05 Jan La capa de terciopelo
Por Daniel Balmaceda
Juan Ortiz de Zárate, vasco natural de Orduña, vivía en Lima, donde se había unido con Leonor Yupanqui, joven hija de un inca. No contrajeron matrimonio porque el vasco resolvió respetar las creencias religiosas de su amada e incluso obtuvo el permiso de Felipe II de España para vivir en concubinato. Tuvieron una niña, a quien bautizaron Juana.
La pequeña perdió a su madre cuando tenía 4 años. En 1569, su padre, ya viudo, viajó a España para recibir la confirmación real de su nombramiento como cuarto y penúltimo adelantado del Río de la Plata. Volvió en noviembre de 1573 con el título y 500 andaluces.
Su destino era Asunción. Bordeaba la actual costa uruguaya y pasó por un lugar que estaba señalado con el nombre de Monte Santo Ovidio. Con el tiempo pasaría a llamarse Monte Ovidio y, más adelante, sería Montevideo. El cuento del marinero que habría gritado ¡Montevideo! (¡Veo un monte!) es sólo eso: un cuento.
Luego de atravesar el Monte Ovidio se detuvo para reabastecerse. Sus naves estaban muy deterioradas y no podía seguir avanzando en esas condiciones. Los hombres recorrieron la costa en busca de ayuda y encontraron calabazas con informes y mapas que señalaban un punto donde un grupo de españoles estaba fundando una ciudad: Santa Fe.
Ortiz entró en contacto con algunos guaraníes y le propuso un trato al jefe, el cacique Yamandú. Le entregó un sacón de terciopelo, una daga y un sombrero, a cambio de que llevara unas cartas a los colonizadores del flamante fuerte de Santa Fe. Cometió el error de pagar por anticipado, porque Yamandú dijo que sí, tomó la ropa y se marchó a seguir con su vida, a partir de entonces, más abrigada. De todas maneras, los españoles no tardaron en advertirlo: unos soldados que salieron a cazar se toparon con la silueta de un nativo vestido de terciopelo y con sombrero. Corrieron a Yamandú, lo atraparon y lo llevaron ante Ortiz de Zárate. Iban a ejecutarlo, de pura bronca, pero el indio salvó su vida prometiendo que esta vez sí cumpliría con el recado.
La espera de noticias no fue placentera. Los charrúas los cercaron, los atacaron, les mataron cientos de soldados y Ortiz de Zárate, el cuarto adelantado del Río de la Plata, desbordado por la situación, entró en pánico. Hubo otros oficiales que se manejaron con cordura y sentido común para tranquilizar y organizar a los 100 conquistadores que aún sobrevivían de los 500 que habían partido de España. Todos se refugiaron en la isla Martín García.
Hasta que por fin, como si fuera el Séptimo de Caballería del Lejano Oeste norteamericano de un Sábado de Súper Acción, irrumpió el barcucho con los hombres que estaban fundando Santa Fe. Enfrentaron a la indiada hostil y la vencieron. Yamandú, como vemos, cumplió su parte y a partir de esa mañana pudo ostentar sin culpas su abrigo de terciopelo y su sombrero andaluz. Al mando de los rescatistas marchaba el más intrépido e inteligente conquistador de aquellos tiempos: el empecinado vasco, don Juan de Garay.
LA NACION