La historia de Sebastián Torrico, el héroe imposible

La historia de Sebastián Torrico, el héroe imposible

Por Ariel Ruya
Dos atajadas sensacionales. Y una historia desconocida del héroe del silencio. El cómplice del título, acaso, con la huella de tres grandes que lo reflejan en la historia reciente: del Flaco Passet, el del 1995. Del Chino Saja, el del 2001. De Agustín Orion, el del 2007. Sebastián Antonio Torrico es un ilustre desconocido, si algún intrépido los compara, si apenas lo sugiere. Es campeón de San Lorenzo , sí, pero sus manos no suelen caer en los reflectores de las figuras, su luz es otra. Grande, inmensa, aunque con una historia de las de abajo. A los 33 años, el Olimpo. Con la camiseta número 12, como debe ser: jamás se creyó un número 1.
El fútbol es una caja de sorpresas. Porque antes, mucho antes de aquel penal atajado a Chiqui Pérez a los 43 minutos del segundo capítulo en el clásico contra Boca, porque antes, mucho antes de este formidable vuelo al córner de la eternidad por el disparo del pibe Allione, en el duelo decisivo contra Vélez, Torrico ni imaginó pisar Boedo. Ni por asomo lo iban a llamar jamás desde el Bajo Flores.
Abril pasado. Cómo se transforma una historia sin siquiera ser parte. Un caso policial, un escándalo de una noche de otoño en el Nuevo Gasómetro se lleva entre sombras a Pablo Migliore. San Lorenzo pierde contra Newell’s, en casa y recupera dosis de lo de siempre: una nueva crisis. No tan pasajera: intensa. Hace falta un arquero, se le pide a la AFA. El suplente, Matías Ibáñez, sale a la cancha con la presión del día después de un episodio inusual. El titular no se lesionó, ni siquiera atajaba mal: quedó preso. La estantería del arco se mueve demasiado. Y en el nuevo banco, un pibe de la casa, Ezequiel Mastrolía. Los dirigentes tienen varios candidatos. Se caen casi todos. Sebastián Torrico pelea el puesto en Godoy Cruz en desventaja con Nelson Ibáñez. Juega poco, la verdad.
Lo llaman. Acepta. De pronto, cae en San Lorenzo. “Hoy me avisaron que mañana tengo que ir a firmar los papeles para ser jugador de San Lorenzo”, expresa, por esos días, incrédulo. “Creo que es un préstamo por dos meses con opción a seguir. No sé cómo se resolverá el tema Migliore”, acepta la confusa situación. Nacido en Luján de Cuyo, Mendoza, con un buen pasado en Argentinos, juega apenas siete partidos en la temporada 2012/13 para el equipo mendocino. No es su mejor versión histórica, precisamente.
Se presenta en el torneo local en un partido del dolor… ajeno: 1-0 a Independiente, en Avellaneda, el día de la caída al abismo de otro gigante. No se va: se queda. Una renovación del vínculo, pero nada es seguro. Nadie tiene el puesto asegurado. Juan Antonio Pizzi lo aprecia. Lo contiene. Pero tiene otras ideas: un arquero del exterior. A Cristian Álvarez lo conoce de memoria, desde aquellos tiempos de Rosario Central. Su último paso por Espanyol no es nada malo. Ataja él, entonces: los reflectores desde las Europas.
Pero Álvarez no se adapta. Goles negros que oscurecen el destino. Torrico es El Cóndor: nunca vuela bajo. Vuelve. Le gana a todos: a los incrédulos, a los pesimistas, a los descreídos. Penales exitosos en la Copa Argentina. Una atajada a Bordacahar en el final con suspenso contra Tigre. Aquel penal ante Boca. Este disparo al cuerpo en Liniers. Ahora es cuando cae. Cuando se da cuenta, verdaderamente, de dónde está parado. En un gigante que amenaza con despertar. No se queda quieto, canta, baila en la íntima celebración. Porque volar, lo que se dice volar, eso lo suele hacer durante los partidos.
Es humilde el hombre. Le repiten 100 veces que su reacción extraordinaria “es la atajada del campeonato”. Ni se inmuta. “Bueno, el arquero está para eso, para responder en los momentos difíciles. Creo que las cosas me salieron bien, pero esto es mérito de todo el equipo, del esfuerzo que el grupo hizo desde la pretemporada. Por suerte pudimos aguantar el empate y ganamos el campeonato. Yo sabía que tenía que responderle a este grupo”, responde el arquero de pocas palabras. El héroe imposible.
LA NACION