01 Feb Con Open Gallery, la nueva herramienta de Google Art, todos somos galeristas
Por Alicia de Arteaga
No hace falta decir que todo está cambiando más rápido de lo imaginado y que el popular buscador de la Web que ahora cotiza en Wall Street acaba dar un golpe de timón a los negocios de arte. Ya es una realidad el sueño de todo artista: tener su propia galería, subir las obras a la red, que todo el mundo las vea y estar en el candelero a un costo cero y con una viralidad impensada.
La última aplicación ideada por los creadores del Google Art Project permite al usuario montar su galería sin salir de su casa y sin gastar un peso. Disponible a un golpe de mouse, como la serena intimidad de La boda del Arnolfini, de Van Eyck, o la vibrante Noche estrellada, de Van Gogh. En 2011, Google puso al alcance de una mano los grandes museos con imágenes de una resolución de hasta 7000 millones de pixeles. No sólo se podía mirar la pintura en detalle, también se podía detectar cómo se movió la mano que ejecutó el trazo. La nueva aplicación Open Gallery es un atajo más para probar cuán democrática es la Red; porque ya no se trata, solamente, de obras maestras de los museos que amamos sino que cualquier imagen, fotografía, pintura o video puede formar parte del Google Cultural Institut y ser visitada por millones de personas. El programa fue activado hace 48 horas y es prematuro opinar sobre sus alcances, pero basta como primera línea de análisis decir que difusión es mercado, un axioma considerado el abc del mercado, que de ahora en más podrá ser activado por cualquier persona.
El Museo del Prado fue el primero en exhibir sus obras en Google. Seguir con la mirada la pincelada de Velázquez tiene la dimensión de una fantasía de Julio Verne hecha realidad.
Hoy, un chico de tres años parado frente a la imagen en el papel lo primero que hace es mover los dedos para “estirarla”, acostumbrado como está a moverse en un mundo digital.
Open Gallery da un paso más y también asume el riesgo de que se suba “cualquier cosa”. Miles de millones de imágenes circularán en una suerte de Wikipedia de arte ilimitada. Los responsables admiten que hay un equipo de especialistas en la edición, pero chequear ese material suena a misión imposible.
Años atrás, Bill Gates pagó una fortuna para quedarse con el Codice Leicester , de Leonardo da Vinci. En su momento un récord justificado por el deseo del magnate de apoderarse del contenido simbólico de las imágenes para luego compartirlas con la audiencia de Microsoft.
Lo que parecía remoto se vuelve tan cercano como el mouse , que es la prolongación de nuestra propia mano. Visitar un museo sigue siendo el mejor programa de los viajeros globales, pero bien puede la recorrida comenzar en el living de su casa, con escalas en el Louvre y en la National Gallery.
El galerista potencial tocará el cielo con las manos al descubrir que esa foto doméstica tomada ayer cuando su hijo daba los primeros pasos ya forma parte de una galería virtual abierta las 24 horas. La imagen del niño tambaleante compartirá el estrellato con un retrato cubista de Picasso o con el enigmático autorretrato del Rembrandt, maestro del claroscuro. Todos somos galeristas y todos somos Picasso.
LA NACION