12 Jan Las ruinas, a salvo
Por Lorena Obiol
Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas” (…) ¡Qué casa extraña! Compacta, maciza, casi una ciudadela. Castillo de leyenda que ofrecía, al trasponer el porche, un refugio tan apacible, tan seguro, tan protegido como un monasterio…”. Así relata Antoine de Saint-Exúpery, en su libro Tierra de hombres, su llegada al Palacio San Carlos, ubicado a 4 km. de la ciudad de Concordia, Entre Ríos.
El castillo fue construido entre 1886 y 1888 a pedido del conde francés Eduardo Demachy en un terreno de 100 hectáreas junto al río Uruguay. La construcción, de dos plantas y 1200 m2 totales, se ubicó sobre una loma desde la que se puede ver el río y todo su entorno. En la planta baja se dispusieron todos los servicios, la caballeriza y sus dos anexos (únicos espacios que conservaron sus techos). Con planos traídos de Francia, el edificio se levantó con algunos materiales locales, como piedra y arena, y otros importados, como las chapas acanaladas de las cubiertas del piso alto y los rieles empleados en parte de los dinteles, las bovedillas y las columnas de la caballeriza. La madera de pisos y revestimientos vino de Alemania, los hogares de mármol eran italianos y algunos otros elementos eran franceses. Se cree que los ladrillos y la cal utilizados eran de algún proveedor local.
La obra requirió mano de obra especializada, como los canteros que tallaron los mampuestos de las esquinas de las fachadas, las claves y las impostas de los arcos.
Por amor a Francia
Casualidad o no, todos los residentes del castillo fueron franceses. Primero, Demachy y su mujer, una actriz francesa con la que abandonó repentinamente la residencia en 1891 , sin que se supiera jamás de ellos. En 1929, la propiedad pasó a manos de la Municipalidad de Concordia y fue alquilada a la familia Fuchs Vallon hasta 1935. En ese tiempo, recibieron la visita del piloto y escritor francés de Saint-Exúpery, quien vivió en el país mientras dirigió la Aeroposta Argentina. Hay varias versiones sobre aquel inesperado aterrizaje: desde un desperfecto mecánico hasta la búsqueda de una escala intermedia entre Buenos Aires y Monte Caseros. Lo cierto es que después de esa primera vez, el autor de El Principito visitó varias veces el castillo. Y hasta escribió sobre él y sobre sus habitantes. Luego, la propiedad fue abandonada, después saqueada y luego incendiada. En ese último accidente de 1938 perdió los techos y parte de los dinteles de madera. Algunas paredes se agrietaron y originaron derrumbes posteriores. Las piedras caídas se convirtieron en souvenirs para los turistas.
La recuperación
La Municipalidad de Concordia realizó algunos trabajos de mantenimiento en 1974 y 1996 que incluyeron el cuidado de la estructura, el remplazo de los dinteles de madera por perfiles metálicos y vigas de hormigón y el cambio de algunas piedras por ladrillos.
Pero fue recién en 2008, luego de una consulta popular, que la propietaria del castillo – junto con la Comisión Administradora para el Fondo Especial de Salto Grande (CAFESG) y la Regional Noreste del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Entre Ríos, Regional Noreste (CAPER)- se ocupó de organizar un concurso para consolidar y poner en valor las ruinas del Palacio San Carlos.
El equipo ganador fue el de los arquitectos Alejandra Bruno, Jorge Lessa, Marcelo Magadán y el ingeniero Florencio Bourren. Estos dos últimos asesoraron en restauración y estructuras, respectivamente. Las tareas fundamentales que el grupo propuso ponían foco en mantener la autenticidad de la obra así como la de los materiales subsistentes y con dotar de seguridad al edificio para que pueda ser visitado. Se descartó de lleno la reconstrucción de las paredes y techos perdidos para conservar la imagen que durante años tuvieron los vecinos y visitantes. El objetivo entonces fue el de preservar la obra de aquí hacia adelante, respetando en todo su originalidad. Por eso se hizo evidentemente manifiesta la necesidad de una intervención contemporánea.
Así, se pusieron pasarelas metálicas y dos escaleras que cierran y ordenan el recorrido, vinculando a la vez las plantas del edificio. Las estructuras se apoyaron en pilotes y se usaron materiales contemporáneos. En los accesos se agregaron rampas desmontables. La intervención incorpora también un sistema de iluminación, un centro de interpretación y la mudanza del kiosco y el grupo sanitario a un lugar menos visible.
La restauración
Luego del llamado a licitación en 2011 para llevar a cabo el proyecto ganador, comenzó la puesta en valor. Magadán y Bruno siguieron trabajando junto a la constructora Conkret. Se necesitaron una veintena de operarios y el asesoramiento de distintos profesionales, como por ejemplo, arqueólogos. Entre los primeros procedimientos importantes hay que citar la limpieza y la consolidación de los muros. También se realizaron diferentes ensayos de colores y texturas de los revoques y, una vez encontrados los similares al original, se aplicaron los distintos morteros. Para evitar desplomes y vincular los muros exteriores con los interiores se colocaron tensores metálicos. En el caso de las fachadas Sureste y Suroeste se construyeron dos contrafuertes de ladrillo que reemplazan los muros transversales perdidos. Pero en el lado Oeste, la estructura necesitó un tabique de hormigón armado revestido con la misma piedra de las fachadas. Los dinteles y vigas en buen estado se conservaron, mientras que los otros se cambiaron por metal. Además de reponer los contrapisos, los solados faltantes se completaron con pisos calcáreos en damero respetando los originales, según constaba en fotografías antiguas.
Las piezas encontradas en las excavaciones (fragmentos de loza sanitaria, restos de frascos y vajilla, parte de un cepillo de dientes de nácar, un cairel y varios elementos del edificio) se recuperaron gracias al trabajo arqueológico y se exhibirán en el centro de interpretación como piezas que sobrevivieron al paso del tiempo, al vandalismo, a los saqueos y al fuego, y que cuentan también la historia del lugar.
EL CRONISTA