Esas fechas especiales

Esas fechas especiales

Por Eduardo Ceccotti
La vida charteril, tan invadida por la cotidianeidad, late al compás de los episodios que viven y ocurren en el afuera. Es una extensión de la vida misma, sea esta laboral o personal.
En este contexto, la celebración de fechas especiales durante el año, se hace muy evidente con situaciones que son variadas.
¿O cómo entender entonces a aquel pasajero habitual, que solía sentarse de la mitad para atrás, preferentemente ventana, que se inmoló ante la hora pico de Buenos Aires, esperando el chárter con un gran ramo de flores en una mano (y un maletín en la otra), inmóvil, presto para arribar a su casa cumpliendo con el mandato de San Valentín?
Ese 14 de febrero, la tarde tenía el guiño que suele regalar febrero en la ciudad. Calor, pero no tanto, anochece pero no tanto, y mucha gente, pero no tanta. El chárter frenó, repitiendo la rutina de cada tarde. El pasajero de las flores, digamos que Juan Carlos, espero que la unidad se detuviera por completo.
El sonido de las puertas automáticas le avisó que ya podía subir. Tomo aire, infló su pecho, y con su mejor cara de dueño de la historia, escaló los tres escalones. Todos quienes estábamos allí pudimos ver su ingreso triunfal. Caminó por el gran pasillo central como si nada pasara. De la cintura para abajo, el maletín. De la cintura para arriba, casi a la altura de la cabeza, el ramo.
Llego a su asiento. Quedaba el último acting. ¿Dónde llevaría las flores? Decidió guardarlas arriba, allí donde suelen descansar mochilas, maletines y abrigos livianos.
Cuando se asomó allá arriba, descubrió que seis ramos también descansaban. Otros seis pasajeros habían decidido vivir con heroísmo este mismo circuito.
Además de San Valentín, hay dos fechas más que nos cruzan horizontalmente a los pasajeros de chárter. Durante septiembre, en el arranque del mes, hay una tarde en la que los chárters se llenan de accesorios originarios de regalos especiales. Transportados por mujeres de discreción suprema, de amplio manejo de agendas personales y profesionales, las secretarias reciben su reconocimiento en su día.
Bolígrafos, plumas, agendas, tazas con su nombre, o maletines elegantes e ideales para transportar sus herramientas, suben al chárter de la mano de las homenajeadas.
Todos nos creímos el relato de la señora del asiento 23, pasillo, que no dejaba pasar día sin mencionar que la compañía de la cual ella integraba la mesa directiva, crecía y tenía planes de expansión. Lo del crecimiento y planes de expansión era verdad. Que ella integraba la mesa directiva también, pero “tomando actas”. El velo cayó el Día de la Secretaria, cuando no pudo disimular el gran ramo de flores que le habían obsequiado sus “pares”, con un cartel de fondo rosa y letras amarillas, que versaba “Feliz Día de la Secretaria, Stella Maris!”
Y hoy mismo, el universo charteril suma a su ya variopinto paisaje a un accesorio estacional, de múltiples formatos y contenidos: la “caja navideña”.
Esa típica, pero no por eso menos valorada, política de Recursos Humanos de las empresas, se mete de lleno en la vida charteril, particularmente en los viajes de la tardecita. Decenas de pasajeros se paran en las esquinas, con la caja navideña apoyada a sus pies, como si fuera un niñito que espera junto a su padre el momento para cruzar.
Una vez a bordo, el charterista se da cuenta que ese viaje no será un viaje más. Esa que esta vez, el accesorio es de respetado kilaje y tamaño. Y así los chárters se llenan de decoradas cajas, pintadas de verde, rojo, y diseños navideños similares a los que uno ve en la punta de góndola de supermercados.
Tristeza causó en el pasaje, la tarde en la que un pasajero histórico elevó una nota a la “base”, en la que solicitó que las cajas navideñas, al ocupar asientos lindantes a los de sus dueños, debían pagar como pasajeros humanos.
Se pudo advertir entonces, que las fiestas de fin de año, como sucede en las mejores parentelas, también traen desencuentros y viejos rencores en la familia charterista.
LA NACION

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