Depresión: aumenta y ya es la segunda causa de discapacidad

Depresión: aumenta y ya es la segunda causa de discapacidad

Por Nora Bär
La Organización Mundial de la Salud ya la considera la segunda causa de discapacidad en el mundo (por horas de productividad perdidas). Especialistas consultados por LA NACION coinciden en que, aunque predomina entre los adultos mayores, es un trastorno que se ve en todas las etapas de la vida. La depresión, de ella se habla.
“Resulta de una combinación de circunstancias, que suma causas externas, psicológicas y sociales, a la susceptibilidad individual”, dice Fernando Taragano, de la sección de Investigación y Rehabilitación de Enfermedades Neurocognitivias del Cemic.
Aunque no hay datos locales, se calcula que en la Argentina un 8% de los mayores de 65 años, es decir, unas 320.000 personas, padece algún tipo de depresión. Entre los adultos jóvenes, la enfermedad afecta al 2% de la población, es decir, unas 370.000 personas.
“Cada grupo expresa la depresión con signos y síntomas que responden a la edad y al desencadenante. En el adulto mayor lo que predomina es la tristeza, y en los chicos o jóvenes, la irritabilidad. Por eso, muchas veces el síndrome depresivo no es fácil de diagnosticar”, explicó Taragano.
“Desde hace veinte años siento un malestar general […] Nunca tengo la cabeza libre. […] Tengo ideas negras, siento tristeza y aburrimiento. Me encuentro mal; no deseo nada […] La vida me desagrada.” Esta descripción figura en una carta de Diderot escrita en 1760 a Sophie Volland para explicarle el término spleen , un tedio existencial que se consideraba de buen tono entre las clases altas europeas y fue un tema frecuentado por la literatura, pero bien podría aplicarse a este trastorno que aparece con creciente frecuencia en los consultorios de médicos, psicólogos y psiquiatras.
“Es muy frecuente -afirma el doctor Hugo Litvinoff, psicoanalista didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina-. Es un momento en que hay una vivencia de insatisfacción generalizada. Todos quisiéramos vivir un poco mejor, tenemos baja la autoestima, temores respecto del futuro y frustración sobre lo que no conseguimos. Esto no sería lo que se conoce como una patología propiamente dicha y se atenúa con la psicoterapia. Sin embargo, hay casos en que se profundiza y tiende a evolucionar [hacia la depresión clínica], especialmente en los adultos mayores: es una etapa en la que caen los ideales, se hace el balance y resulta que la vida no nos salió como la habíamos planeado.”
Aunque todos atravesamos momentos difíciles, problemas económicos o laborales, dificultades familiares, frustraciones y desencuentros amorosos, no todos nos deprimimos. “Una cosa es la melancolía o la tristeza, y otra, la depresión clínica -puntualiza el doctor Daniel López Rosetti, jefe del servicio de Medicina del Estrés del Hospital de San Isidro-. Es el último cuadro el que se caracteriza por interferir negativamente en la vida familiar, social o laboral.”
“La tristeza surge como respuesta frente a una situación, pero es pasajera y autorregulada -explica el doctor Juan Marengo, especialista del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco)-. La depresión propiamente dicha es un síndrome caracterizado por una serie de síntomas y signos, con una evolución que uno puede describir en el tiempo. Tiene que durar por lo menos un par de semanas, con predominio de ánimo triste, más otros componentes neurovegetativos, como trastornos del sueño, del apetito, irritabilidad, abulia, falta de iniciativa…”

GÉNESIS Y AMBIENTE
Afortunadamente, según coinciden los médicos, hoy se sabe bastante más que hace veinte años, cuando la depresión era una entidad hasta cierto punto incomprensible.
“Históricamente, en la psiquiatría había un modelo «innatista», se pensaba que había genes que predisponían a la depresión, y un modelo «ambientalista», que sostenía que la depresión es una respuesta a ciertas circunstancias de la vida -agrega el doctor Marcelo Cetkovich Bakmas, jefe del Departamento de Psiquiatría de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro-. El modelo moderno se denomina «genes por ambiente»: sabemos que ciertas variantes genéticas favorecen la expresión de enfermedades cuando están presentes determinados factores ambientales. Es muy probable que la depresión sea un trastorno en el cual la predisposición genética está dada por la vulnerabilidad al estrés.”
Según Cetkovich Bakmas, lo que lleva a pensar en esta hipótesis es, entre otros factores, que la neurobiología de la depresión tiene varias coincidencias con la del estrés: la activación del sistema nervioso autónomo, cambios moleculares y procesos neuroplásticos.
“Entre otras cosas, tanto el estrés como la depresión inhiben la neurogénesis en el hipocampo -comenta-. La depresión sería algo así como el precio que paga la humanidad por una vida en un ambiente para el cual no estamos diseñados.”
Para López Rosetti, que estudia el estrés desde hace varias décadas, si bien existe un sobrediagnóstico de depresión (“porque no es sencillo caracterizarla y entonces se la utiliza para justificar mucho ausentismo laboral”), no hay duda de que está vinculada con ese proceso en su forma crónica, que aparece cuando las cargas físicas y/o mentales superan la capacidad de resistencia del paciente.
“Los seres humanos estamos preparados para el estrés agudo, como el que enfrentamos en un accidente y otras situaciones puntuales, pero no para el estrés crónico a que nos somete la vida moderna y que estamos sufriendo desde hace dos generaciones -explica el médico-. La depresión es uno de los «polos sintomáticos» de este síndrome. Se expresa como apatía, desgano, desinterés, desensibilización emocional, problemas de memoria, anhedonia [incapacidad para el juego, la diversión o el humor] o sensación de que la vida no merece ser vivida. El otro polo es la ansiedad, y en muchas ocasiones ambas se solapan o superponen.”
La pregunta del millón es ¿por qué aumenta? “Hay varias teorías -responde Taragano-. La más potente es la que sugiere que crece porque también lo hacen los estresores psicoambientales. Son acumulativos por su cantidad e intensidad; se van sumando a lo largo de la vida. Ése también es el motivo por el cual se sospecha que a medida que pasan los años aumenta la susceptibilidad a la depresión.”
López Rosetti vuelve a subrayar los puntos de contacto que existen con el síndrome del estrés, con su ciclo de alarma, resistencia y agotamiento (disminución de todas las capacidades físicas y cognitivas). “De hecho, las enfermedades por estrés comenzaron llamándose «enfermedades por desadaptación». Cuando el cuerpo y la mente no pueden adaptarse a las circunstancias, aparecen las patologías. Tampoco es bueno estar «sobreadaptado»: a costa de decir a todo que sí, uno puede terminar por no poder llevar la carga que se autoimpone.”
Lo bueno es que, contrariamente a lo que muchas veces se piensa, hoy hay formas de prevenir y tratar eficazmente la depresión. “El antidepresivo más potente que hay es la actividad física -dice Marengo-. Está demostrado que resulta una adecuada estrategia preventiva”.
“No hay nada más antidepresivo que la caminata -coincide López Rosetti-. Caminata y no deporte, que implica competencia. Está muy probado. Y además, aumenta la neuroplasticidad y las sinapsis de las neuronas. En términos de salud no sé qué podría superar a una dieta equilibrada, caminata diaria y un proyecto que genere entusiasmo. Otro recurso que ofrece buenos resultados son las técnicas de desactivación del sistema nervioso simpático, o mindfulness.”

UNA GRAN LADRONA
Taragano, por su parte, subraya que “la depresión es una gran ladrona: roba el entusiasmo, la alegría, el sueño, a veces, el hambre, las fuerzas físicas, la vitalidad cotidiana, la capacidad para concentrarse y, en ocasiones, las ganas de vivir. Lo que le cuesta a la persona con depresión es moverse; por eso, una vez que está instalada es un error mandar a los pacientes a hacer ejercicio antes de iniciar un tratamiento de psicoterapia y psicofarmacología”.
“Si bien la depresión es la «enfermedad de la gana» y afecta notoriamente la voluntad, sabemos que el movimiento mejora el estado de ánimo -concluye Cetkovich Bakmas- y que el tratamiento multidisciplinario es lo mejor. Todas las guías de consenso de expertos sobre la depresión dicen que la primera maniobra, si el caso no es grave, debe ser la psicoterapia. Es tan eficaz como muchos fármacos. La depresión también es una epidemia y es importante que la gente busque ayuda. El 60% va a responder a maniobras simples. En la gran mayoría de los casos se puede controlar y en general no es difícil de manejar.”
LA NACION
FOTO: ALMA LARROCA