11 Jan La intimidad de una nación
Por Armando Capalbo
En los cuentos de El amante de los caballos, TessGallagher (Washington, 1943) presenta, con sutileza, moderado minimalismo y sostenido ritmo, un arduo universo provinciano en el que la pérdida del amor y de la identidad se corresponde con la problemática del desarraigo y la búsqueda de un equilibrio psíquico entre lo imaginario y lo real. Después del ponderado volumen de poesía El puente que cruza la luna (2006) los lectores en español de Gallagher pueden apreciar su ya lejana iniciación en la narrativa.
En efecto, esta primera colección de relatos de la que fue la tercera esposa del célebre escritor Raymond Carver apareció en inglés en 1987, durante el mejor momento del vínculo entre ambos, cuando ella ya había conseguido que él abandonase su proverbial alcoholismo. Más allá de su frondosa y premiada trayectoria poética, Gallagher debuta como narradora sin pasos en falso y con rango propio, aunque algunos elementos del minimalismo de Carver pueden leerse con facilidad en el texto, por otra parte muy distante del registro del realismo sucio del que su marido fuera baluarte.
La temática del amor se cuela -y a veces triunfa- en la trama de casi todos los cuentos, aunque la reflexión identitaria y la perplejidad respecto de lo cotidiano sean su verdadero signo de distinción. El cuento que titula el volumen es una retrospección en primera persona en la que la voz narradora señala la inquietante presencia de las características de sus ancestros en su comportamiento. En “Indefensos”, “El recurso” y “El pelele”, la soledad de la vida en pareja así como la opacidad de los vínculos entre marido y mujer se confabulan contra el poco resto de abnegación con el que las protagonistas enfrentan la cotidianidad. En “La mujer que salvó a Jesse James”, la solitaria protagonista termina por ocuparse de una anciana demente (a la que ningún parentesco ni amistad la liga) que confunde la realidad con los relatos televisivos y que simula que en los pocos momentos en que se queda sola es atacada y violada por un desconocido. En “El rey Muerte”, un matrimonio a punto de mudarse a otra ciudad se ve afectado por la persistente presencia de un homeless en el patio trasero de su casa, una excusa para descubrir la profunda desigualdad entre ambos cónyuges. “Aguarrás” y “Malas compañías” trabajan la penetración de una mujer desconocida en la vida tediosa de otra, para dibujar la imprecisión entre lo imaginario y lo real o entre las convenciones sociales y los anhelos femeninos recónditos. “Beneficiarios” y “Medidas desesperadas” se internan en el complejo mundo del desplazamiento de los intereses afectivos por la contingencia inesperada de un hecho fortuito. En “Chicas”, una madre y una hija visitan sin anuncio previo a una antigua amiga de la primera, amistad perdida muchos años atrás, que resurge con inusitada fuerza en pequeños detalles de la reconstrucción del pasado de ambas, resucitando fragmentos de identidad reprimidos. “Las gafas” cuestiona la vía racional como auténtica percepción del mundo y homologa fantasía y realidad.
Un realismo muy sutil que deja paso al imaginario secreto de los personajes, la indagación en los motivos del añejamiento del amor en el matrimonio, el choque entre los dictados de la sociedad y las ambiciones insospechadas incluso para los protagonistas son algunos de los temas que recorren la cuentística de Gallagher en esta esmerada recopilación, que logra una unidad temática de rápida apreciación: el incierto mundo privado de los personajes, solitarios y desarraigados aún estando en pareja, que comienza a resquebrajarse en el contexto de lo cotidiano.
La imaginación se amalgama con la realidad para delinear un psiquismo minucioso pero no abrumador, que incluso se vincula en el hábil retrato de la América profunda, de la mediocridad de la vida doméstica. Un mérito notable de los relatos es la vivisección de los pormenores de ciertas vivencias que sólo en apariencia son triviales pero que en lo profundo construyen una insoportable resonancia de la crisis de valores heredados y de saberes convencionales.
Con un lenguaje que acude más a la sugerencia que a la explicitación y con el astuto recurso de la toma de conciencia epifánica acerca del verdadero rostro de la realidad, los relatos de El amante de los caballos se funden en un mismo gran crepúsculo imaginario, una declinación -no agónica pero sí dolorosa- de lo íntimo y de lo interpersonal. Gallagher atraviesa el contradictorio territorio estadounidense de lo trivial y lo profano para iluminar espacios secretos de lo privado.
LA NACION