06 Dec Justicia sin venganza: su lección para superar la violencia del pasado
Por Martín Rodríguez Yebra
Las escenas eran desgarradoras. Una viuda que grita de pena, mientras el verdugo de su marido confiesa, entre lágrimas, cómo lo mató y quemó su cuerpo. O un anciano que con un hilo de voz señala al policía que lo torturó hasta dejarlo inválido. Y el niñito zulú que cuenta que de su padre sólo recuerda la imagen de un hombre apaleado en el suelo por tres policías blancos.
Un día tras otro, durante tres años, 21.000 personas construyeron el mayor relato de las atrocidades de casi 50 años de segregación y represión en Sudáfrica. Fue una de las jugadas más significativas de Nelson Mandela cuando llegó al poder tras pasar 27 años en prisión por motivos políticos: promover la justicia sin venganza.
“Vamos a mirar al monstruo a los ojos”, les dijo Mandela, con el tono solemne que usaba para las ocasiones trascendentales, a la veintena de personalidades que convocó en 1995 para la delicada misión de lidiar con el pasado traumático del apartheid.
Con el arzobispo Desmond Tutu como presidente, nacía la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, una corte itinerante que, entre 1996 y 1998, recorrió ciudades, pueblos y aldeas para escuchar a las víctimas y también a los verdugos. Quienes confesaran públicamente los crímenes políticos y dieran toda la información que estuviera en su poder quedarían en condiciones de solicitar una amnistía.
“No era la justicia como la conocíamos. La clave era el perdón y no el castigo. Algo había que hacer con los crímenes del apartheid. La amnistía no era una solución y abrir una catarata de juicios podía impedir el gran objetivo de la unificación de Sudáfrica”, recuerda la argentina Mary Burton, radicada en Sudáfrica en los años 60, a quien Mandela nombró en aquella comisión en gratitud por décadas de lucha contra el apartheid.
Las audiencias de la comisión se limitaron a los crímenes cometidos entre 1960, cuando se radicaliza la represión del régimen de segregación a la mayoría negra, y el inicio de la democracia, en 1994. Las víctimas contaban sus historias delante de la comisión y de los verdugos que se prestaban a participar del proceso.
El arzobispo Tutu recorrió el país y escuchó todos los testimonios. Se llevaba cada tanto las manos a la cabeza y lloraba, desbordado por la maldad. “Mi trabajo era estrangularlos y después quemarlos para que no se supiera nada más de ellos”, relató el policía Joe Mamasela en una de las audiencias, en Port Elizabeth.
Delante de él, estaban los familiares de los Pebco Three, tres famosos activistas antiapartheid desaparecidos en 1985 y cuyos cuerpos pudieron ser hallados tras las audiencias. Ésa y centenares de escenas parecidas se veían a diario en la TV. Horas y horas de confesiones, llanto y horror.
“El corazón se me iba con las mujeres -recuerda Pumla Gobodo, otra de las integrantes de la comisión-. Ellas llegaban allí a contar la pérdida de sus hijos, de sus esposos, pero pocas veces hablaban de ellas. Cuando les preguntábamos terminaban contándonos las vejaciones a las que ellas mismas eran sometidas.”
Mandela siguió obsesivamente el desarrollo de las audiencias. Fue enfático en la directiva de abrir procesos contra los activistas de su partido que habían cometido atentados y violaciones de los derechos humanos en la lucha contra la tiranía racial.
Aplicó el ubuntu, la filosofía ancestral de los xhosa, su etnia. Una forma de entender al ser humano en relación con los demás: “Yo soy lo que soy en función de lo que todos somos”, podría ser una traducción de ese principio rector de la política que instauró Mandela.
La comisión fue criticada por muchos sectores que consideraban que no podía haber perdón sin castigo. También suele marcarse el incumplimiento de otro de los objetivos: la indemnización a las víctimas. Los defensores de la idea siempre destacaron el alivio que significó, para una sociedad oprimida durante décadas, contar sus dramas. “Fue un ejercicio tremendamente sano que, entre otras cosas, obligó a los blancos a entender todas las atrocidades que se hicieron para defender sus privilegios. Y les dio a las víctimas la oportunidad de recuperar el equilibrio”, resume el escritor británico John Carlin.
Antes de dejar el poder, Mandela recibió de Tutu libros con el contenido de las audiencias de la comisión. “Juntos hemos superado el legado de nuestro pasado violento e inhumano”, dijo el líder aquel 29 de octubre de 1998. Y lo coronó con una promesa que hasta el día de su muerte pudo cumplir: “Nunca, nunca, nunca más esta bella tierra será sometida a la opresión de unos sobre otros”.
LA NACION