28 Feb Carlos Gracida, crack en todos lados
Por Claudio Cerviño
Jamás sabrá si lo quisieron más en México, en Estados Unidos, en Inglaterra o en la Argentina. De lo que puede estar seguro Carlos Gracida es que no sólo se lo recordará como un enorme polista, sino también como un tipo de convicciones, cortés y sin alardes. Que eligió una profesión como medio de vida y la desarrolló a conciencia, con responsabilidad y ambiciones. Hasta que el destino se le cruzó durante un partido y repentinamente se convirtió en leyenda: falleció a los 53 años.
No es fácil triunfar en el polo argentino, y menos siendo extranjero. Todo cuesta más. Por logística, por adaptación a un deporte que es distinto al que se practica en el resto del mundo, tanto por velocidad y como por calidad de intérpretes. Cacha, como lo llamaban sus amigos, le hizo frente al desafío y mostró de qué estaba hecho: fue el mejor polista de otro país que haya jugado en la Triple Corona argentina. Es que Carlitos era como uno de los nuestros. Crack en serio.
Apasionado por los caballos por herencia familiar, contó una anécdota imperdible en Forbes que explica bastante de esa relación con los equinos. Su abuelo Gabriel le alquilaba y preparaba caballos al general Manuel Ávila Camacho, presidente de México de 1940 a 1946. “Mi abuelo -relató Carlos- tenía una yegua, Cancia, que usaba Pedro Infante en sus películas. Una vez, Evita Perón lo vio en un show en la Argentina y se lo pidió como regalo al presidente, y no tuvo otra opción que dárselo. Mi abuelo se puso muy triste, tres días tomando alcohol, cuando nunca había bebido. Es una historia que muestra la relación del hombre y el caballo.”
Gracida tenía 23 años cuando vino a disputar su primer Abierto de Palermo (1983), la temporada posterior a la consagración de su hermano Memo con Santa Ana. Carlos jugó por La Toca, con Alfonso y Gonzalo Pieres y el brasileño Alcides Diniz. Y ya llamaba la atención. Dueño de una equitación elegante y de un taqueo preciso, dejaba en claro que estaba para desempeñarse en cualquier equipo. Pasó fugazmente por Santa Ana hasta que llegó el llamado que cambió su carrera: el de La Espadaña.
A pesar de que le tocó caer en su primera final del Argentino, la de 1986 (la única derrota de La Espadaña en el torneo, entre 1984 y 1990, lapso en el que cosechó seis títulos), Gracida fue confirmado por los hermanos Pieres y por Ernesto Trotz para los años siguientes. Claro que sus convicciones también incluían la capacidad de escuchar. “¿Te anduvieron bien los seis caballos que usaste? Bueno, son tuyos. Compralos y sumate al proyecto.” No se trataba de un negocio, sino una forma de decirle: “El puesto es tuyo y para ganar hay que estar bien montados”. Gracida acopió caballos de relieve en aquel 1987, como Ferrari, Lucho, Canoa, Morena. Hasta fue el primero que jugó la recordada Luna, de Héctor Barrantes.
Entre 1987 y 1990, Gracida mostró su categoría. Se coronó en Palermo con La Espadaña, alcanzó los 10 goles de handicap y hasta se constituyó en el único polista extranjero en ganar el Olimpia de Plata. “Fue un profesional en todo el sentido de la palabra. En el training de los caballos, en la garra que le ponía a cada emprendimiento. ¡Un jugadorazo! Ganador nato. Respetadísimo. ¡Cómo andaba a caballo! Era como un jinete de adiestramiento. Y ni transpiraba. Otra cosa: era un excelente representante de sí mismo. Se hacía valer como pocos”, rememora Trotz, uno de sus compañeros de grandes emociones.
Cerrada esa etapa, Gracida siguió jugando por el mundo, hasta que volvió a la Argentina para ser parte de Ellerstina. Con Gonzalo Pieres, Adolfo Cambiaso y Mariano Aguerre. Ya no como N° 1, sino de back. ¡Y ganaron la Triple Corona en 1994! Carlos miró muchos videos para captar los secretos del puesto, pero también le sobraba polo. A veces ejecutaba golpes extraños, con ángulos curiosos. No le salían por casualidad: los practicaba. Y se despidió del alto handicap en 2004, en La Dolfina, con la camiseta de Nueva Chicago. Aunque su nombre siguió ligado al equipo de Cañuelas por caballos que Cambiaso hizo volar en Palermo, como Legend y Bruma.
Cuando decimos que lo querían mucho en otros lados, sin soslayar que fue un múltiple campeón en los principales torneos de América y de Europa, imposible es no mencionar su relación con los ingleses. Fue instructor del príncipe Carlos y de sus hijos, William y Harry. Y el preferido de la reina Isabel II, quien lo distinguió en 2012 por su trayectoria y su cuidado, sin agresión, de los caballos.
Dedicado además a los negocios a través de los contactos que le dio su carrera (bienes raíces, promotor; se asoció con Jack Nicklaus para fomentar el polo y el golf en China), Carlos Gracida deja un recuerdo imborrable, sin haber podido torcer el destino. Un insólito accidente en un torneo menor para alguien que brilló y guapeó a más de 60 km/h arriba de un caballo suena a utopía. Carlitos y Mariano, sus hijos, lo mismo que el bebe en camino que escuchará hablar maravillas de él desde el corazón, saben que Cacha no pasó en vano. Dejó su impronta en cada alma que supo y sabe gustar del polo. De ese polo que Carlitos jugó como lo que fue: un crack.
Desenlace poco usual y fatal
El infortunado accidente del polista Carlos Gracida ocurrió el martes pasado en Everglades, EE.UU., jugando por Santa Clara un torneo de 14 goles de handicap. Un rival le pegó un tacazo involuntario en la cabeza a la yegua del mexicano; el animal, atontado, cabeceó hacia arriba y ahí golpeó a Gracida, que, desmayado, cayó pesadamente y de nuca contra el piso; enseguida, el caballo rodó sobre él.
LA NACION