Javier Iturrioz: “La estética no tiene nada que ver con lo frívolo”

Javier Iturrioz: “La estética no tiene nada que ver con lo frívolo”

Por Javier Navia
Hay quienes detectan tendencias y son muchos otros los que las siguen. Pero hay algunos, muy pocos, que son quienes las crean. Javier Iturrioz (44) es uno de ellos. Arquitecto y escenógrafo, es el decorador más solicitado del país. Desde marcas de lujo que requieren su talento, ideas y buen gusto para ambientar nuevos locales o presentar un producto hasta particulares que buscan cambiar de plano la fisonomía de su casa u organizar el casamiento más espectacular de Buenos Aires. Desde que ambientó la vidriera de Hermès, cada año, Iturrioz, un dandy que jamás descuida su estilo personal, ambienta no menos de un centenar de eventos, y cuando un empresario decide abrir un restaurante de esos que darán que hablar, se preocupan por conseguir su celular antes que el de cualquier chef. Así, fue el encargado de decorar, entre otros, L’abeille y Leopoldo, y ahora trabaja en la concepción de una nueva disco en el Bajo Belgrano.

-Sos arquitecto, decorador, escenógrafo… ¿Cuál de estos títulos te define mejor?
-En realidad, arquitecto es el título que más pesa de todos. Es lo que dice mi tarjeta. Detesto la palabra ambientador, y mucho más ambientalista [se ríe], pero decorador me parece que está bien.

-En verdad hacés mucho más que decorar…
-Sí, yo creo un concepto, defino cómo tiene que ser un lugar, ya sea un restaurante, un bar o una fiesta. Es como crear una marca. Con cada fiesta inventás una película. Todo se hace en un día y para un día. Los restaurantes, en cambio, son como hijos que quedan. Pero todo me divierte.

-Imagino que una madre organizando el casamiento de su hija puede ser más complicada que una marca de lujo…
-Mirá, si tengo un mal feedback de entrada, digo que estoy ocupado y no lo hago.

-¿Te pasa?

-Dos veces me pasó y dije que no. Yo soy feliz con lo que hago.

-¿Y cómo es el proceso cuando te contratan para un restaurante o un negocio de lujo?
-Confían en mí, me dan libertad. Lo mismo, incluso, que un particular cuando quiere que le decore la casa. Tanto para un restaurante como para una fiesta les invento el concepto de la nada.

-Para un restaurante sos tanto o más importante que el chef…
-Bueno, es fundamental cómo está ambientado. Aunque si la cocina no es buena, no sirve, para muchos importa más que tenga onda o quiénes van, aunque no se coma espectacular. Pero las dos cosas son necesarias y suelo tener un par de reuniones con el chef para que sus platos tengan relación con la ambientación.

-¿Qué cosas te inspiran?
-Viajo mucho. Viajes cortos, de tres o cuatro días, con una lista de things to do . También me inspiran las películas, consulto Internet, miro revistas.

-Con tantos eventos por año, ¿cómo lográs no repetirte?
-Bueno, mi secreto es no repetirme. Yo no tengo un galpón con determinadas lámparas que voy y pongo? Yo voy al mercado de pulgas, busco, elijo. Cada fiesta es distinta. Los eventos empresariales me fueron obligando a no repetirme porque muchos de los que asisten después van a otro evento y tenés que sorprenderlos.

-¿Hay un estilo Iturrioz?
-Sí. Soy barroco. Y años 50. Y soy pop cuando tengo que poner color. Soy muy maniático, pongo mucho cuidado en los detalles y soy cero minimalista. Soy un buscador de belleza.

-Esa frase tan de moda de que “menos es más” no va con vos…
-Para nada. Mi lema es ” more is more “.

-¿Haber vivido afuera por la carrera de tu padre [era diplomático] te ayudó a forjar el estilo?
-Si, claro, en Madrid, en París… En mi casa, incluso, donde siempre había esmoquin, fiestas, te empapabas de buen gusto…

-¿Con buen gusto se nace o se adquiere?
-Se nace, pero hay gente que por ahí lo adquiere. Hay algunos casos. Pero si naciste con él, es más fácil.

-La gente debe tener miedo de invitarte a su casa…
-[Se ríe.] A algunos les pasa. Por ahí le dicen a mi amigo Roberto [Devorik], “lo invitaría a Javier, pero no le va a gustar”. Mucha gente tiene la idea de que voy viendo y juzgando cada detalle y no es tan así.

-Y si algo te parece un desastre. ¿lo decís?
-Depende de la confianza que tenga. Pero en una casa en la que estoy trabajando ahora a veces voy recorriéndola con el mayordomo atrás, empujando un carrito de supermercado, y voy tirando adentro lo que me parece horrible. “Esta lámpara no, este objeto jamás…”.

-¿Se puede tener una buena decoración?
-… con poco presupuesto?

.
-Sí. Tengo un cliente millonario. Le redecoré toda la casa en Le Parc. Un mes antes de terminar, se separa y decide irse al Palacio Alcorta. Se muda a un loft. Y yo le digo: “Mirá, a vos no te interesa la decoración, no gastemos guita. Yo te lo voy a decorar con 15.000 pesos”. Y me fui a Once, a los mayoristas, y ves la casa y quedó linda. El estaba fascinado.

-¿En Once?
-Sí, por supuesto. Estuve hace poco con Gloria César. Si sos un buen buscador, siempre algo podés encontrar en todos lados.

-¿Hay un estilo argentino?
-Es muy aburrido. El estilo argentino no se anima al color, usa muebles net, nivela para abajo. Y no es cuestión de guita. Es por seguir a la masa. Las generaciones pasadas, no, ésas eran más cultas. Ahora es todo igual.

-¿Le decoraste la casa a un político?
-No, pero a un futbolista, sí. Les explicaba todo a él y a la mujer, y después cuando salíamos a ver cosas se fascinaban con un sofá en esquina [vuelve a reír].

-¿Crees en el feng shui?
-No, no… Ni nunca leí nada…

-¿No crees que haya una energía que fluya mejor o peor?
-No…

-¿Y el color no influye tampoco?
-Sí, el color sí. Un color te achica un ambiente, te lo agranda, te pone de buen humor, te deprime.

-¿Y cuáles son tus colores?
-El verde, el turquesa, el colorado. Me encanta el dorado, que bien usado es lo más paquete que hay. Les escapo a los blancos. Ahora es lamentable lo que está pasando con las importaciones. Es muy difícil decorar, no encontrás telas, no encontrás colores. Todo es blanco, beige o gris porque es lo que más sale.

-Hay quienes vinculan lo estético con lo frívolo.
-Es una estupidez. Eso es de psicobolche resentido [se ríe]. Todo es estético. Hasta los aztecas lo eran. Incluso el que tiene un piercing en la nariz o está todo tatuado, tiene una estética, que puede no gustarme, pero la tiene. La estética no tiene nada que ver con lo frívolo.
LA NACION