19 Jan La vida novelesca de un científico superstar
Por Nora Bär
Es septiembre de 2012. Miles de personas colman la sala del Flint Center de San José, California, con la mirada fija en el gran escenario. Súbitamente, estallan los aplausos y todos se ponen de pie. Los focos iluminan la figura desgarbada, con la cabeza inclinada hacia un costado, las manos entrelazadas y las piernas flexionadas sobre la silla de ruedas, del científico más famoso del mundo, Stephen Hawking. La cámara toma un primer plano de sus anteojos, sobre los que está montado el sensor de alta velocidad que le permite elegir letras o palabras en una pantalla conectada con un sintetizador de voz, con sólo realizar un imperceptible movimiento de la mejilla, el último músculo que puede controlar. Enfoca los cuatro dientes que sobresalen de su mandíbula inferior, su pañuelo en el cuello y su inesperada camisa color púrpura.
“Mi nombre es Stephen Hawking -se escucha, en el tono monocorde que emite el sistema electrónico-. Durante los últimos cincuenta años he viajado por el mundo dando conferencias acerca del espacio y del tiempo, y de las leyes que gobiernan el universo. Este film es un viaje personal a través de mi vida, contado en mis propias palabras. Vengan conmigo y les mostraré cómo vivo y trabajo hoy, y les contaré la historia de cómo me transformé en quien soy. Bienvenidos a mi mundo.”
Hawking, superestrella de la ciencia, está otra vez en el centro de la escena. Un film que se inicia con estas tomas y abrió hace algunas semanas el Cambridge Film Festival ( Hawking, the Remarkable Story of a Beautiful Mind ) pasa revista a su vida y su obra, y recoge testimonios de sus alumnos, colegas, familiares, enfermeras y cuidadores. Junto con una autobiografía de reciente publicación en inglés ( My Brief History , BantamPress, 2013), ofrece un testimonio sobrecogedor de quien es considerado por algunos el heredero de Einstein, tanto por sus aportes fundamentales al conocimiento de las leyes del universo como por su popularidad: lejos del estereotipo del sabio ceñudo y aislado del mundo, opina sobre temas de política internacional, participa en shows cómicos como el de Jim Carrey, fue incorporado como personaje en la serie de los Simpsons, participó en The Big Bang Theory , aceptó hacer un cameo en Star Trek , hizo un vuelo en el que experimentó la falta de gravedad y Richard Branson, el magnate dueño de Virgin Galactic, le prometió que estará en el primer viaje privado al espacio. Donde vaya, lo apuntan las cámaras fotográficas y los medios reproducen sus declaraciones.
Después de seis libros en los que logró arrastrar a lectores de todo el mundo a explorar los desconcertantes misterios del cosmos, en My Brief History (“Mi breve historia”, en alusión a Breve historia del tiempo , su primera obra para el público general publicada en 1988, que estuvo más de cuatro años en la lista de best sellers de The New York Times, vendió más de 10 millones de ejemplares y fue traducida a más de 40 idiomas), Hawking encara un viaje muy diferente, que lo lleva a repasar los pliegues de su propia vida y el camino intelectual que va desde su niñez en la Inglaterra de posguerra, cuando era un alumno poco aplicado pero sagaz, al que sus compañeros bautizaron “Einstein”, hasta la celebridad. Con su prosa sencilla, que destila humor y picardía, Hawking pone al descubierto los engranajes mentales que lo condujeron a sus descubrimientos y hasta revela los entretelones de sus dos matrimonios, y las penurias a que lo sometió la enfermedad neurodegenerativa que lo tiene postrado desde hace casi cinco décadas.
Hawking nació el 8 de enero de 1942, exactamente 300 años después de la muerte de Newton, cuya cátedra “lucasiana” ocupa en Cambridge. Su padre, Frank, médico e investigador en enfermedades tropicales, y su madre, Isobel, secretaria, se educaron ambos en Oxford. Según su amigo de la escuela John McClenahan, creció “en una casa poco convencional, en la que los chicos tenían mucha libertad. Había libros por todas partes y se discutían temas como el sexo, la homosexualidad o el aborto”.
Stephen, el mayor de cuatro hermanos, dos mujeres y un varón adoptado cuando él tenía 14 años, aprendió a leer recién a los ocho, pero desde chico sintió pasión por saber cómo funcionan las cosas. “Siempre quería construir mecanismos que pudiera controlar -escribe-. [?] Cuando comencé mi doctorado, esta urgencia fue saciada por mi investigación en cosmología. Si uno entiende cómo opera el universo, de algún modo también lo controla.” Su hermana Mary y su prima Sarah Hardenberg recuerdan otras facetas de su personalidad. “Le gustaba ganar? en todo -dice Mary-. Creo recordar que sólo una vez le gané a las damas y se ocupó de que nunca volviera a suceder.” “Pasaba muchísimo tiempo mirando las estrellas y preguntándose dónde terminaba la eternidad -añade Sarah-. No podía concebir que hubiera algo sin fin.”
Por sus notas, nunca superó la mitad del curso y reconoce que no le dedicaba más de una hora diaria a la escuela. (Cuando tenía 12 años, uno de sus amigos le apostó a otro una bolsa de caramelos a que nunca llegaría a nada.) Su padre quiso que siguiera medicina, pero él optó por la física, aunque hasta entonces le había resultado “aburrida por lo fácil y obvia”.
Y antes de que tuviera tiempo de comprenderlo, empezaron a manifestarse sus problemas de salud. En el último año de la universidad, a los 21, notó que su letra habitualmente desastrosa se hacía aún más torpe. Un día se cayó por la escalera y cuando recuperó el conocimiento, no sabía quién era ni dónde estaba. “En ese momento, no me di cuenta de que [esos episodios eran] una advertencia de peores cosas por venir -cuenta-. Pero me recuperé y a pesar de mi actitud relajada hacia el estudio, me gradué con honores y fui a la Universidad de Cambridge para hacer mi doctorado.”
Era 1962 y estaba desesperado por hacer oír su propia voz en el debate de ese momento entre las hipótesis que intentaban explicar el origen y el fin del universo: el big bang vs el universo estacionario. “Pero el desafío más apremiante era mantener el control de mi cuerpo”, destaca. Lo internaron en el hospital en Londres y lo sometieron a estudios durante varias semanas. El diagnóstico fue esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa neuromuscular en la que se van muriendo unas células del sistema nervioso llamadas neuronas motoras, lo que provoca parálisis progresiva. Le dieron dos a tres años de vida. Para Stephen, aquello fue devastador. No estaba haciendo mucho progreso en su tesis y pensó que tal vez no viviría lo suficiente para terminarla. Se volcó a escuchar a Wagner, pero aclara que las versiones que afirman que se dio a la bebida son exageraciones de las revistas.
Sin embargo, no se murió. Al principio, la enfermedad pareció progresar muy rápido, pero luego el avance se fue haciendo más y más lento. Entonces, conoció a una joven estudiante subgraduada del Westfield College llamada Jane Wilde. “Era muy divertido -recuerda Jane en el film-. Tenía una gran sonrisa y unos hermosos ojos grises. Creo que fue eso lo que me enamoró. Íbamos a desafiar a la enfermedad, a los médicos y al futuro.” “Jane era hermosa, gentil y no se amilanaba por mi enfermedad -dice Hawking-. Enamorarme y comprometerme fue la motivación que necesitaba. Tendría que obtener el doctorado. Empecé a trabajar duro por primera vez en mi vida. Me sorprendió darme cuenta de que me gustaba.”
Stephen sabía que no tendría demasiado tiempo, de modo que decidió atacar el problema más importante de la cosmología: si el cosmos tenía un comienzo o no. Muchos científicos respaldaban la idea del big bang . Stephen había estudiado los agujeros negros, esas extrañas criaturas cósmicas cuya gravedad es tan intensa que ni la luz puede escapar de ellas y que devoran todo lo que las rodea. Se los considera una “singularidad”, un punto en el que el espacio y el tiempo tienen un final. En un artículo escrito con el matemático Roger Penrose (“Era alguien que captaba las ideas muy rápidamente”, asegura), aplicó esa noción de singularidad al universo entero. “Súbitamente? lo tenía -cuenta Hawking-. Me imaginé yendo hacia el pasado y planteé un cosmos que podría haber sido una singularidad. El tiempo se detiene y es el comienzo de todo. No hay un tiempo previo. [En esta hipótesis] el universo se crea a sí mismo en el big bang . [?] Había llegado a la conclusión de que las leyes de la naturaleza no tienen necesidad de un creador.”
Se presentó a un puesto en el Gonville and Caius College, de Cambridge, lo obtuvo y decidió casarse con Jane. Pero no todo era color de rosa. “Stephen estaba perdiendo fuerza en sus brazos y piernas -recuerda ella-. Fuimos de luna de miel a una conferencia de física en la Universidad de Cornell, en Nueva York. Y entonces me enteré de que había una diosa en la vida de Stephen con la que compartía el matrimonio: la física.”
Luego de la publicación de su tesis, la reputación de Hawking creció sin parar. Se concentró en los agujeros negros y especialmente en las partículas que los rodean. “Para mi sorpresa, me di cuenta de que algunas escapaban a la atracción gravitacional, lo que parecía una burla a las leyes conocidas de la física. Al principio, pensé que era un error”, cuenta. Después de varios meses agotadores en los que escuchaba a Wagner y parecía ausente, encontró la respuesta. Descubrió que, contrariamente a todas las teorías vigentes, los agujeros negros debían emitir partículas y perder calor. Esta suerte de evaporación significaba que el agujero negro podía eventualmente desaparecer.
Anunció sus hallazgos en 1974, en una conferencia de cosmología de Oxford. Cuando terminó, la gente no podía creer lo que había escuchado, pero tras muchas discusiones, su propuesta fue aceptada y esas partículas emitidas por los agujeros negros se conocen hoy como “radiación de Hawking”. Era la primera vez que alguien unificaba la teoría de la relatividad con la mecánica cuántica y la termodinámica. Según los físicos más destacados, sólo de tanto en tanto alguien llega a un resultado tan bello?
Los honores comenzaron a sucederse cada vez con mayor frecuencia. Fue uno de los miembros más jóvenes incorporados a la Royal Society y Pablo VI le entregó la medalla de oro de la ciencia, mientras la enfermedad seguía avanzando. “Ese año perdió el uso de sus manos -cuenta Kip Thorne, el físico que trabajó con él durante su temporada en Caltech, en California-. Hasta entonces todavía podía escribir ecuaciones, pero desde ese momento desarrolló todavía más su forma de pensar absolutamente única, manipulando formas en su cabeza. Se movía a la velocidad de la luz a través de las fronteras del conocimiento y veía cosas que nadie más podía advertir.”
“Triturar problemas en mi mente ha sido mi principal método de descubrimiento durante la mitad de mi vida -destaca Hawking-. Mientras la mayoría de la gente que me rodeaba conversaba, yo me transportaba muy lejos, perdido en mis propios pensamientos, tratando de entender cómo funciona el cosmos.” Frecuentemente, se atragantaba y sufría fuertes ataques de tos: “Me daba cuenta de que el tiempo me jugaba en contra, pero [?] estaba decidido a escribir un libro sobre cómo había comenzado el universo”, explica. Quería un texto que todos pudieran leer, como una novela de aeropuerto. Escribió un capítulo y se lo envió al agente literario Al Zuckerman, que le dijo que no iba a funcionar, pero lo envió a diversas editoriales. Hawking eligió a Bantam Books, donde el editor Peter Guzzati se tomó su trabajo muy en serio.
“Al principio, me sentí desilusionado, pero pensé? tal vez ocurra un milagro”, confiesa Guzzati. Y efectivamente sucedió algo extraordinario, pero no lo que imaginaban: ese verano, durante un viaje al CERN, Stephen contrajo neumonía y fue puesto en coma inducido. Los médicos creyeron que había llegado el final y llamaron a Jane para desconectarlo. Pero ella se negó e insistió en que lo enviaran a Cambridge. “Sentí que había luchado tan duramente contra la enfermedad que no estaba preparado para rendirme así nomás -cuenta Hawking-. Tuvieron que hacerme una traqueotomía para conectarme con un respirador, y como resultado me quitaron la posibilidad de hablar. Enfrentaba una vida en la que no iba a poder comunicarme con los demás.” Todas las esperanzas de terminar el libro e incluso su carrera parecían haberse evaporado.
Las semanas de recuperación se volvieron meses. Y aunque poco a poco se puso más fuerte, se sentía preso en su cuerpo. Fue entonces cuando brilló un rayo de esperanza desde el otro lado del océano. El tecnólogo Wolt Wotosz había diseñado un sistema informático que les permitía a personas como él elegir letras o palabras de una pantalla de computadora, y así formar frases para escribir o hablar. Usando ese dispositivo, y a una velocidad de tres palabras por minuto, terminó el libro y el resultado fue Breve historia del tiempo .
Disfrutó del interés de la gente por el universo, pero la voracidad de la prensa comenzó a ser un problema para el matrimonio. Se separó de Jane en 1990 y se divorció en 1995. Ese año anunció su compromiso con una de sus enfermeras, Elaine Mason, y volvió a casarse. Este nuevo matrimonio fue, según sus propias palabras, “apasionado y tempestuoso”. Estuvieron juntos durante once años, en los que ella volvió a salvarlo varias veces, pero también enfrentó acusaciones de maltrato que él desmintió. Se divorciaron en 2006.
Todavía va diariamente a su oficina en el magnífico Centro para las Ciencias Matemáticas de Cambridge, donde con frecuencia lo visitan personajes famosos, como actores o astronautas. “La gente lo considera un héroe”, dice Judith Croasdell, su asistente personal. Lejos de la autocondescendencia, tanto el libro como la película son un conmovedor testamento de valentía, curiosidad y alegría de vivir. “Después de más de 71 años en este maravilloso planeta, creo que mi mayor logro es haber inspirado a la gente a pensar acerca del cosmos y de nuestro lugar en él -dice hacia el final del film-. Dado que no creo en una vida en el más allá, me parece que es importante darse cuenta de que sólo disponemos de un pequeño lapso y deberíamos lograr lo mejor con lo que tenemos. [?] No tengo miedo de morir, pero no estoy apurado por hacerlo. Así que por ahora, hasta luego, y gracias por venir a este viaje a través de mi mundo.”
También el libro concluye con una celebración: “Ha sido un tiempo glorioso para estar vivo e investigando en física teórica. Me siento feliz de haber sumado algo a nuestra comprensión del universo”.
LA NACION