Verdades, mentiras e ilusiones

Verdades, mentiras e ilusiones

Por Ana María Vara
A veces, el marketing distrae. Es decir, no meramente engaña, al dar una imagen sobrevalorada de lo que pretende vender, sino que desvía la atención hacia aspectos secundarios. Eso pasa con la tapa roja y el subtítulo de Mala ciencia. No te dejes engañar por curanderos, charlatanes y otros farsantes , del británico Ben Goldacre. La retórica directa y apelativa del género de autoayuda lleva nuestras expectativas hacia una obra para consumidores. Sin embargo, la propuesta de su autor apunta a formar ciudadanos capaces de reflexionar sobre cómo su conducta impacta en la vida social y cómo el debate público puede ser distorsionado por actores interesados. Con algo de cientificista, de justiciero y de nerd , Goldacre es un personaje en sí mismo. Antes médico del sistema público británico, hoy académico en epidemiología, se metió a columnista en The Guardian en 2003 y desde allí viene revelando semanalmente abusos, mentiras y disparates que se hacen en nombre de la ciencia. Mala ciencia llegó al tope de las ventas en su país y fue traducido a 18 idiomas. Cada capítulo es un mundo: los hay de análisis, de revisión y de pelea. Algunos de sus casos son divertidos y relativamente inocuos; otros suponen graves riesgos para la salud. El dedicado a la homeopatía, por ejemplo, es una cruzada amable contra una práctica de larga tradición en el Reino Unido. Goldacre indaga en la fundamentación del método de dilución y sucusión (agitación), según el cual el agua puede conservar alguna huella del medicamento que se diluyó en ella en medida infinitesimal. “Improbabilidades teóricas”, como las llama, que ciertamente no encajan bien con lo que dice la química.
La discusión sobre cómo deberían hacerse los estudios para poner a prueba los medicamentos homeopáticos es buena excusa para avanzar en cuestiones metodológicas de la medicina actual: qué es un ensayo clínico, qué un metaanálisis y qué es el efecto placebo. Cuestión, esta última, a la que Goldacre dedica un capítulo extraordinario, y no exageramos con el calificativo. Un placebo parece un medicamento pero no lo es. ¿O sí? Una pastilla de azúcar o una inyección de agua salada, prescriptas por un médico, pueden tener efectos comparables a los de una droga. Revisando infinidad de investigaciones, quedan en claro los poderes de la mente para curar. A veces, alcanza con la palabra: en un ensayo, a pacientes con síntomas anormales pero sin signos específicos, se les respondió de dos maneras diferentes. Entre las personas a quienes se les dijo “No consigo saber con certeza qué le pasa a usted”, sólo el 39 por ciento mejoró. Pero quienes recibieron un diagnóstico preciso y la promesa de que iban a mejorar efectivamente se aliviaron en un 64 por ciento.
Otro capítulo valioso está dedicado a los abusos de las farmacéuticas transnacionales, que son parte del más puro establishment científico. Aquí Goldacre se dedica a desmenuzar el modo como son manipulados los ensayos clínicos, es decir, los estudios requeridos para aprobar un medicamento. Más oscura es la historia de las denuncias de Goldacre contra las vitaminas del empresario Matthias Rath, quien llevó sus argumentos promocionales hasta extremos criminales, cuando aseguró que sus píldoras podían reducir a la mitad el riesgo de desarrollar sida. En el contexto de la Sudáfrica de Thabo Mbeki, el mandatario “disidente” en materia de tratamientos contra el sida, las mentiras de Rath hicieron estragos. Goldacre también dedica un par de capítulos a los excesos del periodismo alarmista, y sus alianzas con investigadores más preocupados por hacerse famosos ?o por defender intereses económicos? que por hacer buena ciencia.
Aunque parte de otros propósitos, también El gorila invisible y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña , de Christopher Chabris y Daniel Simons, comenta el caso de la triple viral, pero del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos. Aunque los autores de ambos libros revisan casi la misma bibliografía, sus historias ponen énfasis en distintos actores: mientras que el británico apunta especialmente al periodismo, los estadounidenses se concentran en las asociaciones de padres y la “ilusión de causa”: la búsqueda desesperada de encontrar un patrón en la realidad que permita correlacionar datos para dar sentido a nuestras experiencias. En más de un aspecto, Mala ciencia y El gorila invisible se complementan. Sus autores, ciertamente, se parecen: Chabris y Simons son investigadores en psicología cognitiva y, como Goldacre, han asumido como misión compartir sus investigaciones con el gran público con un fin esclarecedor. Chabris y Simons también conocen la fama, de la mano de un gorila, protagonista de su video más famoso (ver recuadro). Pero mientras que el británico dirige su mirada sobre los que engañan y mienten, los estadounidenses indagan los mecanismos que nos hacen vulnerables frente a esas artimañas. La “ceguera por falta de atención”, la primera ilusión que discuten, consiste en no poder ver lo inesperado. Chabris y Simons comentan casos reales en los que este problema resultó clave. El más importante involucra una persecución policial en que un oficial vestido de civil fue confundido con el sospechoso y golpeado salvajemente. Su análisis gira en torno a cómo fue posible que los agentes no notaran la golpiza. ¿Se trataba de un caso de encubrimiento o realmente no lo habían visto porque estaban concentrados en la carrera? Otro caso fue un incidente internacional: el choque del submarino nuclear USS Greenville contra el pesquero japonés Ehime Maru en febrero de 2001, en una rápida maniobra. ¿Cómo pudo el capitán no ver el pesquero?
Chabris y Simons presentan luego la “ilusión de la memoria”, que nos lleva a confiar en los recuerdos, aunque aun las memorias más vívidas pueden ser ajenas, así como también evocamos más lo interpretado que lo efectivamente visto u oído. Uno de sus ejemplos consiste en señalar lo difícil que es detectar errores de continuidad en las películas, porque el espectador sigue la trama y descarta la información que no es pertinente.
La “ilusión de conocimiento” es simpática: hace que quienes apenas se inician en una actividad sobrevaloren sus capacidades. Pero, dado que se necesita saber para medir la propia habilidad, sólo a medida que avanzamos en nuestra formación podemos tener una idea cabal de cuánto camino recorrimos. Otro ejemplo es menos convincente: los errores de cálculo de los científicos que, en los inicios del Proyecto Genoma, estimaron el número de genes humanos y produjeron cifras mayores de las que se encontrarían. En este punto, el lector puede recordar que existen varias disciplinas (filosofía, sociología, historia, antropología) que estudian cómo se valida el conocimiento, de modo que reducir el problema a la dimensión psicológica parece limitante. Lo mismo puede decirse sobre Goldacre y su obsesión con la contrastación estadística. Pero todo puede perdonarse: finalmente, ellos hacen su aporte y ya vendrán teóricos de más vuelo a armar el rompecabezas. Mientras tanto, cada una de las piezas puede disfrutarse por separado.
LA NACION