21 Feb El año en que Hollywood cuestionó el capitalismo y la codicia financiera
Por Hernán Iglesias Illa
En un momento de El lobo de Wall Street , Leonardo Di Caprio toma un micrófono y se para frente a sus cientos de empleados. “Déjenme decirles algo”, empieza, levantando el índice de la mano izquierda. “No hay nobleza en la pobreza. He sido pobre y he sido rico. Y elegiría ser rico cada puta vez.” A pesar de la perogrullada (¿quién elegiría ser pobre?), los empleados de Jordan Belfort, el financista drogadicto y atorrante interpretado por Di Caprio, reciben el discurso con aplausos y vítores, por obediencia al jefe, pero también contagiados de la atmósfera eufórica de la película, donde todo ocurre a todo volumen y a toda velocidad.
¿Puede leerse en esta frase de Di Caprio, y en sus delirantes escenas de sexo y despilfarro, una declaración de intenciones de la propia película? Eso parecen haber visto en las últimas semanas críticos y comentaristas de todo tipo, quienes se han enzarzado en un agrio e intenso debate sobre las lecciones morales de la película de Scorsese y, también, de otros filmes recientes, como Escándalo americano , Adoro la fama , Elysium o Spring Breakers: vivir al límite , en los cuales el retrato de los hábitos de consumo, los hombres de negocios y la situación económica es bastante menos que generoso. ¿Hay una nueva ola de películas críticas con el rumbo del sistema capitalista?
Sobre El lobo de Wall Street , algunos de los comentaristas progresistas creen, sí, que refleja la inmoralidad de la desigualdad creciente y la pérdida de valores del capitalismo estadounidense. Pero muchos analistas conservadores han visto en la película de Scorsese un ataque injusto y exagerado pero, según ellos, previsible a las instituciones del mercado financiero.
Otros, cuando se aclaró el humo de los primeros días, recordaron que el film tiene poco para decir sobre las prácticas reales del mundo financiero antes de la crisis de 2008. Belfort, cuya historia en la vida real es la base de la película, ocupaba un lugar marginal en Wall Street, donde era considerado un grasa, un forastero, un recién llegado. Los financistas respetables no iban por ahí vendiendo acciones inservibles a plomeros y a jubilados desprevenidos. Tenían clientes prestigiosos y se ocupaban de los negocios más importantes. Por eso la película ni siquiera roza las causas de la crisis: porque el problema de Wall Street en el boom de las décadas pasadas no fueron el crimen, el fraude y las drogas sino sus prácticas permitidas. El problema no era lo ilegal, sino lo legal. “Patanes como los que aparecen en la película no reciben invitaciones a la Casa Blanca”, escribió el columnista Matt Yglesias. “Son los tipos con llegada al poder los que deberían preocuparnos”.
No fue la única película de 2013 con connotaciones negativas para los hombres de negocios. En Iron Man 3 , un fabricante de armas crea una falsa amenaza terrorista para vender sus productos. En la remake de El llanero solitario hay un magnate ferroviario que instiga la guerra contra los indios para así poder construir más vías. Elysium , la película de Neill Blomkamp, es una parábola y una advertencia apenas disimuladas sobre la creciente desigualdad de ingresos: por un lado, un mundo limpio, perfecto y cerrado, donde viven unos pocos privilegiados; y, por el otro, los escombros de la civilización actual, caóticos y despiadados, donde vive la mayoría. En Asalto a la Casa Blanca , un grupo terrorista toma el Salón Oval. Cuando le preguntan quién puede ser el culpable, el presidente Jamie Foxx pone cara seria y responde: “¿Nunca oíste hablar del complejo militar-industrial?”
En Hollywood, de hecho, los hombres de negocios nunca han salido bien parados. En las comedias románticas, el ejecutivo es el candidato irritante que pierde a la chica a manos del pibe simpático y de buen corazón (y súbitamente millonario, gracias a una carambola inesperada). En las películas con desarrollos inmobiliarios, la épica está en resistir heroicamente el avance de las grúas. Los vecinos aúnan esfuerzos, vencen a la corporación malvada y, en el proceso, aprenden a ser mejores personas y a fortalecer su comunidad. En un thriller , cuando no entendemos la violencia o las motivaciones de un personaje malvado, vestido de negro y con una cicatriz en el cuello, muchas veces están detrás el interés y las órdenes de una corporación secreta con ambiciones planetarias.
La fauna que habita Hollywood es famosamente progresista. Personajes como Sean Penn, Matt Damon y Susan Sarandon, entre muchos otros, dedican buena parte de su tiempo libre al avance de sus causas favoritas y a apoyar a candidatos del Partido Demócrata. Y esto es algo que irrita especialmente a los conservadores republicanos, quienes acusan a Hollywood de beneficiarse del capitalismo y criticarlo al mismo tiempo. Sus películas, producidas gracias a complicadas contorsiones financieras, son vehículos comerciales altamente sofisticados. Pero su contenido antirriqueza y anticorporaciones parece ignorar todo esto, protestan.
Esta contradicción, sin embargo, explica el nicho ideológico donde Hollywood ha decidido acurrucarse. Le gusta burlarse del capitalismo y los capitalistas, retratarlos como bufones, narcisistas o psicópatas, pero casi siempre dejando margen para, en el último instante, salvar de las críticas al sistema que los envuelve. Las críticas pueden ser feroces, pero rara vez llegan hasta los cimientos. El Jordan Belfort de Di Caprio es un papanatas que no sabe qué hacer con la plata y es incapaz de darle un orgasmo a su mujer. En la mejor escena de la película, en su yate anclado sobre el río Hudson, en Nueva York, Di Caprio le suelta a un agente del FBI todos los clichés de Hollywood para estos casos. El agente, que es nuestro embajador en el estrafalario planeta Belfort, no se inmuta: decide y nos hace ver que el crimen no paga, que el dinero no te hace más inteligente y la fortuna no te hace más elegante.
En la última escena, en el subte, rodeado de otros como nosotros, el agente del FBI parece dudar, pero, como Hollywood, no lo hace realmente: cree que, a pesar de sus defectos, y de que podamos indignarnos o reírnos viendo películas sobre sus defectos, este es un sistema que vale la pena defender.
LA NACION