San Lorenzo campeón: un cuento de Soriano

San Lorenzo campeón: un cuento de Soriano

Por Ricardo Gotta
Así es su vida. Le costó. Pero lo logró.

ARQUEROS, ILUSIONISTAS Y GOLEADORES.
El cielo bramaba. En Rosario iban y venían dejando los restos del alma. En Boedo, una garúa mojaba menos que los nervios. Vélez quería, buscaba con deseperación. San Lorenzo se aferraba. Un gol. Sólo uno, pedían todos para anotarse en la historia. Dos imágenes paralelas. Y Allione. El mismo Allione, al que el palo le había devuelto una volea, ahora estaba parado ahí, en el corazón del área, ojos abiertos, pierna izquierda que le da de lleno a la pelota. Era la gloria. Iban 45 segundos del minutos 44 del segundo tiempo. No faltaba nada. Y la pelota que va. Y Torrico que vuela. Y su mano que acierta el impacto. Y la atajada del campeonato que se cristaliza. Esa acción del arquero que se prolongó en el tiempo, que duró cinco minutos más. Los más emocionante de un torneo pobre. Fue el final de un cuento de Soriano, como acertó a señalar Matías Lammens, cuando el escritor emblema del Ciclón ya podía festejar en el cielo, envuelto en nubes azulgranas.

ARTISTAS, LOCOS Y CRIMINALES.
Romagnoli lloraba desconsoladamente. Pizzi soltaba a Gareca después de un abrazo interminable. Ahora, por fin, el técnico podía sacudirse tanto fracaso como entrenador. Debía sufrirlo mucho. Debía pasar un torneo con tantos altibajos, con tan pocos puntos sumados, con sufrimientos eternos, con juegos paupérrimos para que un equipo como San Lorenzo pudiera destacarse por haber redondeado en la cancha, un racimo de partidos que le destacaron del resto su vocación hambrienta, su respeto por el trato de la pelota, su acumulación de delanteros para ir en busca del arco adversario, por el surgimiento de un par de pibes desfachatados que le hacían el aguante al Pipi, que ahora sigue llorando.

NO HABRÁ MÁS PENAS NI OLVIDO. Este San Lorenzo es símbolo, es espejo de la medianía, el que sacó el merecido lustre del título, sólo porque hizo un tanto así más que los demás. Apenas dos puntos de ventaja sobre los escasísimos 33. El que le impregnó al campeonato el aroma de su sprint final, pero que también tuvo más de una ocasión de pegar el golpe de gracia al resto, y se quedó en veremos, como quien siente un vértigo irrefrenable cuando se sube la cima. Este equipo que justo en el último lance cometió el pecado mortal de haberse resignado a no buscar la gloria en Liniers con esa voracidad que lo hubiera jerarquizado. Se resignó a jugar sin delanteros de punta, a pelear un partido que estaba para jugarlo con grandeza. A terminar dependiendo del manotazo providencial de su arquero para dejar a este Vélez renacido de las cenizas, triste, solitario y final.

LA HORA SIN SOMBRA.
San Juan y Boedo. Por ahí pasaron las siete plagas. Por ahí se lloró la caída a la B, la muerte de los ídolos, la humillación de quedarse sin cancha, de soportar un supermercado en su casa, de padecer malarias que parecían no acabar jamás. Ese club de hinchas de sufrimiento infinito y lealtades imposibles. De hazañas impensadas, de resurgimientos inigualables. Ese club de nombre de santo, reproducido en miles de santos terrenales que ahora transitan esas callecitas con nostalgia y que se ufanan de tener un Papa de hincha. San Lorenzo tiene ahora a sus plantas rendido un león.

REBELDES, SOÑADORES Y FUGITIVOS.
Los Forzosos de Almagro lograron su 12º título local. Nacieron en ese barrio de taitas y milongas, pero los expulsaron a Soldati y juran por todos sus muertos y sus vivos que retornarán a Boedo, para volver a las disputas limítrofes con sus enemigos de Patricios. Sus ídolos contemporáneos son Romagnoli, Pizzi, Tinelli, Correíta… Y claro, también Torrico. El del manotazo del final del cuento. El que mandó a todos los demás en Cuarteles de Invierno.
Sufrió pero lo consiguió. San Lorenzo campeón.
EL GRAFICO