El aprendiz que llegó desde Paraguay para ser sensación

El aprendiz que llegó desde Paraguay para ser sensación

Por Carlos Delfino
Miguel Ángel Franco Acosta se crió rodeado de caballos en Asunción, a un par de cuadras del hipódromo paraguayo. Su casa estaba acoplada a un stud y su árbol genealógico marca que las carreras corren por las venas de al menos tres generaciones. “Mi papá fue jockey; algunos tíos y los abuelos, cuidadores”, revela quien desfiló el 19 de noviembre pasado en La Plata y el 10 del actual cumplió los 18 años. En dos meses ya sumó más de cuarenta triunfos y es la sensación entre los aprendices.
“Hice la escuela en Paraguay, donde debuté a los 13 y gané dos estadísticas. Allá no es raro empezar a correr desde tan chico”, señala. En 2010, llegó a la última fecha del año a dos éxitos del puntero y con cuatro victorias se quedó con el registro anual.
“Igualmente, todo sucedió de golpe, porque hasta los 11 jugaba de delantero en el club 3 de Noviembre. Andaba bien, eh. Era rápido y hasta integré un seleccionado de menores”, repasa. La sangre tiró más y una tarde se fue desde el entrenamiento al hipódromo, para iniciar el curso de jinete. “Cuando tenés pasión, esto te gusta mucho”, asegura Miguel, que invita al cronista a seguir la charla en el bar del cuarto de jockeys de San Isidro.
Su voz sale casi tímidamente. Alrededor, algunos colegas juegan a las cartas. Otros, mientras se hidratan, ponen un ojo en las carreras y el otro en el compacto de goles que pasa una señal de cable. Franco Acosta está apilado sobre la silla con la misma serenidad que cuando le toca definir con Pablo Falero, Altair Domingos o Ricardinho. O Noriega, que se acerca a saludar y le saca una sonrisa al decirle que “cuando salga la nota te van a empezar a perseguir las mujeres”.
Franco es por su padre, Juan, ya fallecido. Miguel lleva desde septiembre un tatuaje con su nombre y un jockey en competencia en el brazo izquierdo. Acosta es por su madre, Aída, con la que se radicó en La Plata hace dos años. “Me atraía la competencia que había acá y era un sueño competir con los mejores de América del Sur. De chico miraba mucho correr a Jacinto Herrera. Por no perder el año, fui a la escuela de La Plata y no a la de San Isidro. Se aprende de los maestros y de los caballos”, puntualiza.
También, de quienes siempre estuvieron a su lado. “Era vecino de Eduardo Ortega Pavón en Paraguay, hasta que se vino. Cuando llegué a la Argentina, me ayudó mucho. Tengo admiración por él como jockey y persona. Es como un padre”, resalta, agradecido con quien hoy comparte las pistas y se juegan bromas tras reñidos finales. Mauro Martucci, el menor de los hijos de Edgardo, el entrenador, es su agente y el nexo para haber llegado “a los cuidadores grandes”, apunta. “Juan Carlos Aveiro, el propietario del stud Asunción, me presentó a Horacio Torres, el primero con el que estuve trabajando aquí”, amplía.
“Extrañaba correr cuando vine a la escuela de La Plata, pero no me desesperé. Las puertas después se abrieron pronto. Estoy corriendo y ganando mucho. No pensé que iba a tener tantas oportunidades enseguida. Y aunque triunfar en otro país es difícil, quiero sostener la racha y sueño con llegar a los Grupo 1 algún día”, describe el jinete. No está fuera de su alcance si “nada es imposible de lograr” es su frase de cabecera.
LA NACION