Alagoas: en el Caribe brasileño, una seguidillas de playas hace historia

Alagoas: en el Caribe brasileño, una seguidillas de playas hace historia

Por Daniela Dini
Lo primero que sorprende al llegar a Maceió -y que se repite en gran parte del Estado de Alagoas, al nordeste de Brasil- son los cocoteros. “Un coco por cada día del año”, explica Osman Da Silva, el guía local, que asegura que de cada planta se cosechan anualmente 365 co¬cos. La cifra llama la atención, siendo que no es una especie de la zona: se supone que proviene de Asia.
Después de los coqueiros impac¬tan otras cosas, como el forró -música típica que por estas latitudes ha¬ce vibrar los cuerpos, en las playas al atardecer o en los boliches de la ciudad por la noche-y, claro, las playas. No por casualidad le llaman a todo este rincón del mapa, con 230 kiló¬metros de costa, el Caribe brasileño. Maceió es la capital del Estado de Alagoas y un buen punto de partida. El plan puede comenzar con una bicicleteada por la costanera de las playas principales: Lagoa da Anta, Jatiuca, Ponía Verde y Pajucara. De esta última salen las jangadas -una especie de balsa de vela- que navegan hasta llegar a las piscinas naturales. El resto del itinerario no necesita demasiada acción más que tirarse al sol y solamente preocuparse, caipirinha en mano, por cuál será la comida principal, en el paraíso del pescado y los frutos de mar. Un clásico son los camarones en leche de coco, aunque también hay que dejar lugar para otros platos típicos del Nordeste, como la carne du sol, que no es otra cosa que carne de buey al estilo charki, cocida con sal.
Toda la región de Alagoas cuenta la historia de Brasil y Maceió -actual capital del Estado-, es el lugar perfecto donde escucharla. El relato de Osman, que además de guía turístico es nativo, empieza en 1501, cuando los portugueses se imponían en las costas que ahora se ven tras la ventanilla del bus. Entonces, la zona formaba parte de la capitanía de Pernambuco. Para comienzos del siglo XVÜ, la región era gran productora de caña de azúcar, y aún hoy se pueden visitar algunos de sus antiguos ingenios como la Fazenda Marrecas -saliendo de Maceió hacia el Norte, cerca de Maragogí-, hoy convertida en una hacienda turística. “Por eso en todo Alagoas, cuando no se ve mar, se ven cañas de azúcar”, explica Osman, en un portuñol lento y pausado: no hay motivo alguno para apurarse en un lugar como éste. Con cuatro siglos de historia, la caña verde intensa es parte del paisaje. Es común ver campos quemados, porque el proceso sigue siendo artesanal y para cosechar hay que quemar, recoger la caña y quemar de nuevo.
Mientras el bus avanza en su itinerrrio, Osman sigue con su viaje en eltiempo y llega a la segunda de las invasiones holandesas en Brasil. Justamente esta zona, el litoral, fue frente de combates, y por eso en su interior se multiplicaron los quilombos, otra de las marcas históricas de la zona. El nombre guarda cierta referencia con el significado actual de la palabra: así se conocían las concentraciones de esclavos que huían de sus amos. El mayor fue el Quilombo de los Palmares, estaba en Alagoas y llegó a tener más de 20.000 almas.
No es casual que el nombre del aeropuerto del Estado, puerta de entrada a Maceió, recuerde a su líder más importante, Zumbí. Se cree que nació en ese quilombo, aunque de pequeño fue secuestrado por los portugueses y criado a la usanza cristiana. Pero a los 15 años se escapó y regresó con los suyos, para convertirse en el líder de los esclavos rebeldes. Después de sucesivos y sangrientos enfrentamientos, y de una lucha en la que se embarcó durante toda su vida, se convirtió en leyenda un 20 de noviembre de 1695, cuando fue decapitado por los portugueses. La fecha es reconocida en Brasil como el Día de la Conciencia Negra, en homenaje a Zumbí y su lucha por la libertad.
Siguiendo el hilo de la historia, Alagoas se independizó de Pernambuco en l817,y su primera capital no fue Maceió, sino Santa María Magdalena da Lagoa do Sul, actualmente conocida como Marechal Deodoro, en homenaje al primer presidente de Brasil que nació allí. Hoy Marechal -o Mariscal- Deodoro es un pueblo de inmenso patrimonio histórico que es visita obligada del recorrido y testimonio viviente de las luchas entre colonizadores y esclavos.
La primera parada está en el convento de San Francisco, que era sólo para los blancos, y a pasos de allí la iglesia de San Benito, exclusiva de la raza negra. En 1839 la capital pasó a Maceió y Alagoas se convirtió en Estado medio siglo después, con la proclamación de la República del Brasil. Su centro histórico también está vinculado a lo religioso y hacia allí continúa su recorrido el bus: la catedral metropolitana Nuestra Señora de los Placeres lleva el nombre de la patrona de la ciudad, aunque la anécdota memorable se la lleva otro santo que era la devoción de las mujeres de la época, San Gonzalo. San Gonzalo, San Gonzalo, cásame que vos podes, tengo tela de araña donde vos sabes, recita Osman, un poco en chiste, otro tanto en serio, evocando el can tito que deben recitar las solte¬ras en la capilla del santo, en el Barrio del Faro. A unos pasos de allí hay un mirador en el que se continúa el ritual. Son necesarias cinco semillas de piriquití, que los vendedores de suvenires del lugar se encargarán de proveer: una va al bolsillo, otra a la billeteray las restantes tres se tiran a la bahía, para que se concedan los deseos.
Todo lo imaginable de arenas claras y aguas cálidas, entre esmeralda y turquesa, está en esta porción de Brasil. Una de las playas destacadas, a sólo 18 kilómetros de Maceió, es la Praia do Francés. Del antiguo puerto de contrabando donde encallaban navíos franceses sólo queda el nombre. El resto es un paisaje bellísimo y único, que en su horizonte deja ver una finísima pared de arrecifes de arenito de 500 metros de largo, donde se practica snorkel y buceo. Más adelante está Praia do Gunga, con el plus de sus piscinas naturales que se forman cuando hay marea baja, allí donde el mar se une con la laguna do Roteiro.
Hacia el Sur, a 65 kilómetros de Maceió, las Dunas de Marapé son para dedicarles un día completo. Se trata de un complejo privado, dentro del municipio de Jequiá da Praia. En la entrada espera un barquito que en cinco minutos transporta a esta isla dividida entre el río y el mar. Otra vez, el paisaje es único y singular. Después de disfrutar de la playa, el recomendado es tomar la navegación ecológica, como le llaman al paseo entre los manglares y las dunas que se forman en el lugar. Dicen que el barro de allí es rejuvenecedor, así que quien se anime puede tomar un banho de lama y comprobar sus propiedades. Complemento perfecto para los baños de mar que, en este recorte de Brasil, suman la magia de sus aguas siempre cristalinas y la mística de su historia.
LA NACION