28 Jan Las consecuencia evitables del divorcio
Por Maritchu Seitún
Las estadísticas publicadas por La Nación esta semana acerca de las nuevas modalidades de familia y el número creciente de consultas de parejas que quieren separarse y buscan una fórmula que los ayude a hacer el menor daño posible a sus hijos me condujeron a esta reflexión.
Indudablemente la separación de los padres es dolorosa para los chicos, es una situación nueva y desconocida para ellos, los pone en situación de tener que pasar tiempo con cada uno de sus padres, cuando en años anteriores simplemente estar en casa era estar con papá y mamá. Además ambos progenitores se ven sobrecargados por tareas que antes se repartían entre ellos, ya fuera cocinar, llevar los chicos al colegio, ayudarlos a hacer la tarea, lograr que se bañen y se acuesten en un horario adecuado para cada uno, etcétera. Y el hecho de estar con un solo progenitor hace que las discusiones con él sean más angustiantes ya que no hay otro adulto que pueda modular y sostener, o que simplemente no esté tan enojado o desilusionado con su hijo en ese momento.
De todos modos la clínica me muestra año tras año que no es la separación (o el divorcio) en sí lo que daña a los hijos sino que esto ocurre por alguna de las consecuencias evitables de ese doloroso proceso: muchas veces los padres (aún con las mejores intenciones y sin darse cuenta de lo que hacen) ponen a los hijos en el medio de la batalla que libran uno contra el otro: un progenitor quiere que su hijos conozcan el “verdadero” motivo o responsable de esa ruptura, una madre prepara al chiquito al horario exacto en que debería llegar su papá a buscarlo (sabiendo que es impuntual o que está con mucho trabajo) y no le ahorra ni un minuto de angustia de esa espera, un padre critica a la madre ante los chicos, pero después se los devuelve el domingo a la tarde y de esa forma los confunde (si ella es tan mala, injusta, egoísta, o desconsiderada ¿por qué mi papá nos deja con ella?). Los ejemplos son muchos y lamentablemente giran alrededor de los mismos temas: el dinero, la ropa, la puntualidad, las responsabilidades que asume cada uno, los días en que cada uno se hacer cargo de los chicos, los permisos, los cambios de días de visita.
En una “buena” separación se interrumpe la pareja conyugal pero no la pareja de padres: se quisieron, tuvieron hijos que son producto de ese amor y siguen pudiendo tomar decisiones en beneficio de los hijos y no uno contra el otro (y sin pensar en los hijos). Parados en ese lugar arman un equipo que sigue cuidando igual que antes y hace sentir a los chicos queridos por los dos de modo que no tengan que tomar partido por la “pobre” mamá o el “pobre” papá.
Los motivos de la separación no son tema para los hijos (creo que a ninguna edad), en cambio sí es importante sostener el dolor, el miedo, el enojo, la tristeza que puedan sentir los chicos y habilitarlos a hablar, quejarse y protestar cuando, a partir de la separación, no se sientan bien cuidados por sus padres o les fallen de alguna manera como padres.
Los chicos pueden sentirse culpables de lo que ocurrió, su pensamiento egocéntrico e inmaduro puede hacerles creer eso, y en realidad necesitan confirmar que no sólo no fue su culpa (aunque los padres se hubieran peleado muchas veces entre ellos por temas de sus hijos) sino que no hay nada que ellos puedan hacer para resolver el problema o lograr que vuelvan a estar juntos ya que esos son temas de grandes.
“Vamos despacio que estamos apurados” es el mejor lema para estos casos: si hubiera que hacer cambios, de nivel de vida, de colegio, mudanzas, o que mamá que empiece a trabajar full time, el ideal sería que fueran graduales, para darles tiempo (meses o años) para ir elaborando esos cambios, de modo que esa separación no implique un quiebre tan grande en sus vidas que les impida procesarla.
LA NACION