Nelson Mandela, símbolo mundial de la libertad y la reconciliación

Nelson Mandela, símbolo mundial de la libertad y la reconciliación

Nelson Mandela, el padre de la Sudáfrica moderna, símbolo de la lucha por la libertad, la igualdad y la reconciliación y uno de los líderes más trascendentales de la historia contemporánea, murió ayer, a los 95 años, después de varios meses de agonía por infecciones pulmonares.
El anuncio de la muerte fue recibido con dolor por la multitud que hacía vigilia frente a su casa, en Johannesburgo, y con una catarata de elogios y muestras de admiración en todo el mundo. “Rodeado de su familia, Mandela se apagó apaciblemente, nuestro pueblo pierde un padre”, anunció el presidente Jacob Zuma, anoche, por televisión.
Sudáfrica, un país hoy más reconciliado y estable, pero aún marcado por grandes desigualdades, estaba en vilo por la salud de Mandela desde junio pasado y la muerte del ex presidente liberó anoche oleadas de pesar.
“Nuestro querido Madiba tendrá funerales de Estado. Expresemos la profunda gratitud por una vida vivida al servicio de la gente de este país y de la causa de la humanidad. Es un momento de profundo dolor. Siempre te amaremos, Madiba”, agregó Zuma, quien utilizó el nombre del clan del héroe de la lucha contra el apartheid .
Mandela, que festejó 95 años el 18 de julio, fue hospitalizado cuatro veces desde diciembre de 2012, siempre a causa de infecciones pulmonares. Esos problemas recurrentes estaban ligados a las secuelas de una tuberculosis que contrajo durante su estadía en la isla-prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo, donde pasó 18 de sus 27 años de detención en las cárceles del régimen racista.
El 8 de junio pasado fue internado en estado grave por una recaída de una infección pulmonar, y su estado pasó a ser crítico el 23 de junio. Pese a las mejoras comunicadas por la familia y el gobierno desde entonces, el pronóstico del ex mandatario no mejoró.
Mandela se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica y lideró, junto a su antecesor en el cargo y último líder del apartheid , Frederik de Klerk, una transición democrática que evitó una guerra civil entre blancos y negros.
Había salido de prisión cuatro años antes, tras pasar encarcelado casi tres décadas por sus actividades contra el régimen segregacionista, en cuyas cárceles contrajo problemas respiratorios que lo acompañaron el resto de sus días.
“Gracias a Mandela la reconciliación en Sudáfrica fue posible”, dijo ayer en una entrevista televisiva De Klerk, primero adversario y después aliado de Mandela, con quien compartió el premio Nobel de la Paz tras el desmantelamiento del régimen supremacista de los sudafricanos blancos, entonces dueños de todos los derechos y privilegios.

El unificador
Madiba pasará a la historia por haber negociado pulso a pulso esa transición hacia una democracia multirracial, al precio de una vida privada y familiar que, según admitió, quedó relegada en la lucha por una nación más justa. No tuvo alternativa: gran parte de su vida adulta la pasó entre la clandestinidad, los tribunales, la cárcel y la vida pública de un estadista.
Invisible para el público desde 2010 -cuando asistió bajo una aclamación descomunal de 90.000 espectadores a la final del Mundial de fútbol-, se convirtió entonces en una suerte de héroe mítico, a quien tenían como referente tanto oficialistas como opositores.
Varios dirigentes sudafricanos ayer se apresuraron a descartar que la muerte de Mandela pudiese desembocar en el regreso de las tensiones políticas y raciales, una hipótesis que circuló recientemente en Sudáfrica.
“Decir eso es restarles mérito a los sudafricanos y al legado de Mandela”, dijo anoche el arzobispo Desmond Tutu, también premio Nobel de la Paz.
Tutu agregó que Mandela, un obstinado militante contra el apartheid , el preso político más célebre del mundo y el primer presidente negro de Sudáfrica, fue un “ícono mundial de la reconciliación”.
“Durante 24 años [desde su liberación] Madiba nos enseñó cómo vivir juntos y a creer en nosotros mismos y en cada uno. Él ha sido un unificador desde el momento en que salió de la cárcel” en enero de 1990, dijo ayer el arzobispo.
Así lo entendieron políticos, jefes de Estado, militantes de los derechos humanos, artistas y otros millones de ciudadanos del mundo entero, que plasmaron su devoción sincera a lo largo de las últimas décadas en discursos, conciertos, películas, y en las miles de visitas semanales a la famosa isla de Robben Island.
“Con su brava dignidad y su inquebrantable disposición para sacrificar su propia libertad por la libertad de otros, él transformó a Sudáfrica y nos conmovió a todos”, dijo ayer el presidente norteamericano, Barack Obama.
Recordó además que se encontró brevemente con Mandela una sola vez, en 2005, pero destacó que fue precisamente el ejemplo del ex presidente el factor que lo impulsó a lanzarse a la actividad política.
Decenas de mandatarios y líderes de organismos internacionales expresaron sus condolencias al pueblo sudafricano y destacaron el legado de Mandela como un líder democrático y una fuente de inspiración en todos los terrenos. La presidenta Cristina Kirchner se refirió en un comunicado a Mandela como “referente mundial de la lucha contra el racismo y a favor de los derechos humanos”.

Serena resignación
Tres horas antes del anuncio, los alrededores de la casa de Mandela se llenaron de ciudadanos que se anticiparon a la noticia. Blancos y negros compartían la serena resignación por la muerte del ídolo con cánticos de despedida.
“Se siente como si hubiera muerto mi padre. Era un hombre tan bueno. Era un modelo a seguir, a diferencia de nuestros líderes actuales”, dijo Annah Khokhozela, una niñera de 37 años de Johannesburgo.
Cumplido su mandato presidencial, Mandela fue sucedido en 1999 por quien fue su vicepresidente, Thabo Mbeki. Uno y otro respetaron los grandes equilibrios económicos y promovieron al país en la escena internacional.
Ya retirado, Mandela dedicó sus esfuerzos a luchar contra la crisis del sida, una batalla que se volvió personal cuando su hijo falleció de la enfermedad en 2005. “Cuando salí de la cárcel, me di cuenta de que lo que más deseaba no era la libertad, sino volver a mi vida corriente: ir a trabajar a mi oficina, salir a comprar pasta de dientes a la farmacia, visitar a mis amigos”, confesó en su autobiografía. Pero nunca lo logró. Porque su vida no fue corriente: fue la vida de un héroe.
LA NACION