La pérdida de la inocencia

La pérdida de la inocencia

Por Néstor Tirri
La cultura contemporánea genera situaciones que desorientan a los especialistas en disciplinas “puras”. Así, por ejemplo, treinta años atrás, en Europa y en los Estados Unidos aparecieron “mediadores” en conflictos matrimoniales que intentaban aportar soluciones en esa etapa de la pareja en la que ya es demasiado tarde para acudir a los terapeutas, pero demasiado temprano para requerir los oficios de abogados. Era una franja conflictiva para la que los profesionales clásicos no estaban preparados. En el desarrollo del niño que devendrá ciudadano adulto, hoy se plantea algo parecido: dadas las influencias del complejo entorno actual, dominado por lo mediático, todo se ha acelerado: ¿cómo manejarse con chicos que ya no se interesan por juguetes, pero a quienes les resultaría prematuro experimentar -por ejemplo- con el erotismo y el amor?
La denominada Giffoni Experience, originalmente concebida como un Festival juvenil de cine y música en el que los jurados son los propios chicos participantes (se celebra en julio, cerca de Salerno, con 3300 asistentes de todo el mundo), hoy desarrolla múltiples disciplinas y ofrece un óptimo terreno de observación para el fenómeno, relativamente reciente, que ocupa estas líneas. Aquí están participando niños y jóvenes de entre 3 y 23 años, pero hay un sector en el que lo mediático y el mercado han alterado las reglas, con el consecuente cambio en la mentalidad de los chicos: la delicada franja de crecimiento que va de los 9 a los 12 años.
A este rango, estricto o extendido -según algunos, la conflictiva transición se puede prolongar hasta los 14-, la sociología estadounidense, ni corta ni perezosa (en ámbitos de las Américas el cimbronazo se verifica con asombrosa vertiginosidad), le ha inventado una denominación ad hoc: esos chicos son tweens , pertenecen a un estrato intermedio, esto es, “en-medio” ( in-between ), tironeados por su condición de niños (o niñas), por un lado, y la de muchachos (o muchachas), por otro. Como ocurría con la búsqueda de soluciones para las parejas, las condiciones culturales y tecnológicas del entorno hacen que ya sea tarde para seguir tratándolos como niños, pero demasiado temprano para considerarlos “adolescentes”.
Los pedagogos y sociólogos conservadores (o, por lo menos, perezosos para aggiornarse ) manifiestan su desorientación con una frase clisé , pero elocuente: “Esto antes no pasaba”. Es verdad, pero ahora pasa. Y, aunque en algunas áreas del planeta se impongan regímenes retrógrados, en el desarrollo de la civilización nada vuelve atrás.
Los chicos de esa franja no abandonan totalmente los juegos; de hecho, la actividad lúdica continúa en la práctica de deportes como el fútbol o el tenis, pero también en entretenimientos que generan una cierta alienación: mal que nos pese a los adultos, en ciertas clases sociales se verifica una verdadera adicción a los videojuegos. Por lo demás, en esta misma franja de edad -y como consecuencia de factores múltiples- desarrollan otros intereses y afirman su identidad social más prematuramente que antes. Al mismo tiempo, comienzan a manifestar muy temprano sus expectativas respecto del futuro.
El cambio que se ha producido es tan movilizador que en algunos países, como Francia, hay urgencia en tomar cartas en el asunto, de modo que ya existen proyectos para dividir el ciclo actual de la escuela elemental o primaria, ante la comprobación de que los chicos de nueve años tienen una visión del mundo completamente distinta de la de los pequeños de los tres años precedentes. Las turbaciones de una adolescencia que parece llegar troppo presto despunta en estas exhibiciones de Giffoni en la sección “Elements + 10” (para chicos de diez años en adelante) con films en los cuales los personajes principales se esfuerzan por definir su identidad; por ejemplo, en Totally True Love , de la joven noruega Anne Sewitsky, que expone un enamoramiento prematuro entre chicos de diez años. El alemán Kaddish for a Friend plantea una situación en la que el pequeño protagonista tiene problemas de integración con sus pares, pero además sufre choques con su propia familia y con la cultura hebraica.
Los disparadores emocionales y psíquicos que provoca la nueva situación son importantes. Pero no se puede ignorar que la situación viene siendo generada fundamentalmente por el bombardeo mediático y tecnológico y que, a su vez, esto despierta una catarata de explotación económica a nivel global en la que el target es, precisamente, la franja de chicos de esa conflictiva edad. Es decir, se ha producido un circuito que se retroalimenta. Casos a la vista: una sagaz operación de producción de Disney impulsó a Miley Cyrus a encarnar el personaje de Hannah Montana en la “tira” homónima cuando la chica tenía 14 años; el negocio creció en proporciones gigantescas, y hoy Miley, a los 18 años, ha abandonado la tira para asumirse como rockera y continuar con buena parte de sus fans originales que están dejando de ser niños: así, maneja un negocio cuyo patrimonio ronda los 120 millones de dólares.
Y en el exitoso “planeta Potter” está ocurriendo algo parecido con Emma Watson: ya no será la dulce Hermione de la saga, pero ahora los pequeños fans que la seguían en la ficción (como lo declaran muchos de los que andan por Giffoni y que asistieron a la avant-premiére de la película final de la saga) a través de los media se interesan por sus avatares en la vida real y ya saben -por ejemplo- que a esta estrellita siempre le gustaron los “chicos malos”: la Watson, ahora de 21 años, declara que sus dos compañeros aliados en la ficción (Harry y Ron) no le movían un pelo, y que, en cambio, en las dos primeras películas vivió un enamoramiento con Tom Felton, el arrogante rubio Draco, el adversario “malo” de Harry. Y comentan vivamente este hecho como si formara parte de la historia de la escuela del mítico Hogwarts Castle… La incidencia mediática es implacable.
Otro foco de estímulos que ocupa espacio en debates y en alguna mesa redonda de la Giffoni Experience es la multiplicadora difusión de la Web. Todos los ídolos que fascinan a los tweens (algunos de los cuales también son tweens ) atrapan a plateas numerosas en shows televisivos, films y discos, los cuales, a su vez, expanden globalmente su seducción a través de Twitter, Facebook o YouTube, una vía de llegada que hasta hace poco no existía, y a la cual los ávidos consumidores de entre 9 y 12 (o 14) años están permanentemente conectados.
“Las redes han creado un modo de conexión entre los chicos; todo devino en mensajes fragmentados, y esto hace más difícil el rapport humano”, manifiesta Manlio Castagna, joven vicedirector del Festival, que presenta los films de un par de secciones y conduce los debates desde hace más de diez años y, por tanto, está en condiciones de advertir los marcados virajes que se han producido en épocas recientes. “Se enmascaran detrás de un «avatar» o cualquier otro nombre de Facebook -sigue-. Internet sirve de máscara y así es mucho más difícil entablar un contacto verdadero.”
En debates posteriores a la exhibición de films, en Giffoni se está aludiendo a esa cuestión del efecto de lo mediático sobre estos preadolescentes; ellos, frente a “consignas” que emanan del cine y de la TV, ya pretenden manejarse con cierta autonomía. “La Red conduce a un contacto básico, elemental, sin tiempo ni espacio para ningún tipo de profundización -puntualiza Manlio-. Se desarrolló un nuevo modo de ser jóvenes, sin contacto con los otros. De ahí que Giffoni sea una «isla feliz» donde se recupera el encuentro. Lo dicen ellos, y se alegran de recuperar la interrelación, que aquí es muy fuerte, ya que vienen chicos de numerosos países del planeta. Se alegran y, en algunos casos, hasta se sorprenden, porque lo habitual es que Facebook y Twitter los dejen solos en el escritorio, frente a la pantalla. Y esto ya forma parte de su vida cotidiana.”
Si bien, por un lado, los estímulos de la Web son beneficiosos porque contribuyen a fortalecer el sentido de autonomía del que está dejando de ser niño; por otro, son negativos, porque conducen a una prematura “pérdida de la inocencia”. Castagna lo sintetiza así: “Hay un bombardeo de imágenes y de situaciones que antes no existía; la información está ahí, disponible para todos, y la virginidad se pierde inevitablemente. Hasta hace poco, el contacto con el otro era un descubrimiento progresivo, natural, tanto en las relaciones de amistad como en el despertar de la sexualidad; ahora está ahí, en la pantalla: un clic y tienen la imagen de una mujer desnuda. De esta forma, la virginidad social, cultural o antropológica se pierde tempranamente”.
LA NACION