Joan Fontaine: Heroína inocente y refinada de clásicos de Hitchcock

Joan Fontaine: Heroína inocente y refinada de clásicos de Hitchcock

Por Fernando López
“Yo me casé primero, gané el Oscar antes que ella y si llego a morirme antes, estoy segura de que se pondrá furiosa al comprobar que volví a ganarle”, maliciaba hace años Joan Fontaine refiriéndose, claro, a su hermana mayor, Olivia de Havilland. Hasta ahora no ha habido posibilidad de comprobarlo, aunque Joan falleció el domingo en su vivienda de Carmel, California, a los 96 años, según se supo ayer. Y de Olivia -que sigue residiendo en París como lo ha hecho desde hace más de medio siglo y que cumplió los 97 en julio pasado- no se tienen noticias. Sin embargo, nadie imagina que la hermana mayor vaya a abandonar su tranquilo refugio francés para hacer las paces post mórtem. Porque lo que sí siguió en pie hasta el final es la rivalidad que las mantuvo separadas buena parte de sus vidas.
Sólo ellas sabrían cuándo comenzó la discordia, pero es seguro que venía de muy lejos, cuando las dos se convirtieron en grandes estrellas del Hollywood de los años dorados: más de una vez, Joan solía recordar con irritación que en la adolescencia le tocaba usar la ropa que su hermana desechaba. Lo que los memoriosos recordaban es que el antagonismo entre ellas se hizo más visible cuando en 1941 la Academia tuvo la mala ocurrencia de ponerlas a competir por el Oscar a la mejor actriz: a Joan por La sospecha (Alfred Hitchcock) y a Olivia por La puerta de oro (Mitchell Leisen). El mutuo desagrado se convirtió en franca rivalidad cuando la menor se llevó la estatuilla (y al parecer desairó a su hermana cuando ésta quiso felicitarla), a pesar de que De Havilland no sólo tendría su doble revancha -lo ganó en 1946 por Lágrimas de una madre, de Leisen, y en 1949, por La heredera, de William Wyler-, sino que dos años antes ya había sido candidata como actriz de reparto por Lo que el viento se llevó (Victor Fleming).
Aun así, mantuvieron algún contacto formal y esporádico hasta la muerte de su madre en 1975, cuando Joan estuvo ausente del funeral, según ella, porque no había sido invitada y, según Olivia, porque rehusó el convite. No se tiene noticia de que desde entonces hayan tenido oportunidad de cruzar palabra.
Fue Lilian Fontaine, precisamente, quien estimuló la carrera artística de las dos hijas. Ella misma había sido actriz de teatro en Gran Bretaña antes de casarse con el abogado Walter De Havilland. Las dos chicas nacieron en Tokio, donde el padre ejercía su profesión con éxito, pero tras el divorcio de la pareja fueron llevadas por su madre a California, donde crecieron y donde, en 1933, Max Reinhardt descubrió a Olivia en una puesta estudiantil de Sueño de una noche de verano y la quiso para su propia versión de la pieza, en el teatro y en el cine. Un extenso contrato con la Warner la hizo aparecer desde 1935 como heroína romántica en varios films de éxito, gran parte de ellos junto a Errol Flynn ( E l capitán Blood, Las aventuras de Robin Hood, La carga de la Brigada Ligera). En 1939, fue cedida por el estudio a David O. Selznick para Lo que el viento se llevó, que marcó para ella un momento decisivo, no sólo porque mostró su talento dramático, sino porque empezó a exigir papeles más sustanciosos, lo que la llevó a chocar con Warner e ir a parar a la justicia, que le dio la razón y reguló los contratos entre estrellas y estudios. Después alternó actuaciones en cine con temporadas de teatro y trabajos en TV.
Joan de Beauvoir de Havilland se hizo llamar Joan Burfield en sus primeros papeles en teatro y así apareció también en el cine, junto a Joan Crawford en No More Ladies (1935). Ya con el apellido materno, los films que rodó para la RKO no tuvieron mayor repercusión, salvo El bailarín enamorado (1937), al lado de Fred Astaire, y Gunga Din (1939), con Cary Grant. Pero una casual charla con Selznick determinó su encuentro con Hitchcock, que la dirigió en Rebecca, una mujer inolvidable y La sospecha, la convirtió en estrella de la noche a la mañana y la condujo hasta el Oscar, al que volvería a aspirar en 1943 con La ninfa constante (Edmund Goulding).
Heroína inocente y refinada primero, ganó más tarde mejores papeles en dramas románticos donde incluso podía mostrarse maliciosa o intrigante. Entre sus films cabe recordar Jane Eyre, alma rebelde (Robert Stevenson), Carta de una enamorada (de Max Ophuls), El vals del emperador (Billy Wilder) o Ivanhoe (Richard Thorpe). Dejó el cine en los 60. Después, prefirió el teatro, aunque -mujer múltiple- supo destacarse también en otras actividades: golf, pesca, decoración de interiores y arte culinario, entre ellas. También tuvo un programa de televisión propio y se la vio en la serie policial Cannon en la pequeña pantalla. En los últimos años, rara vez aparecía en público.
En su autobiografía No Bed of Roses, publicada en 1978, contó que ella y Olivia ni siquiera se llevaron bien de chicas, pero que los chispazos se hicieron más notorios cuando ambas comenzaron a hacer carrera en Hollywood. “Es posible separarse de una hermana, igual que de un marido”, dijo entonces a la revista People. En eso, ella tenía experiencia. Estuvo casada cuatro veces, y todos los matrimonios acabaron en divorcio. “Si hubiera podido unir las cosas buenas de cada uno de mis maridos, habría sido maravilloso”, bromeó en la entrevista citada. La sobrevive su hija Deborah, nacida de su segundo matrimonio, con William Dozier.
Tal vez no habrá tenido tiempo para añorar sus años de gloria mundana. Pero ni el tiempo pudo hacerle olvidar la vieja rivalidad, que hizo que jamás aparecieran juntas en un film.
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