“Las dictaduras de hoy son distintas, invisibles”

“Las dictaduras de hoy son distintas, invisibles”

Por Juan Strassburger
Bajista de Los Pericos desde principios de los ’90, la vida de Gastón Goncalves cambió para siempre el 24 de marzo de 1976 cuando la dictadura que recién tomaba el gobierno secuestró, torturó y asesinó a su padre, que tenía entonces apenas 26 años y era militante de Montoneros.
Casi 20 años después, la vida de Gastón volvió a sacudirse hasta sus cimientos cuando en plena gira con el Bahiano, Juanchi Baleiron y cía. lo llamaron para contarle que, tras una larga búsqueda familiar y la acción clave de Abuelas, habían podido encontrar a su medio hermano Manuel, adoptado de buena fe por una familia, poco tiempo después de que los militares se hubiesen llevado a su madre Ana, pareja del padre de Gastón en ese entonces.
“Antes de encontrarme con Manuel, me avisaron que era fanático de Boca y que le encantaba Los Pericos. Esto va a ser una papa, pensé… Y, por suerte, no me equivoqué”, cuenta una tarde en su PH de Chacarita y a pocos días de que se cumplieran los 30 años del regreso de la democracia. Sincero, intempestivo, pasional, Goncalves esquivará el lugar común durante varios pasajes de la charla e incluso se animará a pedir una mirada que también revise autocríticamente lo hecho desde el lado de la militancia en los ’70. “Nada de lo que hayan hechos otros te excusa de lo que haya hecho uno”, subraya.
–¿Qué cuentas pendientes visualizás tras estos 30 años?
–A mí, una de las cosas que más me alarma es todo lo referido a las patentes de alimentos. Una dictadura inmensa que ya está ocurriendo hoy en día y que el día de mañana, si no nos hacemos cargo, va a significar que haya empresarios que sean dueños de la vida. Por eso, creo que hoy tenemos que fiscalizar más que nunca, los políticos no tienen que tener la libertad de hacer lo que quieran. Tendríamos que pelear por que haya una educación para votar y también por que haya un contrato en el voto, que el tipo que vos votás tenga la obligación de hacer lo que te prometió. Por otro lado, lo que se ha hecho en este país con los juicios fue genial, porque en ningún otro lado se ha hecho, pero me sabe a poco. Y hoy me saben más a poco por el elitismo que siento que hay con los Derechos Humanos. Por momentos, pareciera que por ser hijo de desaparecidos mis reclamos son más válidos que los de otros, y no me gusta nada eso.
–¿Qué significaba para vos la democracia en el ’83 y qué significa hoy?
–Lo del ’83 fue algo súper grande, porque fue una dictadura única la última que vivimos. Se llevó puesto todo: la vida, la cultura, los derechos de todos. Entonces, había una gran necesidad de salir a otro mundo. Una gran necesidad. Y también un destape cultural muy groso. Había shows en todos lados, nuevas propuestas, un delirio total. Todo el destape no sólo de drogas sino también sexual. Fue un gran quiebre. Parecía que se iba a poder todo… Y hoy en día lo veo todo más flojo. Con un montón de ventanas para hacer cosas. Pero todo menos excepcional. Un poco porque la democracia está más naturalizada y otro poco porque estoy un poco decepcionado. No hay igualdad para todos. No tendría que haber más pibes en las calles cuando están todos los elementos para lograrlo.
–Tu padre resultó un detenido-desaparecido. ¿Cómo fue para vos crecer sin él?
–Y… mi mamá fue mi papá. Qué se yo… Fue raro. Fue raro porque mi papá no murió de una causa natural. Y porque en un punto quedó santificado. Por suerte, hace un tiempo investigué un poco más y encontré que tenía pies de barro, como todos.
–¿Cómo fue esa investigación íntima y personal?
–Agarré y le pregunté todo a los amigos de mi viejo que no eran militantes. Y fue muy interesante porque descubrí cosas muy buenas y cosas muy feas. Fui y les dije: quiero conocer a mi viejo real, no solamente al militante. Y la verdad es que estuvo muy bueno: me dio una mirada más real.
–Perdiste a tu viejo a los cinco años, ¿qué recordás de el?
–Sí, lo curtí bastante. Era muy cariñoso conmigo. A veces, veo el paralelo con lo que hoy hago con mis hijos. Y hay parecidos: él me llevaba a las marchas y yo hago lo mismo con los chicos. Me gustaba mucho cuando íbamos para Garín y me mostraba la militancia barrial que había y que todavía sigue habiendo. A todo eso la dictadura no lo pudo matar. Para mí, esos militantes que desaparecienron son los verdaderos patriotas, no los políticos o los sindicalistas.
–¿Cómo era tu relación con él?
–Teníamos un vínculo muy de esa época. Mi viejo era un delirio con el tema de las mujeres… Les decía todo lo que ellas querían escuchar y, claro, después no lo podía sostener. Un hombre muy bueno en la militancia y bastante flojo en la vida diaria.
–A tu viejo lo secuestraron el 24 de marzo del ‘76, el mismo día del golpe. Tenías apenas siete años. ¿A vos qué explicaciones te daban?
–Yo lo había visto a mi viejo con un arma. Estaba al tanto. Ya habían desaparecido padres de amigos míos en período de democracia. No era algo que no se tratase en mi casa. Supongo que me lo habrán comunicado de la manera que se le dice a un niño, aunque igualmente lo tenía re claro. El mismo día que secuestraron a mi viejo yo ya lo supe. También supe la gravedad de lo que había sucedido, el hecho de que no podía compartirlo con mis compañeros en el colegio. Recuerdo que una vez se lo conté a uno de ellos, que se lo contó a su mamá, que se lo contó a la maestra, que convocó a mí mamá, que luego me dijo: “Esto es muy grave, no se lo podés comentar a nadie.” Entonces, tuve un luto a los seis años en el que no podía llorar a mi viejo, ni comentarlo.
–¿Y cómo te enterás de que tenías un hermano?
–En el ’89. Por una conversación de una tía mía que estaba hablando y lo nombró. Yo ya tenía 20 años.
–¿Ella cómo sabía?
–Toda la familia lo sabía. Lo que pasa es que mi viejo no me lo contó porque en su momento se acobardó. Seguramente, interactuó frente a mí con Ana, que estaba embarazada de mi hermano. Pero no se animó a contarme esa historia. Le ganaron de mano y quedó pendiente… Por eso, durante muchísimos años yo no quise hablar más de nada. Bloqueé esa etapa.
–¿Saber que tenías un hermano que no conocías fue el disparador para empezar a amigarte con ese pasado?
–Sí. Se rompió una barrera. Me abrí de vuelta.
–¿Cómo fue ese primer encuentro con Manuel (en ese momento Claudio)?
–Me acuerdo de que me agarré de dos cosas para pensar que iba a estar bueno. Que Manuel era hincha de Boca y que le gustaban Los Pericos. Yo me aferré a eso. Es loco porque tenés que querer a alguien que no conocés. Sin embargo, hay cosas que vienen en el ADN. Era charlar y no poder parar de charlar por horas. Enseguida tuvimos un vínculo muy groso. Yo sé, igual, que fui afortunado. Porque no todos los encuentros han sido iguales. Incluso, algunos han sido malos. Cada tanto se hacen asados de todos los nietos, y ves que no están armados todos los vínculos. Hermanos que se llevan como la mierda o que no tienen nada que ver ideológicamente. Por eso digo que las secuelas siguen vigentes hoy en día. Sigue habiendo daños de algo que ocurrió hace millones de años. A mí, por suerte, me pasó al revés: me llevo maravilloso con mi hermano.
–Cuando se encontraron, era todo porvenir. Pero 18 años después, ¿qué cosas cambiaron en la relación y qué cosas nuevas aparecieron?
–Con mi hermano, lo que más me gusta de todo es que nunca tuve una desilusión. En nada. Es un tipo noble, que no tiene el culo sucio, que lo podés mirar a los ojos. En ese sentido, lo veo muy parecido a mi viejo. Es encantador. Te habla y te hipnotiza. Es es muy dulce. Y es muy lúcido analizando las cosas. Yo, en cambio, soy muy intempestivo. Y la realidad es que aprendo mucho de él. Y eso que yo soy el grande (risas). Lo que veo también es que lleva una mochila muy grande. No le dice que no a nada, siempre está presto a todo. Labura en Abuelas de tesorero, es el primer nieto al que le pasan un puesto ejecutivo, y pone su salud en eso. Es un gran compañero. Muy divertido. Lo único que lamento es que no vivamos juntos. Lamento mucho haber perdido nuestra crianza. Nos vamos de vacaciones juntos de tanto en tanto y nuestros hijos se llevan bárbaro, pero él vive en Longchamps y está a full. Nos vemos poquito.
–Habiendo accedido a los juicios por la memoria y a una condena social aceptada por la mayoría de la sociedad, ¿se puede pasar a una instancia de autocrítica por lo actuado en la militancia de los setenta?
–Es todo un tema, porque es muy amplio el espectro. Yo te puedo hablar de mi viejo, que militaba en Montoneros. Y en todos estos años leí un montón de esa época, y también conocí un montón de hijos de militantes. Pero Enrique Symns una vez me dijo: “Para llegar a la verdad hay que escuchar todas las campanas. Todas. Inclusive las que no te gustan.” Y yo pienso que la dirigencia de Montoneros fueron unos hijos de puta, unos mierdas totales que entregaron a miles de compañeros. Creo que el hecho que marcó un quiebre fue el caso de Roberto Quieto, quien fuera acusado de traición y enjuiciado a muerte por la propia organización. Eso me parece terrible.
–Algunos plantean que pedir autocrítica es hacerle juego a la teoría de los dos demonios, ¿qué pensás al respecto?
–Que no, que para nada es así. Nada de lo que hayan hecho otros puede servir como excusa para no juzgar las acciones que haya hecho uno.”
TIEMPO ARGENTINO