Nostalgias de las cosas que han cambiado

Nostalgias de las cosas que han cambiado

Por Graciela Melgarejo
Inolvidables. Hay experiencias, gestos, palabras inolvidables. Cada uno atesora los suyos y, a veces, hasta le gusta compartirlos con otros. Pero para que eso ocurra, para que algo sea inolvidable, hay que caminar “mirando al cielo”, como decía Manuel Mujica Lainez.
En una calle de la ciudad de Escobar, provincia de Buenos Aires, a la altura de una de las paradas del colectivo 60, sobre un poste de teléfono y a unos dos metros del suelo, alguien clavó un cartel en el que escribió el siguiente texto: “Un café + 3 medialunas inolvidables = 7 pesos”. Debe de haber sido el dueño de un bar que antes que eso es, también, un hablante con un alto grado de intuición poética. Las medialunas podrían haber sido descriptas como “riquísimas”, “fresquitas”, “recién horneadas”?, pero no, éstas eran “inolvidables”, y por la magia de esa palabra lo seguirán siendo aun para aquellos que seguramente nunca las probaremos.
Así como una sola palabra muy bien puesta nos despierta la curiosidad, la imaginación e incluso la nostalgia de algo no vivido, hay otras que, repetidas hasta el hartazgo, nos impacientan y fastidian. Algo así es lo que le sucede a la lectora Beatriz Cotello con “imperdible”. Escribió Cotello por correo electrónico el 22/6: “Imperdible se usa mucho actualmente para decir que algo es maravilloso y fantástico, y que uno no debería perdérselo. Desde la primera vez que lo oí me ha parecido que está mal empleado en ese sentido. Entiendo por «imperdible» algo que no se pierde por sí mismo, como el imperdible al que nosotros llamamos alfiler de gancho. ¿Se puede aplicar a las cataratas del Iguazú, al último libro de X o a la película Y?
“Este uso de la palabra me irrita particularmente, sobre todo porque sospecho que ha sido originado en la televisión, pero entiendo que las palabras tienen el significado que los hablantes quieran darles. He visto que la palabra «imperdible» está usada en 2646 artículos de La Nacion, así que parece que es una moda que se ha impuesto con bastante firmeza.
“Sin embargo, da para reflexionar el tipo de adjetivos que hemos usado en un sentido positivo y superlativo: antes de «bárbaro» se usaba «brutal» y «bestial». Como no vivo ya en la Argentina, las nuevas palabras o modismos que entran en circulación en general me chocan. Es posible que los emigrantes nos quedemos con el vocabulario de cuando nos fuimos. O nos aferremos a él. Yo todavía digo «¿viste?», aunque creo que ahora se reemplaza por «¿entendeeeeés?».”
Para la lectora Angelina Ferrer Deheza, su indignación lingüística alcanza, en cambio, a “bizarro”. Así lo expresó en sue-maildel 28/6: “Sobre la presentación de la fórmula oficialista, la doctora Elisa Carrio dijo que «fue un espectáculo bizarro de la esposa de un dictador latinoamericano». Seguramente no fue exactamente su intención calificar el acto como «valiente, generoso, lucido, espléndido», que es el significado habitual de la palabra “bizarro” en español, distinto del significado («raro, extraño») que tendría en inglés o en francés. Una equivocación muy difundida, pero una tergiversación más de nuestro idioma”.
Como seres que nos comunicamos mediante un código que hoy más que nunca está sufriendo constantes cambios, es lógica esa sensación de orfandad, de paraíso perdido. Sin embargo -aunque ya se ha tratado el tema en esta columna, conviene repetirlo-, hay palabras que vuelven a la vida (por ejemplo, bondi o chabón ). Otras están perdidas para siempre porque la realidad que les dio origen también desapareció, y otras, como bizarro, por contacto con otros idiomas (generalmente considerados prestigiosos por el hablante), adquieren una nueva acepción que quizá permanezca y se vuelva tanto o más importante que las de origen.
Por eso, es comprensible la mirada crítica de la lectora Cotello. Desde fuera del tiempo y del espacio, el emigrante, lleno de nostalgia, percibe mejor los cambios en su idioma materno y éste se le vuelve un poco extraño, como cuando uno regresa, ya adulto, al barrio de la niñez y lo encuentra distinto.
LA NACION

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