El llamado de la montaña

El llamado de la montaña

Por Sebastián A. Ríos
“Escapar de la locura de la ciudad. Ver atardeceres y paisajes que sólo se ven en la montaña. Compartir una experiencia que empuja al cuerpo y a la mente al límite con personas de distintos lugares del mundo. Si bien son diferentes las causas que llevan a cada persona a tratar de hacer cumbre en una montaña como el Aconcagua, en todos los casos es una experiencia que modifica las cosas que para cada uno son importantes en la vida”, afirma el guía de montaña Enrique Clausen, de 34 años. Habla por teléfono desde el centro de esquí Los Penitentes, en Mendoza, mientras prepara la expedición en la que acompañará a un grupo de montañistas en la ascensión al techo de América.
Con la llegada de temperaturas más amables, comenzará en pocos días la temporada más atractiva para hacer montañismo en el hemisferio sur. Se espera que, en las últimas semanas de la primavera y durante el verano, sólo el Parque Provincial Aconcagua recibirá a unas 4200 personas.
Llegar a su cima, a 6960 metros sobre el nivel del mar, es una tarea que exige tiempo, dinero y un esfuerzo físico enorme. Y, sin embargo, cada vez son más las personas que aceptan el desafío de subir a ésta y otras alturas, así como los riesgos que la actividad conlleva, en busca de una experiencia épica en la que el ser humano disfruta de la naturaleza, pero al mismo tiempo pelea contra los obstáculos que ésta le presenta.
“El montañismo es hermoso, porque combina la actividad física con la naturaleza. Me gusta todo: disfruto tanto de estar en la carpa como del viaje, la vista, el agotamiento y el llegar a la cumbre, que es increíble. Y me gusta porque me ofrece desafíos y al enfrentar esos desafíos me siento más segura de mí y también de lo que quiero en otros aspectos de la vida”, cuenta María Belén Atchabahian, profesora nacional de educación física de 28 años, que, junto a su novio, entrena para realizar la ascensión en enero al cerro Vallecitos, en Mendoza.
Las imágenes con las que se vuelve de la montaña son tan inolvidables como personales. “Cuando llegué a la cima del Everest, la impresión que tenía era que arriba no había nada, nada más que azul, y abajo el mundo. Si estiraba la mano, lo siguiente que podría haber tocado era otro mundo”, afirma por su parte, Leo McLean, de 53 años, responsable comercial de ESPN para América latina, y único montañista aficionado de esa región que hizo las siete cumbres continentales (Everest, Aconcagua, Elbrus, Vinson, Kilimanjaro, McKinley y Carstensz).
Los caminos que llevan a la montaña son muy diversos. Algunos responden a sueños de infancia, otros a situaciones de la vida que despiertan pasiones latentes. Rafael Masid se acercó al montañismo a instancias de un amigo, para inesperadamente descubrir en esta actividad una herramienta de aprendizaje de la que obtiene enseñanzas que luego aplica en su vida cotidiana.
“Un amigo me invitó a hacer un curso de escalada en hielo en Mendoza y, cuando terminamos, aceptamos la invitación de un guía para hacer el ascenso del cerro Penitentes”, cuenta Rafael, comerciante, de 32 años, que asegura que desde ese momento le fascinó la posibilidad de mezclar el deporte con la naturaleza. A María Belén siempre le gustó la actividad al aire libre: “Ya desde chica salía a correr con mi papá en espacios verdes y siempre me gustaron los campamentos -dice-. En el profesorado de educación física, elegí como orientación Vida en la naturaleza; por eso cuando mi novio me propuso hacer un curso de montañismo de altura, me encantó la idea”.
Para Leo McLean, la montaña representa la posibilidad de vivir los sueños que uno guarda en su interior desde que es chico. “En mi caso, mis sueños de aventura eran enormes. Yo leía El Tony o D’Artagnan, y mi héroe era Nippur de Lagash -recuerda-. Después, uno crece, estudia, se casa, tiene hijos, responsabilidades, y esos sueños van quedando tapados por los años, hasta que, en algún momento, se despiertan. A los 40, resuelta mi situación laboral, mi familia estaba conformada, empezaba a tener un poco más de tiempo, y sentí que era el momento.”

PRIMERO, ENTRENARSE
Subir una montaña requiere un gran esfuerzo físico, no sólo durante el intento, sino también en el entrenamiento previo. “Correr y alimentarse bien, ésa es la base del entrenamiento”, dice Walter Corvalán, de 30 años, que actualmente se prepara para encarar la ascensión, en enero, de los cerros Vallecito, Rincón y El Plata, en Mendoza. “Corro tres veces por semana, un promedio de 13 kilómetros cada día”, precisa.
“La base del entrenamiento en montañismo es el trabajo aeróbico”, confirma Adrián Sánchez, profesor de educación física e instructor del Centro Andino Buenos Aires (CABA), y la quinta persona en hacer las diez cumbres más altas de América latina. “Cuando uno está a 5000 metros de altura, tiene pulsaciones como si estuviera pedaleando sin parar. Por eso el trabajo es principalmente aeróbico [correr y hacer ciclismo, y nadar o patinar como actividades complementarias], al que se le agrega un trabajo postural en gimnasio para ejercitar los músculos dorsales, espinales, cuádriceps y abdominales, para poder luego cargar el peso de las mochilas.”
Adrián advierte que, en la actualidad, el auge del montañismo está haciendo que muchas personas sin el entrenamiento apropiado se larguen a hacer cumbres como el Aconcagua. “El hecho de que hoy haya gente muy poco preparada hace que el porcentaje de cumbres esté entre el 20 y el 30 por ciento de los intentos, cuando tendría que ser de entre el 70 y el 80 por ciento”, plantea.
“El primer paso debería ser hacer un control médico que determine si la persona está en condiciones de salud como para hacer un programa de entrenamiento y para cumplir los requerimientos de una expedición de alta montaña”, agrega el doctor Juan Carlos Pesce, médico clínico y deportólogo, que ha enfocado sus trabajos de investigación al montañismo y, en particular, a las enfermedades de la altura.
Sin embargo, advierte el doctor Pesce: “Hemos visto en los últimos años que se ha puesto de moda esta actividad deportiva y gente que no está habituada a hacer actividad física al aire libre un día se levanta y quiere subir el Aconcagua. Dormir en una carpa a 5000 metros de altura no es lo mismo que dormir en un camping. Hay toda una serie de condicionantes que pone el medio ambiente que hacen que la persona tenga que estar preparada física y psicológicamente”.
Esa preparación, cuando lo que se tiene en mente es hacer una gran cumbre, debe incluir cumbres más pequeñas, recomienda el guía de montaña Gerardo Castillo. “Hay que hacer un entrenamiento de adaptación a la altura que incluya, por lo menos, tres o cuatro ascensiones de menor altura que la montaña que se busca encarar”, recomienda Gerardo, que con 38 años ha hecho cumbre en el Aconcagua en 31 ocasiones.

EL VIAJE INTERIOR
“La montaña fue para mí un descubrimiento muy lindo, porque te propone un contacto con la naturaleza al que uno se queda pegado. El amanecer, el viento soplándote en la cara, la sensación de libertad: hay cosas que sólo las sentís y las vivís en la montaña”, dice Pablo Gurrieri, de 42 años, 17 como guía de montaña y con 32 cumbres en el Aconcagua. “Además, en la montaña, uno se encuentra con uno mismo -afirma-. La gente se enfrenta con sus miedos, sus límites, sus tristezas y alegrías, e incluso, a veces, con la enfermedad o hasta con la muerte. Es una aventura que expone a las personas a muchas cosas, e incluso muchos pasan situaciones muy límites.”
El autoconocimiento es quizás el aspecto más destacado por aquellos que se dedican al montañismo. “Cuando subí la primera vez a un cerro, sentí que si yo había podido con esto podía con cualquier cosa -recuerda Rafael Masid-. Y eso es algo muy importante, aplicable a cualquier cosa, desde los estudios hasta los negocios. Siento que ponerle la misma garra que pongo para subir a una montaña a cualquier otra actividad, eso es algo capaz de trascender a cualquier otro plano de la vida.”
“Cuando comencé a hacer montañismo, encontré que era una actividad que me permitía despejarme de mi día a día -dice Walter Corvalán, que trabaja en el área de sistemas-. Pero luego la montaña te lleva a situaciones que te permiten conocerte un poco más; en la montaña aprendés a tolerar situaciones que no considerarías tolerables en la ciudad, y sin querer te encontrás muchas veces pensando en recuerdos o historias tuyas muy íntimas.”
Las situaciones de adversidad que se presentan durante la ascensión (pero también en el descenso) representan para muchos montañistas no sólo algo para sortear o superar, sino también para disfrutar. “Cada momento adverso que se presenta me potencia y hace que me guste más este deporte -asegura Rafael-. Es una filosofía que me ha transmitido mi entrenador, ya desde los entrenamientos, que no se suspenden por ningún motivo, llueva, haga frío o calor. Cada situación adversa cuesta, a veces duele, pero si uno lo toma como una norma, después no te para nadie.”
“La montaña te enseña a empujar los límites, pero también a ver un balance en la vida y a descubrir cuáles son tus verdaderas prioridades”, opina Leo McLean, que hoy sueña con que sus próximas aventuras en la altura tengan como escenario las zonas polares.
“Más allá de que el montañismo es una actividad grupal, es también solitaria: entendés que tenés una vida espiritual interior, que es tuya, que tenés que trabajar y que buscarla -concluye Leo-. La montaña te enseña y te da el tiempo de entender.”
LA NACION