Las barreras cotidianas de la inclusión escolar

Las barreras cotidianas de la inclusión escolar

Por Carla Melicci
Juan Cobeñas tiene 22 años y estudia Letras en la Universidad de La Plata. Por medio de una tablita plastificada con las letras del abecedario cuenta el calvario que tuvo que soportar para poder hacer la escuela primaria y secundaria como cualquier chico.
“Me da terror acordarme de mi niñez. Tenía muchas dificultades y la escuela especial me dejó afuera”, dice a través de la voz de Elena Dal Bó, su mamá, quien lucha por la inclusión de su hijo.
Elena y Ricardo, su marido, también tuvieron que sortear muchos obstáculos. “Me decían que Juan no tenía educación posible, el mensaje era que se le había acabado la vida. Porque la familia le puede dar una serie de cosas, pero la escuela es la puerta por donde el chico entra a la vida. Podíamos creer todo lo que nos decían de él, pero no que no lo aceptaran en la escuela”, recuerda Dal Bó.
Ese “no” los motivó a iniciar una búsqueda. Viajaron a Inglaterra, donde les dijeron que la única manera de evitar el ostracismo de Juan era aprender sobre Comunicación Alternativa y Aumentativa (CAA), y se capacitaron en el tema.
El caso de Juan, que finalmente logró ser integrado en una escuela común, representa las continuas barreras y mitos a los que se tienen que enfrentar muchas familias a la hora de encontrar una escuela que incluya a sus hijos. A pesar de que la Convención Sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, cuyo artículo 24 consagra el derecho de las personas con discapacidad a asistir a escuelas comunes con los apoyos y las adaptaciones necesarias, fue ratificada por la Argentina en 2008, aún sigue habiendo barreras para la inclusión.
Estos mitos sociales instaurados en la comunidad educativa abarcan desde cuestiones edilicias de accesibilidad hasta barreras sociales.
“Algunas escuelas me decían que les encantaría aceptarlo, pero que no estaban capacitados. Otras también proponían reducirle la jornada completa porque creían que no la iba a soportar, y también llegaron a proponer no darle educación física o no dejarlo tomar la comunión. Fue terrible”, recuerda Gabriela Santuccione, mamá de Juan Manuel, de 15 años, y coordinadora del Grupo Artículo 24 por la Educación Inclusiva, que integran 80 organizaciones de la sociedad civil de todo el país.
Andrea Pérez, directora del Observatorio de la Discapacidad de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), sostiene: “La inclusión de alumnos con discapacidad es más que nada un desafío para el sistema educativo, ya que aún muchas escuelas no lo asumen como reto ni como algo a trabajar”.

¿Simplemente excusas?
Desde el Grupo Artículo 24 remarcan que esos mitos muchas veces funcionan como excusas para no interesarse en la inclusión escolar. Algunos de ellos son que las personas con discapacidad atrasan al resto de los alumnos, que el niño con discapacidad no está en condiciones de aprender, que la escuela especial es lo mejor para su hijo o que sólo puede haber una cantidad máxima de personas con discapacidad por grado.
Verónica Podestá afirma haber peregrinado por muchos colegios privados para conseguir una vacante para Manu. Hoy su hijo tiene 9 años y desde los 3 que asiste a una escuela pública común con una maestra de apoyo. “Se siente mucha impotencia al ver que la inclusión todavía es una asignatura pendiente para muchos de los colegios privados. Y los pocos que tienen proyecto de integración aceptan a un niño por curso, con lo cual se hace muy difícil encontrar posibilidades”, dice Podestá.
Por su parte, Pérez señala como mito el preconcepto de que la inclusión es un capricho de los padres que no aceptan la discapacidad de sus hijos. “Es muy generalizado esto de que los padres no entienden o niegan la discapacidad, como si la discapacidad fuera algo de la naturaleza del niño en cuestión”, dice.
Santuccione menciona otra barrera que tuvo que vencer: la escuela secundaria no era posible para Juan. “Me decían que eran muchas materias y que no iba a poder, que le convenía hacer algo manual, un oficio dentro de sus posibilidades, etiquetando lo que mi hijo podía llegar a ser el día de mañana, cosa que ningún padre quiere”, apunta.
En cuanto a si los chicos con discapacidad tienen que ser tratados con compasión porque padecen y sufren, Juan Cobeñas responde rotundamente: “No padecemos ni sufrimos nada. Sólo sufrimos exclusión. Si piensan que así nos protegen de las burlas y risas de los demás, es porque nos consideran bobos. El tema de las burlas es común a todos, no es especial para nosotros”, sostiene.
Cobeñas añade: “Está bien: somos un grupo clasificado como personas con discapacidad, pero somos parte de la diversidad humana. La clasificación es arbitraria, pero aceptamos el nombre porque eso da identidad a nuestra lucha. No tenemos por qué estar separados, somos iguales a los demás”.
En relación a si los chicos con discapacidad tienen que ir a una escuela especial porque no pueden ser educados en una común, Pérez dice que en la actualidad “todos tenemos que ser cautos en este sentido y estar atentos a lo que nos transmiten los niños que asisten a la escuela, para que puedan elegir según lo que les pasa en las instituciones”.
Y agrega: “Aún falta mucho camino por recorrer para superar estos modelos dicotómicos (escuela común-escuela especial; normal-anormal), y por lo tanto hay estudiantes con discapacidad que se encontrarán a gusto y aprenderán mejor en escuelas de educación común, mientras que otros lo harán en las de educación especial. Todas deben hacer el esfuerzo para que cualquier niño se sienta con ganas de aprender y participar activamente en cualquier colegio”.

Ayudarse mutuamente
¿Cuáles son los beneficios de que los chicos con y sin discapacidad estudien en un aula en común? Como mamá de Juan, Dal Bó dice que los niños tienen las mismas etapas en el desarrollo, que implica tanto cuestiones intelectuales como emocionales, culturales y sociales. Y agrega: “El hecho de concurrir juntos y estar en el mismo grupo hace que compartan y se ayuden a transitar estas etapas. Las escuelas tienen un currículum expreso, que es lo que se enseña estructuradamente, y uno oculto, que son las creencias, costumbres, los conocimientos que se comparten sin darse cuenta. Todo esto va formando a cada alumno como parte de una sociedad”, apunta.
Magdalena Orlando, asesora del Grupo artículo 24, añade que al conocerse en su cotidianidad, se puede generar un vínculo que naturaliza la diferencia. “Los niños de hoy van a ser los adultos de mañana y esos adultos van a ver de manera natural la inclusión no sólo escolar, sino en el resto de los ámbitos”, ratifica.
Dal Bó comenta que en relación al funcionamiento en la clase existen formas de enseñanza-aprendizaje que benefician a todos: “Muchas estrategias que se ponen en juego para mejorar el aprendizaje de chicos con discapacidad intelectual ayudan a otros, que sin tener problemas manifiestos, van más lento en la escuela”.
Más cautelosa, Pérez apunta a que todo depende de cada situación, contexto y grupo de trabajo. “Es importante que contribuyamos a desterrar la idea de que tal estudiante sólo va a aprender tal cosa sólo porque tiene tal diagnóstico. Los diagnósticos pueden ser muy útiles en el campo de la medicina, pero en general en el campo de la educación no han hecho más que condicionar a determinados estudiantes”, sostiene.

Educación inclusiva
Uno de los mitos que resuenan cada vez que se habla de educación inclusiva es que para garantizar la inclusión habría que cerrar la educación especial.
Para Nicolás Schujman, de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), es importante señalar que todos los recursos de la escuela especial deberían funcionar como apoyo de la educación común. “No es que para que haya educación inclusiva no tienen que existir más docentes de educación especial. Al contrario, es uno de los tantos recursos que existen para generar apoyos para que la escuela común pueda recibir a todos”, asevera. Por su parte, Pérez asegura: “Si queremos hacer un cambio social y educativo profundo es necesario que sigamos preparando las condiciones para que todos podamos compartir los procesos de educación en las escuelas comunes. Los cambios deben ser paulatinos, para no promover mayor inclusión excluyente dentro de las escuelas”. Cuando Juan Cobeñas cuenta su historia, menciona continuamente que logró estar integrado -es decir, que la escuela común lo aceptara- luego de que la especial lo rechazara. Orlando destaca que integración e inclusión son dos conceptos diferentes que provienen de lógicas distintas y por tanto prosiguen otros resultados. “Mientras que la integración propone que el alumno se adapte a la escuela, la inclusión sucede cuando la escuela se modifica y adapta para atender las necesidades del alumno -remarca la asesora de Grupo Artículo 24-. Es decir, la integración trata a todos como iguales, mientras que la inclusión implica tratar a todos como diferentes e igualmente valiosos como para darles respuesta en ese ámbito educativo y no excluirlos.” Como positivo, Orlando destaca que la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad sea ley en la Argentina y por otro lado, “la movilización real que hay de padres y de personas con discapacidad habla de que es posible un cambio desde las bases hacia arriba”, asevera la asesora de Grupo Artículo 24.
LA NACION