11 Dec El recuerdo de un ícono de la cultura pop
Por Juan Manuel Strassburger
Si uno afina la vista, Bettie Page, de quien hoy se cumplen cinco años de su muerte, está en todas partes: en el peinado y la vestimenta de Katy Perry, en decenas de fotos de Madonna, en los corpiños puntiagudos de Rihanna, en ese icónico baile de Uma Thurman en Pulp Fiction, y en toda mujer que buscó subrayar su sensualidad con prendas interiores de tiro alto, encaje, labios color sangre y un abultado flequillo enmarcando la cara.
Fue un look que también pegó mucho por estas tierras: desde Susana Romero y la Coca Sarlo a Natalia Oreiro, Griselda Siciliani y hasta Silvia Suller (ver fotos), todas inspirándose en algún aspecto de este ícono que fue punk antes del punk, bomba sexual antes de la entronización de las vedettes, sado-difusora antes de la popularización de la práctica, y figura rescatada por el feminismo anarco mucho antes de que semejante conjunción pudiera imaginarse.
“Sin duda que nunca fui la chica de la casa de al lado”, solía reconocer respecto a su look para nada casual, para nada de barrio, pero si híper sofisticado y personal. “Nunca, sin embargo, estuve atenta a la moda. Simplemente me ponía lo que pensaba me iba bien”, decía, pretendidamente espontánea y atemporal (y acertaba).
De infancia infeliz (su padre abusaba de ella y su mamá la maltrataba por celos) en Nashville, Estados Unidos, la futura pin-up girl (como se le decía a las imágenes de chicas en poses sugerentes de posters o revistas a principios del siglo XX) debió abandonar su hogar de muy joven y hacer su propio camino en una gran ciudad. En este caso, San Francisco.
“Intenté la docencia, pero mis alumnos les prestaban atención a cualquier cosa menos a la clase que intentaba darles”, recordaba sobre sus inicios, cuando ya su actitud y sus curvas eran indisimulables. Era cuestión de tiempo, entonces, para que Bettie Page tomara contacto con Hollywood y el mundo del espectáculo. Pero una mala experiencia inicial (productores que la acosaban y le ofrecían propuestas indecentes; entre ellos Howard Hughes) la depositaron sin más en la menos prestigiosa, pero igual de pujante, industria del erotismo.
“Yo admiraba a Bette Davis. De chica, junto a mis hermanas, jugábamos a imitar sus poses en las fotografías”, contó sobre sus primeras incursiones cuasi amateurs al frente de una cámara pícara, y el talento innato que parecía extraer de cada una de esas sesiones. Eran los años ’50, la depresión de los ’30 había quedado definitivamente atrás, y lo que se vivía era un explosión del consumo (la época dorada del capitalismo), que a nivel de la industria erótica se tradujo en una inserción mucho más amplia de las fotografías pin-up, bondage y sadomasoquistas.
Imbatible, Bettie Page se volvió figurita codiciada y adorada del consumo popular: un secreto a voces que gloriosamente dejaba de serlo. “Fue una mujer notable, un ícono de la cultura pop que ejerció su influencia sobre la sexualidad y las tendencias en la moda, alguien que provocó un tremendo impacto en nuestra sociedad”, señala Hugh Hefner, legendario fundador de la revista Playboy.
Su conversión al cristianismo y la revolución cultural de los ’60 (que dejó vetustas a muchas figuras de los ’50), conspiraron para que se distanciara del estrellato y continuara con una errática vida donde no faltaron divorcios varios, frustradas tareas misioneras y hasta un diagnóstico de esquizofrenia. Su figura, sin embargo, fue rescatada sistemáticamente por la cultura rock, siempre proclive a recuperar pasados míticos. “No tenía ni idea de que todavía hubiese fans míos en todo el mundo”, se alegró en los ’80 con el revival que le permitió vivir mucho más holgadamente sus últimos días hasta la neumonía que le quitó la vida, hace exactamente cinco años.
TIEMPO ARGENTINO