Un viaje a la capital azteca

Un viaje a la capital azteca

En el corazón del Valle de México, una gran cuenca en la alta meseta del centro del país azteca, a una altitud de 2.240 metros, se levanta la ciudad más grande del continente americano: México DF. Es el centro político, económico y cultural más importante de la nación, que con un continuo clima primaveral invita a los turistas a recorrerla todo el año. Es que, además, en medio del trajín que no se detiene nunca, esta capital posee un peculiar y desconcertante magnetismo: su diversidad interminable.
Los autos modernísimos, el ruido de las motocicletas, el humo de los taxis y el ritmo urbano se mezclan con el sonido siempre presente de las guitarras de los mariachis que continúan lamentándose por aquel amor que nunca pudo ser. Y si de este lado de la acera hay un edificio con despachos, computadoras y hombres de portafolio, del otro seguramente habrá un museo con antiguas reliquias indígenas.
En una cita irrepetible, las épocas precolombinas, el posterior período colonial y la vigente modernidad, se fusionan en esta ciudad con una facilidad sorprendente. Aquí mismo, hacia principios del siglo XVI, se encontraron cara a cara el Nuevo y el Viejo mundo, para dar a luz a un complejo mestizaje que se mantuvo intacto a lo largo de los años. Además, las altas torres y restaurantes de estilo europeo contrastan agradablemente con el aroma de los tacos recién cocinados en los bares y puestos callejeros. Sin dudas, la capital mexicana es una ciudad que hay que visitar al menos una vez en la vida.

Un paseo por la ciudad
El espectáculo comienza en el Zócalo central, un testigo fiel de 400 años de historia mexicana. Esta enorme plaza, la segunda más grande del mundo, emplazada en pleno centro histórico y siempre repleta de gente, seduce desprejuiciada con el secreto encanto del desorden y el tumulto.
Enfrente, exactamente en el mismo lugar en que Moctezuma tomaba las decisiones que llevaban adelante al imperio Azteca, se levanta el imponente Palacio Nacional. Como si nada hubiera cambiado, también hoy funcionan aquí las oficinas del Presidente de la República y del Secretario de Hacienda.
Muy cerca de allí, siempre dentro del centro histórico, se encuentra la Catedral Metropolitana, la más grande de Latinoamérica. Comenzó a construirse en 1567 y se terminó recién 250 años más tarde, motivo por el cual llama la atención la diversidad de matices arquitectónicos. A su lado se encuentra anexada la parroquia El Sagrario, seguramente la más hermosa dentro del estilo churrigueresco.
Los amantes de la historia pueden visitar cerca de allí la Iglesia de Jesús que preserva los restos del conquistador Hernán Cortés.

Tlatelolco, conurbano mexicano
Menos de tres kilómetros al norte del Zócalo central se encuentra el área Tlatelolco, que antiguamente funcionaba como ciudad satélite de la capital Azteca. Allí, una recorrida por la Plaza de las Tres Culturas será fundamental para rememorar los períodos históricos más ricos del país.
En este lugar, los aztecas habían levantado uno de los más grandes centros comerciales. Después de la llegada de los españoles, en 1609, se construyó entre los escombros del imperio derrotado una iglesia de sobrio estilo colonial. Pero a unos metros de esta parroquia se ubica el moderno edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Unos kilómetros más adelante está el Santuario de la Virgen de Guadalupe, que con capacidad para diez mil fieles, es la segunda iglesia más visitada del mundo.
Uno de los sitios arqueológicos que nadie puede perderse es el Templo Mayor. Esta construcción salió a la luz en 1978. En los ‘80, se realizaron excavaciones más grandes que llevaron al descubrimiento del centro ceremonial Azteca más importante del país.

Tenochtitlan
Según cuenta la leyenda, los aztecas, todavía nómades, recibieron órdenes de sus dioses de no asentarse en cualquier sitio por más cómodo o fértil que sea. Por el contrario, deberían recorrer las distancias que fueran necesarias buscando el lugar indicado. Lo reconocerían porque encontrarían allí un águila parada sobre un nopal, devorando una serpiente: esta sería la señal y ése el lugar.
Con la consigna a cuestas, los aztecas peregrinaron durante años atravesando largas extensiones en busca de aquel indicio. Un atardecer, mientras cruzaban un islote de solo dos kilómetros cuadrados, dieron con la señal. Sobre un verde cactus, divisaron un águila alimentándose con una enorme serpiente que se entregaba ante las garras del ave hambrienta. En ese momento, los aztecas se detuvieron, agradecieron a sus dioses y al poco tiempo fundaron en esa pequeña isla la ciudad de Tenochtitlán.
Con el tiempo, el islote les fue quedando chico y empezaron a rellenar la laguna. Poco a poco fueron ganándole terreno al agua y la ciudad de Tenochtitlan se consolidó como el eje de un poderoso imperio que se extendía desde Texas hasta Honduras. Con el correr del tiempo floreció en este lugar la más importante civilización indígena de la historia. En el siglo XVI, un grupo de 400 españoles acompañados de aztecas rebeldes atacaron la ciudad, la conquistaron y construyeron encima de los escombros de Tenochtitlan la capital colonial. Esta nueva ciudad continuó su desarrollo en manos de los españoles, y con la posterior independencia de México, allí se levantó orgullosa la ciudad de México D.F.
EL CRONISTA