficientes, huyó. Tomó rumbo norte, bordeando el río Colorado por cientos de kilómetros.
De visita en una tribu encontró a tres de los sobrevivientes de la escuadra de Pánfilo de Narváez: Andrés Dorantes y Alonso del Castillo Maldonado, ambos españoles, y un negro esclavo de don Alonso, llamado Esteban. Los tres estuvieron de acuerdo en que debían huir con él. Idearon un plan y, luego de varios meses, escaparon con rumbo oeste. Álvar y sus tres compañeros cruzaron a pie y desnudos el sur de los Estados Unidos. Pasaron varios días sin hablar por falta de fuerzas y sed, tuvieron que huir de incendios, distintas tribus los tomaron prisioneros y en una de esas ocasiones los aborígenes les ordenaron que hicieran llover.
En 1536, después de ocho años de recorrer once mil kilómetros, los cuatro nudistas fueron hallados por españoles que cazaban indios. A don Álvar Núñez le llevó mucho tiempo acostumbrarse a dormir en una cama porque no soportaba el roce de la ropa en su cuerpo.
El aventurero volvió a España y, en 1540, obtuvo del rey el título de Segundo Adelantado del Río de la Plata, para suceder al malogrado Pedro de Mendoza.
De modo de hacer efectivo su nombramiento, el hombre desembarcó en Brasil y partió a pie, el 2 de noviembre de 1541, rumbo a Asunción. Tan a pie que marchó descalzo.
Una vez más, Núñez Cabeza de Vaca hizo camino al andar. Descubrió las cataratas del Iguazú y su experiencia en el trato con los nativos en el norte terminó siéndole de gran utilidad, ya que durante el trayecto no tuvo ningún enfrentamiento con los guaraníes. Por el contrario, ideó la fabricación de anzuelos y cuñas que les intercambiaba por comida.
Sólo tuvo dos bajas: Pedro de Salinas fue despedazado por un yaguareté y otro de sus soldados murió ahogado al cruzar un río. Un tercero, Francisco de Orejón, fue atacado por un perro salvaje, pero sobrevivió.
El 11 de marzo de 1542 a las 9 de la mañana, tras cuatro meses de travesía terrestre, por fin entró en Asunción. Caminando, por supuesto.
LA NACION