12 Jan “Jugué porque me gustaba, no para ganar guita”
Por Marcelo Máximo
Uno de los mozos de la pizzería San José de Flores susurra el apodo y se codea con un cliente habitué apenas José Luis Rodríguez entra y se sienta y pide una gaseosa. Es el Puma, el Puma Rodríguez, dice, como una confirmación de su teoría luego de una fugaz radiografía que trae escenas de los 80. Un grupo de señoras del té de las 17hs se alborota y enciende con lo que, suponen, es una presencia que invita a correr las mesas –corbata en la cabeza y vergüenza ajena– como en un casamiento y bailar y cantar junto al cantante venezolano con quien se asocia –todavía y luego de 20 y pico de años– a este ex futbolista y goleador surgido en Deportivo Español, de paso por Racing y España y con amor en Central. “Una vez, cuando íbamos a jugar a La Bombonera, habían armado una producción de fotos con el tipo y yo llegué tarde. Y no se pudo hacer, cosas que pasan”, cuenta el actual entrenador de la Cuarta División de Yupanqui, equipo que juega en la Primera D del fútbol argentino.
El oro y el barro no parecen ser parámetros donde Rodríguez mida la felicidad. De jugar con Diego Maradona en la Selección, un año después de México 86, a manejar un remís durante 13 horas para llevar un plato de comida a su casa de Villa Celina. “A mí no se me caen los anillos por tener que laburar, ni me la creí cuando estaba jugando en el seleccionado o en el Betis de España. Yo jugué al fútbol porque me gustaba jugar a la pelota, nunca tuve la idea de hacerlo para ganar guita. Y un día jugaba en Primera, de golpe estaba en Japón, en la Selección con Diego. Y después me tuve que poner un kiosquito de barrio porque tenía que laburar o manejar mi auto en una remisería cercana al Mercado Central. Yo la pasaba bien, eh”.
El imaginario de la gente, que lo reconoce por alguna tarde en la que el Puma amargó un domingo –uno de sus yeites eran los goles a los equipos denominados grandes–, fantasea con un ex goleador que ahora disfruta de sus conquistas dentro del área. Pero su realidad dista de todo eso que son habladurías de peluquerías, y el ex delantero cuenta que justo antes de finalizar su carrera de futbolista, en 1998, se enteró que había perdido todo el dinero que había ahorrado. “Hice todo bien menos controlar la plata del hombre que atendía la cuestión en ese momento. Era un abogado que murió a los 38 años y cuando fui a ver el dinero que me correspondía me dijeron que no había nada, que la plata se había perdido en el banco y pese a que el tipo había iniciado acciones, me quedé sin nada. Eran unos 700 mil dólares”.
El desconcierto y la frustración hicieron tambalear –a quién no– ese escenario que Rodríguez intentó armar a fuerza de goles y de emociones para que su mujer y sus dos hijos disfrutaran de una vida que ofreciera mejores posibilidades. “Tuve que vender la casa de Núñez. Yo vivía en Jaramillo y 11 de Septiembre y también el departamento en Almagro. Me quedé con el auto, que al final fue mi herramienta de trabajo por un tiempo. Durante ocho años nos fuimos a vivir a lo de mis viejos, otro año con mi suegra. Hasta que compramos la casita en Celina”.
–¿Cómo te afectó?
–Te jode, pero ya está. Nos arreglábamos como podíamos. Al tiempo que pasó lo de la pérdida del dinero y todo eso la gente pensaba que la plata me la había patinado por la fama, por como soy, la joda, que me la había reventado toda. Mi señora cobraba el plan Jefes y Jefas. Eran 150 mangos, más lo que yo podía ganar con el remís y en su momento con el kiosco. Lo que sí me asustó mucho fue el ataque de pánico que me agarró en 2006, justo para el Mundial.
–¿Qué te pasó?
–Fueron cuatro o cinco días, sentía que me moría o que les iba a pasar algo a mis hijos. No sé. De repente empezaba a transpirar, me iba sólo a la pieza y llegó un momento que decía ‘me voy a morir’, parecía que me desmayaba. Entonces, una noche me llevaron de urgencia al Santojanni y apenas entré una mina me preguntó: ‘¿Qué te pasa, morocho?’. Yo estaba blanco y al toque me revisaron, me hicieron un electro y todo eso y me dijeron ‘mirá, es un clásico ataque de pánico, andá a ver a un buen psiquiatra y hacé un tratamiento’.
–Fuiste.
–Sí, claro.
–¿Y?
–Me dio Clonazepam, hice un tratamiento de un año pero ni llegué a los seis meses que ya me sentía bien. Se fue bajando la dosis con el tiempo. Un fenómeno la psiquiatra.
El Puma Rodríguez gesticula y se mueve y tiene un corte de pelo similar al que patentó en los 80. Cuenta, además, que gracias a una recomendación de Esteban González –el Gallego, al que conoció en el famoso Deportivo Español– ahora se reparte entre la formación de futbolistas en Yupanqui y la dirección técnica de un equipo que juega un torneo en un country. El mozo curioso, ese que le recuerda algún gol a Boca en La Bombonera, no aguanta su entusiasmo y se le acerca. Comparte su descubrimiento y las señoras de la mesa de al lado todavía lo miran y se llevan ese interrogante, para siempre, a su casa. ¿Será?
EL GRAFICO