26 Dec Peter O’Toole, intérprete de su propia leyenda
Por Natalia Trzenko
El 15 de diciembre, en Londres, murió Peter O’Toole. Tenía 81 años y más de 50 dedicados a la actuación en teatro, TV y en cine, donde fue muchos, pero para siempre será el Lawrence de Arabia que imaginó David Lean y el mundo miró con asombro y fascinación, en gran medida gracias a su protagonista. Una presencia magnética de una belleza que, en sus primeras apariciones en cine, parecía casi imposiblemente humana. Una condición que le devolverían con creces sus aventuras, diversiones y excesos fuera de la pantalla junto a otros portentosos intérpretes británicos de su generación, como Richard Harris y Richard Burton.
Nacido en 1932, O’Toole amaba tanto el teatro y el cine como las anécdotas y las leyendas muchas veces creadas alrededor de su propia leyenda. De hecho, su mismo lugar de nacimiento quedó atrapado en esa habilidad para embellecer la historia.
O’Toole decía haber llegado al mundo en Connemara, uno de los lugares más bucólicos y bellos de Irlanda. Sin embargo, muchos de sus biógrafos aseguraban que en realidad había nacido en el paisaje bastante menos poético de Leeds, la ciudad inglesa famosa por su poderío industrial en la que se crió. Más allá del mito del origen que el propio intérprete se ocupó de difundir, lo cierto es que su llegada a la actuación fue a través del teatro.
Estudió en la Real Academia de Arte Dramático y, luego de graduarse, en la segunda mitad de la década del 50, se dedicó a perfeccionar su talento sobre el escenario interpretando a más de cincuenta personajes. Claro que, más allá del éxito en las tablas londinenses, con la llegada de los 60 el cine empezó a tocar a su puerta. Y cuando finalmente consiguió un papel protagónico fue uno que cambiaría su carrera y su vida para siempre. En 1962, contra los deseos del poderoso productor de Sam Spiegel, que lo creía demasiado alto y exagerado para interpretar a T.E. Lawrence (quería a Marlon Brando o a Albert Finney para el papel), fue elegido para encabezar Lawrence de Arabia . Un film que se convertiría casi en un sinónimo de su propio nombre y el que le abriría las puertas de Hollywood, especialmente después de conseguir su primera nominación al Oscar. Fue la primera de ocho, una marca impresionante, pero que a O’Toole lo halagaba tanto como le molestaba. Es que, hasta 2003, se fue de la fiesta de la industria del cine con las manos vacías. Y claro, la única vez que se llevó la dorada estatuilla a su casa fue cuando la Academia decidió otorgarle el Oscar a su trayectoria. Un honor que el actor estuvo tentado de rechazar. En realidad hasta llegó a escribir una carta para los influyentes votantes en Hollywood agradeciéndoles el gesto, pero asegurándoles que “todavía estaba en el juego” y que “todavía podría ganarme esa adorable porquería de una vez. ¿Podría la Academia por favor diferir este honor hasta que cumpla 80?”. Lo cierto es que luego se arrepintió del rechazo y viajó hasta Los Angeles para ser homenajeado por quienes apenas tres años después terminaron por darle la razón al nominarlo una vez más, la octava, por su papel en Venus. Que haya vuelto a perder en esa ocasión acrecentó su leyenda, forjada con sus inolvidables papeles en la pantalla grande y su excesos fuera de ella.
Gracias a los reconocimientos y la fama que le aportó la película de David Lean, O’Toole se fue apartando del teatro para dedicarse a hacer una película tras otra -protagonizó Lord Jim , ¿Qué pasa Pussycat? , ¿Cómo robar un millón de dólares? , Un león en invierno , Adió s Mr.Chips y La noche de los generales, entre otras- y, en el camino, su afición por el alcohol y su comportamiento en los sets de filmación se hicieron tan famosos como sus papeles.
Alguna vez, Katherine Hepburn, su compañera en Un león en invierno , aseguró que O’Toole estaba dilapidando su talento, una opinión válida cuando el hombre parecía hacer ostentación de su incapacidad para aprender los diálogos o mantenerse sobrio. A pesar de su mala fama y una pancreatitis que casi acaba con su vida en la década del 70, O’Toole nunca dejó de trabajar. Y de sorprender. Cuando todos lo consideraban una estrella del pasado, demasiado enamorado de la botella y de su gloria pasada, volvió a la pantalla con un papel hecho a su medida como aquel de Mi año favorito, en el que interpretaba a un actor cuya carrera se extinguía por su afición a la bebida.
“Creo que uno debería decidir por sí mismo cuándo es tiempo de partir, por eso le doy a la profesión un adiós agradecido y sereno.” Así se despedía de la actuación hace un año y medio, justo cuando su inolvidable Lawrence de Arabia cumplía medio siglo de vida en nuestras retinas.
LA NACION