J. M. Coetzee: los libros preferidos de un gran autor

J. M. Coetzee: los libros preferidos de un gran autor

Por Anna Kazumi Stahl
Leer es una actividad íntima. También resulta una actividad poderosamente transformadora que guarda, en el fondo, un misterio: el del arte y sus efectos mágicos sobre el ser humano. Palabras ajenas se adentran en el lector y lo despiertan, le posibilitan nuevas formas de ver el mundo, nuevas maneras de entender, de hacer y de ser. En “Elogio de la lectura”, Alberto Manguel describe lo que produce (y promete) la acción de abrir un libro y entrar en él: “Existimos como pequeños signos de interrogación en el vasto texto del mundo. Quienes tenemos la fortuna de ser lectores sabemos que es así, puesto que la lectura es una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser conscientes”.
John Maxwell Coetzee (1940), indiscutiblemente, lo sabe. Sudafricano de origen afrikáner, escribe en inglés. Novelista, lingüista, filólogo, matemático, Premio Nobel de Literatura 2003 y dos veces ganador del Premio Booker (en 1983 por Vida y época de Michael K y en 1999 por Desgracia), Coetzee lleva desde hace décadas una vida transnacional. Ha residido en distintas partes del mundo y en 2006 se naturalizó ciudadano de Australia, país donde vive actualmente. Escribió doce novelas (entre las que deben destacarse, además de las ya nombradas, Esperando a los bárbaros y El maestro de Petersburgo), cuatro libros de autobiografía novelada (Infancia, Juventud y Verano, además de Diario de un mal año), ocho libros de crítica y uno de cartas (el reciente diálogo epistolar que mantuvo con el novelista norteamericano Paul Auster). Produce con constancia, rigor y energía, y nunca ha dejado de sorprender. Ni desde el punto de vista estilístico ni por los temas que decide abordar y ahondar. Su característica: una tajante ética (que no es lo mismo que la evocación de una moral).
Coetzee llega a las librerías argentinas por partida doble. Por un lado, acaba de publicar en inglés su nueva novela, La infancia de Jesús (cuya traducción Mondadori distribuirá en español a comienzos de diciembre). Por otro, se apresta a lanzar un proyecto infrecuente: una biblioteca personal, que verá la luz exclusivamente en una editorial argentina.
En La infancia de Jesús, un hombre, Simón, y un niño, el huérfano David, llegan a un país sin nombre en el que se habla español. Buscan a la madre del niño, pero en esa búsqueda tienen que empezar a lidiar con los habitantes de esa tierra ajena. Coetzee vuelve así al clima de algunas de sus obras previas, en los que el aparente aire alegórico le permite ahondar diversos temas.
Lo que en la novela es un augurio parece encontrar su destino en la Biblioteca Personal, que publicará la editorial El Hilo de Ariadna. Coetzee compartirá en ella doce libros cuya lectura considera crucial. Son los textos que tuvieron mayor impacto en él, los que le abrieron caminos, los que, con sus visiones y sus lecciones, vuelven permanentemente a él.
Borges había empezado la introducción a su propia Biblioteca Personal (que hizo para Hyspamérica entre 1985 y 1986, año de su muerte) apelando a criterios no específicamente académicos sino al goce personal, y haciendo hincapié en la intimidad de la lectura: “A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir”. Ese espíritu generoso -que no deja de ser edificante también, lleno de promesas, viniendo de la mano de un escritor celebrado mundialmente por su genio y su imaginación- habita también el proyecto de Coetzee, que está considerado uno de los narradores clave de nuestra época.
Cada volumen ofrece un texto introductorio, elaborado especialmente para la colección por el escritor sudafricano. Los prólogos dejan en evidencia la claridad intelectual del novelista, que es también (como lo demuestra su libro Costas extrañas) uno de los más perspicaces críticos literarios de la actualidad. En una decena de páginas -bastante más de las que les suelen dedicar colecciones similares-, Coetzee presenta la obra y al autor de modo que el lector pueda tratar con la historia como si lo hubiera recibido de manos de un amigo. La clave de la eficacia y elegancia de los prólogos radica en que no son exhaustivos análisis didácticos. Más bien surgen de la pasión por la lectura de las obras elegidas, matizada por la capacidad del escritor para sacar a la luz lo que resultaría difícil de detectar en una primera lectura. Al final de cada prólogo, uno encuentra otro gesto personal: la firma de Coetzee.
Los primeros cuatro volúmenes de la Biblioteca Personal salen de manera coincidente. Son La letra escarlata, de Nathaniel Hawthorne; La Marquesa de O y Michael
Kohlhaas, de Heinrich von Kleist; Tres mujeres y Uniones, de Robert Musil, y Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Hay también novedad en las traducciones. Una, clásica, ha sido actualizada (la de Hawthorne, hecha por José Donoso y Pilar Serrano). Las otras han tenido nuevas versiones: Kleist (Ariel Magnus), Musil (Mariana Dimópulos), Flaubert (Graciela Isnardi). Los prefacios, por su parte, fueron traducidos por Cristina Piña.
La colección se completará con Watt, de Samuel Beckett; El ayudante, de Robert Walser; Roxana, de Daniel Defoe; El buen soldado, del inglés Ford Madox Ford; Relatos, de Franz Kafka, Las esferas del mandala, del Premio Nobel australiano Patrick White; La muerte de Ivan Ilich, Amo y criado y Hajdi Murat, de Tolstoi, y una antología de poesía.
En la siguiente entrevista, realizada por correo electrónico, Coetzee -famoso por su reticencia en las respuestas- reflexiona sobre la razón de sus elecciones particulares.
-Varias de las obras que eligió parecen plantear un vínculo entre la ficción y la ética o la justicia pura (en contraposición a la moral práctica). También el amor, las relaciones amorosas y la vida de la mujer aparecen en primer plano, aun cuando la historia trate de los límites del ser humano. ¿Hay un tema en particular o una inquietud primordial que unifica los cuatro primeros libros con que se lanza la colección?
-Son libros que admiro enormemente y que han tenido sobre mí una influencia formativa como escritor, pero ningún tema subyace en el armado de la colección como algo completo, por lo menos ninguno que haya tenido en cuenta. Es verdad que la experiencia de las mujeres ha sido condicionada y limitada de varias maneras a lo largo de la historia. Pero si hubiera querido destacar ese tema, habría presentado una selección diferente de libros. Habría incluido, por ejemplo, Anna Karenina, de Tolstoi.
-¿Por qué iniciar la Biblioteca Personal con libros que no son ni tan antiguos ni contemporáneos? ¿Considera que la literatura de ese período posee valores más pertinentes hoy para nosotros que los libros más clásicos o los mucho más recientes?
-El orden en que se publican los volúmenes de la Biblioteca Personal se debe a factores externos. En el plan general, el libro más tempranamente escrito será Roxana (1724), de Daniel Defoe, autor que puede reclamar haber inventado la novela realista. Me hubiera gustado incluir Don Quijote, claro, una obra de ficción que reverencio, pero carece de sentido que yo presente la más conocida de todas las obras escritas en lengua española a un público de habla hispana.
-¿Qué vínculo se podría llegar a encontrar entonces entre estos libros, según usted? ¿La relación entre la literatura y la política? ¿O la ficción como espacio para desarrollar una ética mejor?
-Los libros que significan más para mí como escritor son aquellos que expanden mi horizonte, que me muestran lo que es posible lograr en la ficción. Por ende, el contenido temático patente de los libros (lo que Madame Bovary expone acerca de la posición de las mujeres casadas en la Francia provinciana a mediados del siglo XIX, por ejemplo, o lo que Michael Kohlhaas dice acerca de las tensiones entre la clase mercantil y la clase terrateniente a principios de la época moderna en Alemania) significa menos para mí que lo que Flaubert nos puede enseñar acerca de mantener distancia emocional con respecto a la heroína sobre la cual uno escribe, o lo que Kleist nos puede enseñar acerca de la narración veloz.
-¿Qué esperaría usted que logre su Biblioteca Personal? ¿Cuál debería ser su efecto en los lectores?
-Son grandes libros en sí mismos. Algunos resultarán más familiares para los lectores, otros menos. Pero cada uno de ellos es capaz de transformar el mundo interior del que los lee, como con frecuencia hacen los grandes textos.
-¿Con qué personaje de Madame Bovary o de La letra escarlata se siente más identificado?
-En el caso de la novela, nuestras identificaciones son controladas por el novelista. Por lo tanto, no somos libres de identificarnos como querríamos, salvo que leyéramos de un modo excéntrico. Nathaniel Hawthorne quiere claramente que nos identifiquemos con su heroína, Hester Prynne, con la vida moral que lleva. En cuanto a Gustave Flaubert, yo creo que nos está dando una valiosa lección respecto de no identificarse demasiado fácilmente con ningún personaje.
-Hester, en La letra escarlata, vive una prolongada situación de castigo público y colectivo. ¿Qué hace posible que pase de pecadora a heroína? ¿Deberíamos leer o releer esos textos en relación con algo que nos concierne en nuestra época actual?
-Supongo que se refiere a que Hester transita un arco que va de pecadora a heroína dentro de su mundo de ficción, es decir, dentro de la Nueva Inglaterra que inventa Hawthorne. No aceptaría que sea una heroína para la mirada de sus contemporáneos puritanos. Sería más veraz decir que, por el modo ejemplar en el que ella acepta su castigo -o, mejor dicho, por el modo ejemplar en el que ella parece aceptarlo-, logra recibir su admiración, pero a regañadientes. Lo que más me interesa en la novela es la letra escarlata misma. Hawthorne escribió un prefacio largo y digresivo para la obra (un prefacio que no reproduzco en la Biblioteca) en el que cuenta que la idea para la novela le vino en un instante cuando encontró una verdadera letra escarlata de los viejos tiempos, bordada en tela. Ciertamente, la novela entera nace de la letra A.
-Se ha dicho que el escritor de ficción debe observar y transmitir escenas de la experiencia humana con cierta fría objetividad y precisión, o para citar a Graham Greene, “con una astilla de hielo en el corazón”. ¿Cree usted que todo escritor debe tomar ese tipo de distancia para lograr observaciones más precisas y más plenas de lo humano?
-Me parece que no hay generalizaciones que sirvan y sean ciertas para todos los escritores.
-¿Hay relación entre la lectura y su propio proceso creativo como escritor? ¿Puede la lectura tener una influencia sobre nuestra capacidad de determinar lo que haremos en la vida?
-Diría que uno es más receptivo a las influencias cuando es joven. Para usar una frase muy común en inglés: cuando uno es joven, tiende a caer bajo la influencia de un escritor. Más tarde en la vida, uno tiene mayor resistencia a eso. Se puede admirar a un escritor y aprender de él sin sucumbir a la tracción de su fuerza gravitatoria.
-¿Qué piensa usted de leer en traducción? ¿La traducción literaria nos permite vivir una experiencia semejante a la que hizo que usted las eligiera para esta colección?
-Leer en traducción será siempre una experiencia de segunda mano, sobre todo cuando el original ha sido elaborado con sumo cuidado. Pero leer una gran obra literaria en traducción siempre va a ser mejor que no leerla.
-Su Biblioteca Personal está saliendo aquí en la Argentina casi en coincidencia con La infancia de Jesús, una obra en la que los personajes principales entran en permanente relación con el español. Usted ha expresado que lo entusiasma que la biblioteca llegue primero a los lectores de habla hispana. ¿Cuál es su relación con nuestra lengua? ¿Por qué ese entusiasmo?
-Aunque el inglés no sea mi lengua materna (mi lengua materna es el áfrikans), es la lengua en la que escribo. Por lo tanto se podría decir que cumplo un pequeño papel en el avance del inglés como lengua imperialista global. Desde el punto de vista histórico, el poder creciente del inglés me inquieta. De ahí mi interés por otras culturas. En África, donde yo nací, ese idioma (con el francés, que viene rengueando desde atrás) ha llegado a ser la lengua de la cultura, como también la del comercio y del gobierno. A medida que Europa está más y más integrada, el inglés se ha convertido en el principal modo de comunicación entre las naciones de ese continente. En uno o dos países pequeños, el inglés incluso amenaza con suplantar la lengua nativa como lengua de la cultura. En La infancia de Jesús, la lengua española cumple, entonces, una importante función. Un hombre y un niño llegan a una tierra extraña, y descubren que en ella se habla ese idioma y no el inglés. Entonces experimentan lo que la mayoría de inmigrantes: van a tener que adquirir esa nueva lengua para poder sobrevivir, para preguntar direcciones o buscar empleo, para comprar y vender, para confesar o hacer el amor.

Madame Bovary
Gustave Flaubert
El Hilo de Ariadna
“En su momento -anota Coetzee en su prólogo-, la novela fue leída como un documento de la nueva escuela del realismo: a la vez antirromántica (una fría exposición de los mitos sentimentales en función de los cuales vive su heroína) y antiburguesa.”

La letra escarlata
Nathaniel Hawthorne
El Hilo de Ariadna
“Hawthorne armó el argumento de La letra escarlata para reunir dos de sus preocupaciones: el destino del portador de la verdad condenado al ostracismo y el tipo de exploración moral, filosófica o psicológica que se enorgullecía de su impersonalidad científica, su prescindencia de toda simpatía humana.”

La marquesa de O. / Michael Kohlhaas
Heinrich von Kleist
El Hilo de Ariadna
“En su búsqueda de reparación, Kohlhaas sigue escrupulosamente las vías legales, hasta que se enfrenta con el hecho de que la administración de justicia está sometida a fuerzas políticas que van más allá de su influencia.”

Tres mujeres / Uniones
Robert Musil
El Hilo de Ariadna
“Musil nunca deja de ser admirable por la facilidad con la que se mueve entre la experiencia sensorial, el pensamiento sensual y la abstracción”, hace notar el escritor sudafricano.
LA NACION