El creciente fenómeno de las familias canguro

El creciente fenómeno de las familias canguro

Por Ludmila Moscato
Ni la alerta meteorológica ni la fila de cuadra y media para entrar a Fundación Proa, el último miércoles, amedrentaron a Cecilia Rabaudi para acercarse, ella también, a ver la muestra de Ron Mueck por la que ya pasaron cien mil visitantes y de la que habla todo el mundo. Claro que no lo hizo sola: Cecilia fue, como a casi todo, junto a sus hijas Emilia, de dos años, y Malena, de cinco meses. Siesta previa, guagua para cargar a la beba, y teta en el museo fueron las claves de su decisión. El resto de los visitantes no tuvo otro remedio que alternar entre la sonrisa tierna y el comentario por lo bajo cuando el llanto o el berrinche, nunca del todo evitables, se hicieron presentes.
“Me parece importante que los chicos estén estimulados, siempre voy con ellas. Cuando fuimos a ver la muestra de Van Gogh, la de dos años miró todo, y luego podía decir que había gente comiendo papas, en referencia al cuadro Los comedores de papa “, explica Rabaudi.
En una época que se debate entre defensores y detractores de la teoría del apego, ellos ganan protagonismo. Están en museos, restós, reuniones sociales, aviones y hasta en playas, con bebes de apenas días en los destinos más exóticos: son los padres canguro, los que llevan a sus hijos a donde quiera que vayan.
Si desde Proa y el Malba confirman que las muestras de Mueck y Kusama registraron cantidades sorprendentes de menores (de hecho, ambas optaron por ofrecer talleres de juegos, para abarcar la demanda) muchos restaurantes ampliaron sus menús y hasta las aerolíneas toman nota de la tendencia. “Cuando Emilia tenía un año nos fuimos a Australia. El vuelo era de un día. La ida fue llevadera; a la vuelta lloró mucho, pero por el cambio horario”, grafica Valeria Lamas.
En paralelo, los detractores de cochecitos en espacios hasta hace poco reservados a los adultos plantan bandera. Los lugares childfree , aún incipientes en Buenos Aires (aunque La Becasina, en Tigre, o La Candelaria no permiten menores), crecen en el mundo: desde hoteles españoles que no aceptan chicos hasta el anuncio de tres aerolíneas asiáticas de disponer de espacios libres de bebes, muestran que, en algunos ámbitos, los niños no son bienvenidos.
Ya en 2012 la revista Time publicaba una imagen de portada que encendía la polémica aún vigente. Junto a la madre que amamantaba a un nene de cuatro años se abrían los interrogantes: ¿Hay que amamantar hasta los tres años y a demanda? ¿Deben compartir los chicos la cama con los padres? ¿Hay que llevarlos a todos lados? ¿El apego es saludable para la formación de la personalidad? Las preguntas continúan y es en este contexto donde cobran nueva visibilidad los padres que eligen que la llegada de un hijo no eche por tierra los hábitos que venían teniendo…
Poder seguir haciendo cosas que se disfrutaban antes de la llegada de los hijos es un rasgo positivo, según Josefina Saiz de Finzi, psicoanalista de APA y especialista en niños y adolescentes. “Veo mucho compañerismo, mucho disfrute. Hay padres que están muy bien compartiendo experiencias con sus hijos y sabiendo adaptarse a las reglas y necesidades de los chicos. No se puede evitar hacer cosas que a uno le gustan, y que además cuides a tu bebe mientras las hacés”, sostiene.
Lo mismo piensa Yael Martínez, una analista de sistemas de 33 años y madre de Gina, de dos, que afirma que tanto ella como su marido son “papás que llevan a la nena a todos lados”. “Si vamos a lo de amigos hasta las 5 de la mañana Gina viene y se queda despierta con nosotros. Yo siento que si suspendiese todo y abocase mi vida a la beba, después no habría vuelta atrás: son cinco años en los que te desencontrás con tu pareja, las amigas de toda la vida las perdiste, hasta por ahí estudiaste una profesión para dejar archivado el título; entonces esos cinco años no son tan fáciles de recuperar. Yo adapto a mi hija a mi vida, y no siento que le haga mal”, agrega.
Son varios los factores -como que la edad predominante para tener hijos sea luego de los 30, la valoración a ultranza de determinados hábitos adquiridos o el declive de ciertas recetas de crianza que parecen quedar obsoletas- que ayudan a generar el terreno propicio para que la teoría del apego se haga carne en muchos padres canguro, presentes en distintos ámbitos de la vida cultural del país y del mundo. “Bautista llegó a nuestras vidas, y nuestras vidas continúan con Bautista -dice Florencia Zucarelli, médica de 31 años, sobre su hijo de seis meses -. Hacemos absolutamente todo con él.” Así como el bebe es un integrante más en sus salidas nocturnas, también formó parte de los preparativos del casamiento y hasta los acompañará a la luna de miel. Tanto las entrevistas con la modista como las pruebas de ropa y la búsqueda de atuendo para el civil, fueron actividades que madre, padre y bebe compartieron: “Disfrutamos de estar con nuestro hijo, y de hacerlo partícipe de todo. Es un momento importante de nuestras vidas, y él es muy importante para nosotros”, resalta Florencia.

BEBE A BORDO
Ahora bien; si hay un terreno al que los padres canguro han llegado para quedarse es el del turismo. Fuentes de Despegar afirman que tomando sólo un mes de 2013 comparado con el mismo mes del año anterior, la presencia de chicos en los viajes dentro del país tuvo un incremento del 26 por ciento. Yael Martínez cuenta que el pasaporte de su hija ya tiene gran cantidad de sellos: “A Gina la saqué por primera vez en un avión a los cinco meses a Miami y Orlando, y a los ocho meses, a Cataratas. Cuando tenía un año la llevé a Londres. Después a España, y antes de los dos añitos volví a Miami. Ahora nos vamos a Brasil, y en agosto, a Alemania”, enumera. El hecho de animarse a subir a aviones con rumbo a tierras lejanas con bebes de escasos meses es otra de las novedades de la época que, como explica Natalia Miranda de la agencia de turismo Arena, tiene sus defensores y detractores: “Cada vez son más las parejas que viajan con bebes a playas de Brasil, México, Europa… Por ahí no es un destino recomendado para chicos porque te la pasás caminando”, opina. Y agrega: “Tengo pasajeras al Caribe que están embarazadas de 7 meses y ya compraron los pasajes, por lo que el bebe, cuando viaje, va a tener como mucho cinco meses”. Si bien no recibió quejas formales, los clientes a los que les tocó estar cerca no dejaron de comentarle lo fastidioso que les resultó viajar al lado de chicos llorando.
En esta misma dirección, si bien antes podía pensarse que con la llegada de un hijo las salidas a comer se reducirían bastante, para esta nueva ola de padres no simboliza un corte abrupto con los lugares de los que eran habitúes, sino todo lo contrario, como detallan Cristián Bertschi y Valeria Lamas, padres de Emilia, de dos años, y de Federico, de dos meses: “Preferimos comer bien, no ir a un pelotero deprimente, donde se come pésimo. Vamos a lugares como Grappa o Caseros, a donde solíamos ir antes. Lo único que contemplamos es estar cómodos con el cochecito, que haya lugar entre mesas”, retratan. En efecto, la presencia de cochecitos en restaurantes de moda se incrementó y al parecer muchos se adaptan a la tendencia. Es el caso del palermitano Miranda, cuyo dueño, Sebastián Levy Daniel, explica que a pesar de que la división de público se da naturalmente, la convivencia es armónica: “Es un restaurante muy abierto en cuanto a la mentalidad de la gente, acá nadie se molesta con nadie, es multicultural, con los chicos nadie tiene historia. Por ahí eso pasa más en Europa que hay restaurantes que no son kid friendly, acá al contrario, hay cambiadores, crayones para que pinten el mantel”, destaca, sin que eso perjudique la afluencia de jóvenes.
No obstante, no todos están preparados para recibir un aluvión de padres canguro. Como detalla Leandro Pousada, jefe de operaciones de Ozaka, más allá de que la estética del lugar y el hecho de no contar con sillitas para niños parecieran no invitar a los más pequeños, es la propuesta gastronómica misma la que de alguna manera no los contempla: “Es una cocina Nikkei, que es una fusión entre Japón y Perú, y los sabores que dominan son fuertes: el picante muy picante, el agridulce muy agridulce, todo muy marcado. Eso hace ruido en el paladar de un chico, no se sienten tan cómodos con el gusto de la comida”. Igualmente, si la ocasión y los padres obstinados lo ameritan, el mozo ofrece (fuera de la carta) una patita de pollo y puré de papas. Precisamente, hay quienes defienden que existan espacios diferenciados. Y es que el sencillo acto de salir a comer todos juntos hasta tarde a la noche representa un cambio cultural, ya que se fusionan escenarios que antes permanecían escindidos, como explica Marisa Russomando, psicóloga especialista en crianza y autora de Rutinas desde los pañales: “Antes los programas estaban divididos: por un lado salía toda la familia, y por otro la pareja de padres solos y los chicos estaban al cuidado de alguien. Pero en esta época conviven extremos: aquellas parejas en las que parece que la vida se detuvo, que todo gira en derredor de los chicos, y aquellas que siguen la vida casi como si no hubiesen tenido hijos, y creen que los bebes tienen que adaptarse a su ritmo. Hacen la misma vida con el bebe a cuestas, sin evaluar si alguno de esos ambientes no son los más adecuados. Yo apostaría al equilibrio. No tienen por qué dejar de hacer lo que hacían, pero tampoco empujar a los chicos a situaciones que les podemos ahorrar”.
El riesgo, según la especialista, es que el motivo real del apego sea la incapacidad para ejercer un corte, y que eso derive en que la pareja pierda sus espacios: “La separación es necesaria, para la construcción de la identidad de los chicos, para que construyan su propia independencia. Los chicos necesitan separarse de sus padres, y tener padres que toleren esa separación. Yo soy defensora de la pareja dentro de la familia. ¿Qué mejor para un nene que el hecho de que la relación de sus padres siga viva?”
Lo ideal parece ser la búsqueda del equilibrio: que la vida, placentera, continúe luego de la llegada de un hijo resulta alentador, aunque esto no quiere decir que determinados ámbitos dejen de pertenecer exclusivamente al mundo adulto, ni que el bebe deba convertirse en un ser omnipresente en todas las facetas de la vida de una familia, o lo más importante, de una pareja.
LA NACION