03 Jan Un festejo de gol, un pedido de justicia
Por Roberto Parrottino
El 7 de octubre de 1999, Mauro Amato metió el 3-1 ante Godoy Cruz por la B Nacional con un toque al arco vacío. Era de noche en Tucumán, y el Monumental José Fierro de Atlético explotaba de hinchas. Amato corrió y se levantó la camiseta. La trabó por detrás de la cabeza y abrió los brazos para dejar ver una remera negra con cuatro pañuelos blancos y un mensaje: “Aguanten las Madres”. A Antonio Domingo Bussi, entonces gobernador de la provincia, lo habían denunciado horas antes por asesinar a garrotazos a dos personas en un campo de concentración durante la represión ilegal llamada Operativo Independencia entre 1975 y 1976. La Gaceta, el diario más leído de Tucumán, decidió no publicar la foto del festejo. Tres días después, Amato le dijo a Olé: “Quiero que la gente no se olvide de los Derechos Humanos.” En el norte, Amato hizo un click: leyó el libro Nunca más y se empapó de la realidad social. Entrenador de la Pre-Novena de Estudiantes, el club del que surgió como futbolista, dice ahora, a 15 años del gol que les dedicó a las Madres de Plaza de Mayo, desde su casa en el Paraje La Hermosura, en las afueras de La Plata.
–Investigando, me di cuenta que fui un inconsciente. Si de antemano hubiese sabido lo que pasaba en Tucumán, no sé si lo hubiera hecho. Pero saqué esa rebeldía.
A fines de 1999, Amato dejó Atlético para mudarse a Instituto de Córdoba. Allí sería dirigido por Gerardo Martino. El genocida Bussi completó el mandado, caracterizado por la corrupción, que había comenzado en 1995; y fue elegido diputado nacional, aunque el Congreso le impidió que asumiera la banca. En 2011, a los 85 años, el único general de la última dictadura que logró ser electo en democracia murió. Estaba condenado por crímenes de lesa humanidad. Amato, en cambio, hacía dos años que se había retirado en Rivadavia de Lincoln y montado un taller de microfusión en cerámica para crear sus artesanías mientras escuchaba de fondo a los Rolling Stone y Janis Joplin.
–¿Cómo eras antes de llegar a Tucumán, en 1998?
–Tenía la vida rutinaria de un futbolista. Era responsable: los cuidados, las comidas, los tiempos de descanso. Pero después me di cuenta que el futbolista tiene tiempos de sobra. Entonces me fui involucrando de a poco en temas sociales, que ya los venía viendo. A partir de ahí, se me fue abriendo la cabeza. Empecé a incorporar literatura vinculada a la represión y al papel de la Iglesia, y eso me tocó porque me críe como católico. En Córdoba me involucré con los chicos de la agrupación HIJOS. Comíamos asados, escuchaba sus historias. En Tucumán tiraba mensajes en las remeras. Era algo atípico. Lo hacía para concientizar un poco desde una simple camiseta. No sólo de Madres de Plaza de Mayo: saqué también una de José Luis Cabezas.
–Aunque eras “inconsciente”, ¿no tenías miedo?
–Tucumán es una provincia muy violenta. Después del clásico que ganamos 3-2, en el que metí dos goles –el tercero faltando 30 segundos–, no pude salir por 15 días. Hacía mi vida; salía a hacer los mandados. No me sentía una estrellita. Pero esa vez los hinchas de San Martín… Iba con mi hijo Eneas, que lo tenía a upa porque nació allá, y un taxista se baja y me quería cagar a trompadas. Cara a cara. “¡Hijo de puta, hijo de puta!” Fue horrible. Estaba los que me puteaban y los hinchas de Atlético no me dejaban ni caminar.
–Los taxistas están vinculados al Clan Ale, a San Martín…
–Sí, los Ale tienen una vinculación con todo. Incluso con los taxistas. Y claro: están vinculados a la causa por la desaparición de Marita Verón. Forman una red, manejan los remises Cinco Estrellas. Pero todo esto que te digo no lo sabía. No sabía que existían este tipo de enfermedades.
–¿Es cierto que ibas a comer con la barra brava de Atlético?
–El día del clásico fue el 19/9/1999, y una peña se formó por ese día, y siempre se cuentan la historia de aquel día. También se creó una canción. “Era una tarde de sol/nunca la voy a olvidar/ganamos 3-2/Amato los culeó”. Ese día mostré una remera de mi amigo Martín Palermo. Ceci, mi mujer, es reportera gráfica. Y con una foto de ella que compró una agencia empapelaron toda la ciudad. Pero sí: hice onda con la barra. Me metía en cada rancho con Ceci… No me importaba nada. Iba a comer empanadas, me chorreaba todo, y tomaba vino. Esa vinculación me catapultó a una idolatría que no es por mí: es por el vínculo, que fue real. Al principio, el jefe de la barra me pegó una piña, y después empecé a hacer goles y empezó la movida de las remeras. Y también iba a comer a las casas de la clase alta. Pero te soy sincero: me gustaba más ir a los ranchos, porque quizás uno es más parecido a eso que a la alta alcurnia.
–¿Y cómo le ponés ahora tu sello al trabajo con los chicos?
–Acá hay dos ligas. Está la categoría en AFA y en Metro, que es la liga paralela. Y el día que coinciden los partidos, tratamos de hacer unos patys para que no sólo sean las dos horas de partidos que están juntos. Un día en el mes festejamos los cumpleaños. A veces ellos solos se miran diferente y se matan porque uno es de AFA y el otro no. Entonces les marqué que no son dos grupos. Y busco motivarlos, no darle tanta información desde lo táctico porque no la pueden asimilar. Escucho a técnicos que dicen “yo descubrí a este, yo le cambié el puesto a aquel”. Si lo tuviste un año… Mi objetivo es que aprendan; y dejarles conceptos futbolísticos pero, sobre todo, de solidaridad, de vida, porque no tengo como objetivo dirigir la Primera, como muchos otros.
EL GRAFICO